Fernando Orozco Lara, promesa política

Tiene una sonrisa permanente y empática. No tiene la menor huella de indecisión, duda o titubeo en sus rápidas respuestas. Como si su mente estuviera programada para responder a todas las interrogantes. Es el alcalde de Parras de la Fuente, Fernando Orozco Lara, un joven abogado que es promesa de reivindicación política para este pueblo mágico tras 20 años de malos y pésimos Gobiernos. Se trata de un político educado, atento, afable, seguro de sí mismo y con mucho aplomo. Consciente de que este periodista buscará su yugular para contradecir su discurso, su actuación, su gestión municipal. Pero el alcalde Orozco es franco y directo, en los meses que lleva al frente del municipio ha demostrado honradez, transparencia y confianza, valores que se habían perdido en su totalidad con esa saga inaudita de alcaldes corruptos, cínicos, saqueadores, felones contra un pueblo noble que les dio su confianza y al cual asaltaron en contubernio con sus esposas, parientes, amantes, concubinas y barraganas sin piedad alguna, agravio que no olvidaremos y seguiremos señalando para vergüenza de sus descendientes.

Y el frugal desayuno con el alcalde Orozco se ameniza con una charla sin rodeos ni simulaciones. Nos dice que la dura realidad es el apremio económico por el que atraviesa el municipio en el que han disminuido ostensiblemente las participaciones federales, también por la deuda heredada de los Gobiernos anteriores y los pasivos laborales: «Hacemos hasta lo imposible con recursos tan mermados ante demandas tan sentidas de la población».

Cierto es que en mayo pasado publicamos un artículo muy crítico y hasta insultante en contra de Orozco Lara, pero él como buen abogado nos dice convencido: «Todo insulto tiene un fondo invariable de libertad y de rectitud. La libertad de decir lo que se piensa y la rectitud del que se atreve a ser libre. Aunque hay muchos que aseguran que los insultos envenenan a la gente, pero hasta los venenos, utilizados en una proporción adecuada, resultan beneficiosos». Una buena lección de tolerancia y pragmatismo de nuestro alcalde Orozco Lara.

Los anteriores alcaldes se ausentaban por semanas y hasta por meses enteros de la alcaldía. Nos dice Fernando que lo más simple en política es la gestión de las cosas y que esa capacidad de gestión la ha desarrollado teniendo como ejemplo a seguir la actuación del gobernador Miguel Ángel Riquelme y la del secretario de Desarrollo Social, Manolo Jiménez, de ahí que a diario se atiende con esmero a todas las personas que acuden a buscar solución a sus problemas y cada jueves el alcalde acude a las diferentes colonias y ejidos llevando a todos los directores de su administración para la gestión de asuntos públicos de su competencia.

«Con una severa escasez de recursos hacemos frente a las más apremiantes demandas ciudadanas, las cuales, en verdad nos preocupan y nos ocupan. Es muy difícil estar al frente de una alcaldía sin recursos. Me recuerda al presidente chileno Arturo Alessandri, que a pesar de despachar en el Palacio de La Moneda había una terrible escasez no sólo de monedas sino de dinero. Decía que ese palacio era una casa donde mucho se sufre, y así estamos en este palacio municipal, un palacio con escasez de presupuesto, pero saldremos adelante», concluye nuestro alcalde de Parras, el abogado Fernando Orozco Lara.

Karl Marx se equivocó con México

El título de este artículo es mamón, pero en cierta forma se utiliza para magnificar las contradicciones tan aberrantes que se dan en este país, como diciendo —y así lo consignan— que si Franz Kafka hubiera nacido en México ahora fuera un costumbrista, y esto sin olvidar al aclamado cineasta aragonés Luis Buñuel que aquí filmó Los olvidados (1950), fiel retrato de la miseria en México, miseria que no cesa sino que aumenta como los homicidios y las armas que menciona Buñuel en sus memorias, que todo ese embrollo se ha vuelto exponencial, ha empeorado como fiel estampa de nuestro surrealismo político y democrático.

¿Y por qué se equivocó Marx con nosotros? Porque aquí pasa a la inversa de su crítica a la farsa de la historia. Basta ver algunas tragedias de nuestro pasado que ahora parecen una charada comparadas con los dramas que hoy vivimos.

El hecho de que Marx y Engels hayan festejado la invasión de los Estados Unidos a México en 1847 nos debe mover a una reflexión: ellos justificaron la artera agresión porque, según Engels, éramos «perezosos, sin moral y sin aprecio por la justicia» mientras que Marx fue más allá en su dureza criticando a nuestros soldados cuya actuación, en la actualidad, está siendo cuestionada por la absurda decisión de AMLO de los «abrazos, no balazos».

Referente a la repetición de la historia, Fritz Glockner lo consigna en su Memoria roja (2013), en hechos sucedidos en el estado de Guerrero en 1960. Resumiendo: los estudiantes normalistas de Ayotzinapa liderados por Lucio Cabañas se movilizan en contra del Gobierno del general represor Raúl Caballero Aburto. «Y las manifestaciones se hacen cotidianas con destrozos en los edificios públicos. Vuelan piedras, palos y cohetones, la policía reprime y diez estudiantes resultan muertos». Crece la indignación de los normalistas. Las fuerzas armadas se achican y se repliegan. Los asesinos desaparecen y nadie sabe de ellos. Y un editorial de esos días cuestionó: «¿Quiénes son los malos? ¿Dónde están los buenos? Las aguas se hacen cada vez más turbias y las contradicciones no cesan; un sólo grito popular se escucha en Guerrero: ¡Justicia!».

Dice Marx en su «18 Brumario» que los hechos y los personajes de la historia se repiten; una vez como tragedia y la otra como farsa. Pero resulta que en este México bizarro los hechos se repiten a la inversa, de manera trágica y criminal que nada tienen que ver con algún tipo de farsa. Basta ver el caso Iguala y la tragedia actual de los normalistas asesinados.

En efecto, después de medio siglo la historia se repite en Guerrero, sólo que ahora los normalistas asesinados y desaparecidos rebasan cuatro veces a los de 1960. Peor que en el pasado, ahora el narco es el asesino. Hoy los militares están presos y los delincuentes libres.

Y Luis Buñuel se asombra en Mi último suspiro (Memorias 1982) de que en el estado de Guerrero, tras una campaña de «despistolización» del Gobierno, todo mundo se apresura a «repistolizarse». Buñuel se sorprende que un alcalde le diga que cada domingo el pueblo tiene su «muertito». Hoy en Guerrero se cometen 470 homicidios al mes y 2 mil 550 mensuales en todo el país. Es cierto, Marx se equivocó con México.

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