No cabe duda de que el perdón es una gracia y que, sin este don de Dios, parece imposible brindarlo y recibirlo, las dos cosas, perdonar y ser perdonado. La novela Expiación, de Ian McEwan (2001), de la que también contamos con película, Expiación, deseo y pecado, su título en español (2007), nos sirve en esta ocasión para reflexionar sobre esta dura realidad.
En la novela, la protagonista Briony Tallis, una escritora en ciernes, calumnia al hijo de la criada, Robbie Turner, y lo señala como el violador de su prima Lola. Y todo porque se muere de celos debido a que Robbie ha preferido a Cecilia, su hermana mayor. Robbie purgará una larga condena. Sólo la guerra lo pondrá en «libertad». Y el sueño de reunirse con su enamorada se verá truncado por la misma conflagración. Estamos a finales de los años treinta.
«Al cabo de media hora, Briony cometería su crimen», apunta McEwan. (p. 187) Cecilia cortará toda relación con su familia. Elegirá sin dudar a Robbie por sobre su familia. Ni Robbie, ni Cecilia perdonarán a Briony. Mientras tanto, Lola se casará con su violador. El amigo de la familia, Paul Marshall, se convertirá en el esposo de la prima.
Cinco años después del trágico suceso, Briony visitará a su hermana Cecilia. Briony confiesa: «Lo que hice fue horrible. No espero que me perdones». Cecilia responde tajante: «No te preocupes. No te perdonaré nunca». (p. 395) Briony promete revelar la verdad a su familia, a todo el mundo, con el objeto de expiar su culpa.
Lo que finalmente sucede es un misterio o una interpretación. La mía. «No existen hechos, sólo interpretaciones», dirá el filósofo bigotón. Briony cree expiar su culpa escribiendo un relato en el que cuenta lo que pasó. El relato será publicado una vez que ella muera, y que mueran sus cómplices: Lola y Paul. «¿Cómo puede una novelista alcanzar la expiación cuando, con su poder absoluto de decidir desenlaces, ella es también Dios?», se pregunta Briony. (p. 434) Robbie Turner, muy probablemente, murió de septicemia en Bray Dunes el 1 de junio de 1940 y Cecilia Tallis falleció en septiembre del mismo año, la mató la bomba que destruyó la estación de metro de Balham. Pero Briony, con el poder de la escritura, resuelve: «Los amantes sobreviven y prosperan». (p. 434)
¿Expió realmente su culpa Briony? ¿Es suficiente publicar un relato póstumamente para alcanzar el perdón? A favor de Briony juega la desdichada muerte de la pareja en ese 1940. La intención de Briony era revelar la verdad. En contra, el tiempo, la tardanza. En ella está el peligro. Y el cálculo de publicar el relato una vez muertos los tres cómplices no deja de ser cuestionable.
Quizá por ello sea más preciso titular la parábola evangélica del «Hijo pródigo», como la parábola del «Padre pródigo». El hijo derrochó la fortuna que le heredó su padre, en este sentido fue pródigo. Pero realmente, el pródigo par excellence es el padre, pues derrochó el amor al perdonar al hijo. Sólo de este modo el hijo pudo expiar su culpa. La expiación es posible gracias a esos brazos abiertos que reciben al hijo sin reproche alguno. Briony pudo ser esa hija pródiga. Y Robbie y Cecilia pudieron ser esos padres pródigos. He ahí el misterio de la expiación.
McEwan, Ian, Expiación, Trad. de Jaime Zulaika, Anagrama, Col. Compactos, No. 553, 8ª. edición, Barcelona, 2019.