Exhumar a un loco

El 27 de julio de 1890 Vincent Van Gogh se disparó con una pistola a la edad de 37 años. Murió dos días después. Recién cumplido su aniversario luctuoso, hay aspectos de su vida que cobran relevancia para quien quiera detenerse y analizar la obra, la vida y el pensamiento de un hombre que revolucionó el arte y la mirada sobre las cosas.

Lo primero que quiero destacar es la valentía por definirse por un color. Se especula que Vincent veía la vida a través de un filtro amarillo, producido por el consumo medicinal de una especie herbácea, digitalis purpurea, que altera la percepción cromática. El doctor Gachet fue quien administró esta sustancia a Van Gogh, contribuyendo, sin saberlo, a la genialidad de una obra. Y luego nuestro pintor hizo, días antes de morir, un retrato del Dr. Gachet, que se vendió un siglo después en la cifra récord (para una pintura) de 82.5 millones de dólares y es una de las obras icónicas del holandés.

«¿Qué sería de la vida si no tuviéramos el valor de intentar cosas nuevas?». Van Gogh experimentó en su vida antes de encontrar su vocación definitiva. Trabajó en una firma de intermediación de arte, como maestro de escuela y ministro de la Iglesia metodista. Hasta los 27 años abrazó el dibujo y la pintura. Por el resto de sus días tuvo una carrera de gran intensidad creativa, aunque financieramente desastrosa. En vida nada más vendió una pintura. Aun así abrazó con pasión esa actividad que le daba gozo. «Sueño con pintar y luego pinto mis sueños».

Su sensibilidad extraordinaria para captar formas y colores lo armó con una ventaja fundamental: la pasión. «Prefiero morir de pasión que de aburrimiento». Esta fuerza interior lo hizo ser constante y prolífico, a pesar de las críticas que desdeñaron su trabajo, quizá porque no lo entendieron, quizá porque se adelantó a su tiempo. «Intento cada vez más ser yo mismo, me importa relativamente poco si la gente lo aprueba o lo desaprueba».

Tuvo la capacidad de encontrar la belleza donde otros ven degradación: «Veo dibujos e imágenes en las más pobres de las chozas y en las más sucias de las esquinas». Su espíritu rebelde lo motivó a experimentar y tratar de ser original. Murió sin saber que el mundo lo admiraría por ello. «La normalidad es un camino pavimentado: es cómodo para caminar, pero no crecen flores en él». Nunca vio el éxito financiero como fin de su actividad, esto le dio una libertad artística notable. Incluso aceptó su pobreza como parte de un destino que él mismo forjó: «Elegí conscientemente el camino del perro a través de la vida. Voy a ser pobre. Voy a ser pintor». En Anhelo de vivir, novela de Irving Stone basada en la vida de Van Gogh, se recrea este diálogo: «¿Quieres decir que tienes que hacer bien tu dibujo para que los retratos sean lo suficientemente buenos para venderse?». «No», respondió Vincent, dibujando rápidamente con su lápiz, «tengo que hacer mi dibujo bien para que mi dibujo esté bien».

Victoria Charles, en el libro que lleva el nombre del artista, lo define con crudeza: «Van Gogh es la encarnación del sufrimiento, un mártir incomprendido del arte moderno, el emblema del artista como un extraño». Durante su vida vivió atormentado por diversas afecciones, episodios psicóticos intermitentes, esquizofrenia, desorden bipolar, depresión y, aún así, en sus cartas a Theo manifiesta una gran voluntad para sobreponerse. «Cuanto más feo, viejo, repugnante, enfermo y pobre me vuelvo, más quiero recuperarme al producir colores vibrantes, bien arreglados y radiantes».

Encontró magia en lo simple: «Para la salud es muy necesario trabajar en el jardín y ver las flores crecer». Rompió las reglas, tomó riesgos, supo pedir y aceptar ayuda, fue autocrítico a grado tal de internarse en un asilo para ser tratado de sus padecimientos mentales. Esa severidad consigo mismo jaló el gatillo. Un hombre inolvidable que hizo del amarillo su bandera y lo supo explotar a golpe de pinceles, entre trigales y girasoles, o incluso en una noche estrellada, donde fluyen, estáticos, la luna y otros astros encima de Saint-Rémy-de-Provence.

«No puedo cambiar el hecho de que mis pinturas no se venden. Pero vendrá un tiempo cuando la gente reconozca que valen más que las pinturas usadas en el cuadro».

El loco del pelo rojo tuvo razón.

Columnista.

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