Filosofía del verbo

Hace muchos años leí Filosofía del verbo de Felipe Robles Dégano, sacerdote, filósofo y lingüista español, nacido precisamente a un costado de Ávila, la tierra de nadie menos que Santa Teresa de Jesús.

La enseñanza o, mejor, el aprendizaje fue múltiple. Ya sé: nos vamos a morir ignorándolo casi todo, como me dijo un día mi hermano Felipe Garrido.

Y, sin embargo, de Dégano comprendí la existencia del modo verbal ejecutivo, cuyo término no me gusta por sus irisaciones políticas semánticas. Este modo, no incluso por las academias, se distingue del imperativo en que no media un trecho entre el decir y el hacer, esto es, cuando dices ejecutas.

Dégano aduce su ejemplo cardinal de raigambre bíblica, y es éste: «Id malditos al fuego eterno del infierno». Yo, por mi parte, intentaré ilustrar con dos botones de muestra más del modo ejecutivo.

Uno de Miguel de Unamuno cuando culmina un cuento y dice, de manera escueta pero contundente, «aquí termino».

El tercero se lo escuché a una diputada española de cuyo nombre no puedo, por desgracia, acordarme y quien dijo con precisión de arquero medieval que lo que llamamos suerte sólo estriba en saber cuidar los detalles.

Y es éste: «renuncio»: entre el decir y el hacer hay una distancia computable en cero.

Breve pero enfática recordación de Felipe Robles Dégano y su modo verbal ejecutivo. «Ah». E4

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