Retadora, cautivante y transgresora, la séptima novela del escritor Roberto Bolaño es puesta bajo la lupa desde una mirada crítica socioliteraria e incluso romántica
Después de leer Nocturno de Chile, del escritor chileno Roberto Bolaño Ávalos (Santiago de Chile, 1953 – Barcelona, 2003), descubro un mundo de sensaciones, símbolos e imágenes, que toman completamente a préstamo, el arsenal tropológico de la poesía, para contar, en lo que, en voz del propio autor, llama a sí misma, una novela sencilla. Aparecida en el año 2000, en la ciudad de Barcelona, por la editorial Anagrama, es esta la séptima novela de Roberto Bolaño, y fue puesta a consideración de los lectores, después de una visita del escritor a Santiago de Chile, en 1999.
Su estructura, ya desde el comienzo, llama mucho la atención, por su construcción casi total en un solo párrafo, sin el consabido punto y aparte, que ya había experimentado anteriormente en otros textos anteriores. Por tanto, en este ejemplo de novela río, la historia, contada por un narrador en primera persona, es referido al personaje principal y testigo de cada vericueto narrativo, el sacerdote miembro del Opus Dei, Sebastián Urrutia Lacroix, quien comparte rol con su otro yo literario, el cura H. Ibacache. A partir de su discurso inicial, el padre Sebastián, ya viejo de cuerpo y atenazado por el peso de la memoria, comienza, apoyado sobre un codo, a liberar esta corriente de recuerdos, en un recorrido por la literatura chilena y en adición, la universal, durante los años que se van escurriendo a través de la ininterrumpida historia.
El estilo narrativo de Bolaño en Nocturno de Chile está plagado de recursos propios de la poesía contemporánea, tales como rebuscadas metáforas diluidas en imágenes, simbolismos y constantes repeticiones de una misma frase, para seducir directamente la sensibilidad del lector. El depurado discurso, que muestra un oficio narrativo muy fino, permite, no obstante, una lectura fluida, sobre un ambiente lleno de veladuras descriptivas, que nos conduce a paisajes habitados por personajes pintorescos, como lo es, el crítico de literatura Farewell, rodeado en su fundo privado, por escritores y poetas de la vida real, destacando a Pablo Neruda.
Es en este lugar, llamado Lá Bas, se diluye el personaje del padre Sebastián en una dualidad dolorosa, entre el sacerdote desdichado en su misión religiosa, que siente una inexplicable animadversión ante la pobreza de los campesinos que solicitan su compasión de padre católico, y la del intelectual que ansía emular con este Farewell, hombre exitoso en las prácticas de la crítica literaria y en contacto total con las mentes y voces literarias de más alcance en la época. En esta búsqueda, emerge entonces
H. Ibacache, alter ego literario, nom de plum, destacado hombre de letras que antologa, estudia y analiza a los autores chilenos de la segunda mitad del siglo XX, generación del Cincuenta en adelante, en un viaje hasta los ochentas.
A partir de estos simbolismos, las imágenes que acompañan el curso narrativo, las acciones y descripciones de los personajes, entre los que encontramos reales escritores y poetas, en compañía de otros que han sido representados quizás a semejanza de los del mundo real, el tiempo narrativo se escurre, describe un Chile, al que se refiere el protagonista como La Patria, como un país asediado por sus diferencias, por sus políticas intelectuales resultado de las migraciones, o de los sucesos que ocurren en le viejo continente europeo o la moderna urbe norteamericana.
La historia de Jürgen, personaje muy pintoresco que dibuja esa Europa refinada en su conflicto de existencia, y su relación, tanto con el diplomático Don Fernando Reyes, intelectual chileno que simboliza la clase social representante y acomodaticia de la burguesía latinoamericana, como con aquel mudo, anoréxico y siempre ausente-callado pintor guatemalteco, del que sólo se cuenta su accidentado desánimo por la vida. Dos caras de una misma moneda, ante la imagen de una ciudad y un continente en medio de la peor de las guerras, pero sin perder el refinado estilo de la metrópoli, ante la rezagada y aún provinciana América excolonial. Ideas como la muerte, el deseo, la culpa y la belleza, subyacen, afloran y explotan desde los personajes, que pueden ser tan floridos como el propio Farewell, o tan grises como los señores Odeim y Oido, pero elementos que acompañan a los diferentes curas que menciona Sebastián en su viaje a Europa, tales como las palomas, causantes de la suciedad y destrucción del tesoro arquitectónico de iglesias y catedrales, y su elemento opositor, en la figura de los halcones amaestrados, son un abanico de símbolos finamente dibujados por Bolaños para satirizar si se quiere, anquilosadas estructuras sociales y políticas como la Iglesia Católica, los militares, los partidos políticos, la educación empolvada de derechas, y su solución violenta ante el peligro de las izquierdas pujantes en el triunfo del socialismo cada vez mas preocupante.
Me impresiona mucho ese momento en que están sucediendo eventos de suma importancia en el país, después de su regreso a Chile, el personaje del cura narra cada acontecimiento, refugiado en la lectura de clásicos griegos. Están sucediendo una revolución social, la izquierda amerita y obtiene el poder, Salvador Allende encabeza este proceso que como mismo se eleva, cae con estrépito por el golpe de los militares.
Narrado como encabezados de noticia en los diarios, mientras, concienzudamente se lee a Menandro, Tucídides, Aristóteles y Platón, y en un extremo de ironía mordaz, el personaje no puede evitar exclamar, ¡qué paz! cuando termina todo, después de la muerte de Allende y el triunfo de la Junta Militar. No escapa, por supuesto, a este rosario de mordacidades, ideas que nos pueden parecer descabelladas, propias de una secuencia de la ficción onírica, como es el caso de los principales generales del Gobierno golpista, encabezados por el propio Pinochet, recibiendo un curso acelerado de Marxismo, impartido nada menos que por un sacerdote católico del Opus Dei, o, el caso de la dama que a modo de salvamento cultural, ofrece su mansión como refugio nocturno ante el toque de queda, y así mismo, solución para las hambres intelectuales y literarias. Y que, en realidad, es el macabro sitio donde en silencio se tortura a los perseguidos de la DINA y la dictadura, por el esposo, a toda fe, un simple comerciante norteamericano que reside a tantos en Chile como en los Estados Unidos. Ambos acontecimientos, utilizados por Bolaño magistralmente, son noticia de la realidad cotidiana de esos años chilenos, en tránsito de un régimen controlado por el poder castrense, que la intelectualidad acomodada prefiere obviar, o acompañar, en un posible y muy lento regreso a los senderos de la democracia.
Nocturno de Chile, constituye un texto de muy acertada hechura. Se nota escrito con todo el oficio, a pesar de estar construido, según el propio Roberto Bolaños, sin ínfulas de complicación literaria. Es, definitivamente, una excelente novela, llena de recursos, que no pierde en ningún sentido su corriente narrativa, o su lirismo poético. Aborda una mirada sobre Chile, y su devenir histórico y cultural, con múltiples ángulos y lentes, en medio de una reinterpretación de la historia, los contextos literarios, los sentidos, la danza entre la realidad cruda, con esa maquillada y farsesca que se ofrece en las novelas. Un libro que envuelve. Que se deja llevar. Justo antes de que se desate la tormenta. E4