Francisco Villalobos, In Vineam Domini

«… En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros…» (Juan 14:1-4)

En vísperas de la fiesta de la presentación del Señor —la Candelaria—, a las 7:20 de la tarde del 1 de febrero de 1921 nació, en la finca marcada con el número 678 de la calle 3 del sector Hidalgo de Guadalajara, un niño al que llamaron Francisco Raúl, noveno hijo del matrimonio de Carlos Villalobos con María del Refugio Padilla, quienes lo registraron civilmente ocho días después de su alumbramiento.

Antes de que nacieras te había consagrado (Jr 1:5)

A la recepción de las aguas bautismales fue llevado a los 18 días de su nacimiento. El sacramento fue efectuado en su parroquia de adscripción, el Sagrario Metropolitano, por la administración del presbítero Federico M. López. Sus padrinos fueron Salvador Álvarez y su esposa Elvira Alba.

La familia fue numerosa; 13 hijos alegraron el domicilio de un hogar con valores humanos y cristianos de piedad profunda; por ello, la educación inicial de Francisco Raúl se llevó a cabo en el Colegio Jalisco, en Guadalajara. En el periodo 1928-1929 se distinguió como miembro de la selección de futbol en dicho plantel, por lo que obtuvo constantes preseas. La educación secundaria la cursó con los hermanos maristas, al tiempo en que era miembro asiduo y monaguillo en la Congregación Mariana.

Ánimo, levántate; Él te llama (Mc 10:49)

Siendo apenas un infante dio muestras de vocación al sacerdocio. Según se recuerda de las anécdotas familiares, sus juegos le llevaban a soñar en ser sacerdote. Su hermana María Elena le hacía casullas de papel para «celebrar misa».

Descubiertos los gérmenes de su vocación, después del primer año de bachillerato que cursó con los padres jesuitas, a los 17 años ingresó al Seminario Diocesano de Guadalajara, el 9 de noviembre de 1938, al segundo año de preparatoria. Ese año fue el primero de su formación, donde destacó rápidamente por su aprovechamiento académico, especialmente en la asignatura de Lengua Latina, donde obtuvo la máxima calificación y mención de honor.

«Si en el plano de la fe debo descubrir el gozo de haber sido gratuitamente llamado a un servicio de colaboración, el peso de la responsabilidad me hace vivir en no pequeña angustia por la magnitud de la misión encomendada»

Al año siguiente, en el curso 1939-1940 —tercer año de preparatoria—, obtiene en la mayoría de sus asignaturas calificaciones máximas y menciones de honor pese a que eran años difíciles para la formación sacerdotal en México, por lo que debió prepararse en el silencio de la clandestinidad. En ese periodo las casas del seminario fueron incautadas. Los seminaristas estudiaban entre correrías y arreos.

En un informe rectoral de aquellos años, el rector, presbítero José Miguel de Alba, alude al sistema formativo del seminario bajo tales circunstancias: «donde se crearon pequeños grupos de estudiantes a cargo de sacerdotes profesores, en los rincones que les fuera posible, para darles formación a los alumnos». El seminarista Francisco Villalobos pasó así los tres primeros años de su formación en su propia casa, y asistía clandestinamente a clases. Fue alumno interno cuando el seminario estuvo ubicado junto al templo de San José de Analco, con formadores de la talla de José Salazar López, a la postre cardenal y arzobispo tapatío; José Ruíz Medrano y los padres José y Enrique Toral. Del mismo modo, recibió la enseñanza litúrgica del padre Francisco de Aguinaga, a quien sirvió como monaguillo durante su infancia.

La mayor parte de sus estudios en el seminario fueron sobresalientes, ello le valió ser promovido para cargos relevantes como jefe de redacción de la revista Apóstol entre 1945 y 1947, la cual impulsó grandemente y revolucionó en su edición y formato. Por esas fechas recibió las órdenes menores; el 14 de abril de 1946 fue tonsurado y el día 18 admitido como ostiario y lector.

Te seguiré a dondequiera que vayas (Lc 9:57)

En 1947, siendo de órdenes menores, fue enviado a Roma «para beber en la fuente la virtud y la ciencia», en compañía de un grupo selecto de seminaristas de su casa de estudios. En el informe rectoral de ese año, el minorista Francisco Villalobos es mencionado como parte del elenco de los seminaristas estudiantes en el extranjero, específicamente en el Pontificio Colegio Pío Latino Americano de Roma. En su estancia en la capital italiana logró, por medio de la Universidad Gregoriana, la licencia en Teología y en Historia Eclesiástica; en esta también se doctoró. En la Ciudad Eterna recibió, el 27 de abril de 1948, el subdiaconado, y el 18 de diciembre del mismo año el diaconado.

Como parte de los festejos del jubileo de oro sacerdotal del entonces pontífice Pío XII, la generación de 1949 fue consagrada en el orden presbiteral como ofrenda al Santo Padre; 28 de estos neosacerdotes fueron consagrados en Guadalajara, y otros cuatro en la capilla del Colegio Pío Latino-Americano de Roma, entre estos Felipe de Jesús Campos, Rafael García, Ignacio Coss y Francisco Raúl Villalobos Padilla. La ceremonia fue presidida por el obispo de Salto, Uruguay, monseñor Alfredo Viola. Su primera misa fue cantada en el templo de Nuestra Señora del Carmen.

Por su compromiso en la formación sacerdotal, fue destinado desde los albores de su ministerio a desempeñarse como formador en el seminario. Su primera estancia fue como prefecto de latinos, después como iniciador y director del Instituto de Vocaciones Tardías; en el periodo 1965-1966 tuvo a su cargo las cátedras de Historia Eclesiástica, Liturgia, Arte Sagrado y cuestiones sacerdotales; al mismo tiempo cumplía el cargo de prefecto de teólogos y director de la Academia Literaria de Santa María de Guadalupe y San Juan de la Cruz. En el siguiente curso, 1966-1967, además de las antedichas asignaturas impartió la materia de Patrología, y en el largo periodo 1959-1968 se le asignó el servicio de director de la revista Apóstol, cargo que concluyó cuando tomó las riendas del plantel levítico, y en 1968, por disposiciones superiores, recibe el nombramiento de vicerrector del seminario diocesano, como suplente del presbítero Jesús Becerra Fernández.

Según documentos de la Arquidiócesis de Guadalajara, en su primer informe rectoral, el padre Villalobos afirmaba que experimentaba «el ansia de declarar que, si en el plano de la fe debo descubrir el gozo de haber sido gratuitamente llamado a un servicio de colaboración, el peso de la responsabilidad me hace vivir en no pequeña angustia por la magnitud de la misión encomendada».

En Guadalajara, su rectorado fue de corta duración, tan sólo tres años, pero no por ello menos diligentes, pues llevó a cabo la aplicación de las reformas posteriores al Concilio Vaticano II ante seminaristas «demasiado informados» y con inquietudes de acabar con todo el pasado, sintiendo que debía detener un torrente con las manos. Ante esto, el padre Villalobos supo descifrar los signos de los tiempos y conducir con mano suave, pero con firmeza —suaviter in modo, fortitier in re—, a los seminaristas «tambaleantes» por el tiempo de la transición. Por su cargo en el seminario, Villalobos Padilla era miembro de Iure del Consejo Presbiteral de la Arquidiócesis.

El buen pastor da la vida por sus ovejas (Jn 10:11)

Fue el 9 de mayo de 1971 cuando se anunció en el periódico L´Osservatore Romano que, con la anuencia de S.S. Paulo VI, el padre Francisco Villalobos era manifestado como obispo titular electo de la sede de Columnata y como auxiliar en Saltillo, en el Gobierno de monseñor Luis Guízar y Barragán.

Villalobos Padilla eligió el lema episcopal In Vineam Domini —(enviado) a la Viña del Señor—, y como escudo un báculo en forma de cruz, rodeado por una guía de parra, de la que cuelgan hacia dentro, alteradamente, dos racimos de uvas y dos pámpanos.

Como parte de los festejos y regocijos por semejante noticia, los seminaristas organizaron una velada literario-musical el 22 de junio de 1971. Era sentir de muchos que, con la exaltación de su padre rector a la plenitud del sacerdocio, el seminario de Guadalajara sentía el choque natural de pena y gozo. Pena, por perder a un sacerdote en cuyas manos se avanzaba por el camino de la salvación; gozo, porque era honrado con una nueva visita del Espíritu Santo.

La ordenación episcopal se efectuó en la Catedral de Saltillo, bajo la consagración de monseñor Guízar y Barragán, siendo co-consagrantes el entonces arzobispo José Salazar López, de la arquidiócesis tapatía, y monseñor Antonio Sahagún López, de la diócesis de Linares. Además, se contó con la presencia de monseñor Carlos Quintero Arce, arzobispo de Hermosillo, a cuyo cargo estuvo la predicación y que alentaba al nuevo prelado al cumplimiento de su lema episcopal, para ser verdaderamente un enviado a la Viña del Señor, «y hacer florecer más esta viña de la Iglesia que en Saltillo produce tan hermosos frutos de santidad y brotes nuevos de esperanza de la renovación conciliar».

Tras un breve periodo de noviciado, de aprendizaje en la toma de las riendas de la grey, por aquiescencia del sumo pontífice Paulo VI, se otorgó la titularidad de la diócesis saltillense a monseñor Villalobos, pues monseñor Guízar ya había sobrepasado la edad canónica para dimitir de las funciones de su oficio y su renuncia fue aceptada por el romano pontífice, de tal modo que Villalobos Padilla recibió el nombramiento de Obispo Titular el 4 de octubre de 1975, día en que fue firmada la bula papal, para convertirse en el quinto obispo de esta diócesis saltillense.

El 28 de octubre de 1975, monseñor Guízar Barragán le entregó el timón de su Iglesia particular; ese día Guízar cumplía 57 años de sacerdote y, además, se celebraba el décimo aniversario de la promulgación del decreto del Concilio Vaticano II sobre el Ministerio Pastoral de los Obispos. Fueron partícipes de esta celebración el delegado apostólico monseñor Mario Pío Gáspari; el arzobispo de Monterrey, Manuel Espino, y su obispo auxiliar, J. de Jesús Tirado; el obispo de Torreón, Fernando Romo; el de Tabasco, Rafael García; el de Matamoros, Sabás Magaña; el de Tampico, Arturo Zsymasnki; el de Ciudad Victoria, Alfonso Hinojosa; el de Linares, Rafael Gallardo, y el obispo de Corpus Christi, Texas.

La mies es mucha y los obreros pocos (Mt 9:37)

En la fecha de la toma de posesión, en un comunicado dirigido a monseñor Villalobos por parte de la Sagrada Congregación para los Obispos, se le animaba a «resolver las problemáticas diocesanas según las directrices del Concilio Ecuménico Vaticano II»; sin embargo, puntualizaba que «para resolverlos no basta el número de sacerdotes con que contaba la diócesis, por ello era necesario, en primer lugar, despertar las vocaciones, cultivarlas y perfeccionarlas por medio de una renovada conciencia diocesana. Este primer servicio de ningún modo puede ser sustituido».

La insuficiencia sacerdotal en Saltillo era un problema evidente que tuvo que irse resolviendo con diligencia. Para 1979, cuatro años después de la recomendación de la Congregación para los Obispos, en la diócesis de monseñor Villalobos había 49 parroquias, de las cuales cinco estaban sin sacerdote. Para solucionarlo, la atención episcopal se centró en el seminario. Del mismo modo, como hizo en su tiempo de vicerrector en Guadalajara, puso en la mesa de debate la calidad de la formación de los seminaristas para que pudieran acceder a un título en este rubro y obtener un certificado reconocido oficialmente; por ello, en 1982 se considera conveniente «que el seminario tenga una secundaria y una preparatoria propias». Los esfuerzos del prelado y su equipo de trabajo en las vocaciones sacerdotales se centraron en que la diócesis fuera autosuficiente en la formación de sus futuros sacerdotes; que tuviera los medios para una mejor formación humana, intelectual y espiritual. Deseaban también una institución donde se formaran las vocaciones adultas. En ese tiempo, los seminaristas mayores pasaban al seminario de Guadalajara o de Monterrey o de San Luis Potosí a continuar los estudios eclesiásticos.

Del mismo modo, en su periodo episcopal en Saltillo se promueve la erección del Seminario Auxiliar del Sagrado Corazón, con sede en Piedras Negras, con fecha del 20 de julio de 1989. En esa misma fecha se estableció el decreto de la creación del curso introductorio, que empezó con 23 seminaristas en septiembre de dicho año. Ya bien estructurado el Seminario Menor, en diversas reuniones el presbiterio, el obispo y los sacerdotes vieron la conveniencia de que la diócesis contara con el Seminario Mayor; el primer paso fue consolidar el filosofado, bajo el nombre de Instituto de Filosofía Luis Guízar Barragán, establecido el 28 de agosto de 1994 con 19 seminaristas, quienes pasaron a residir en las instalaciones del curso introductorio, y este se reubicó en una nueva área construida en el Seminario Menor por determinación del prelado. El 3 de agosto de 1995, en el 24 aniversario episcopal del señor Villalobos, como parte de sus festejos se colocó la primera piedra del edificio del filosofado, que se constituiría como el Seminario Mayor, el cual quedó concluido en tiempo récord el 26 de julio de 1996, fecha en que fue bendecido y ocupado por 60 alumnos, adelantando brevemente con este acontecimiento los festejos por las bodas de plata episcopales del querido obispo.

El corazón del pastor se alegraba, ahora era más factible resolver la falta de vocaciones y constituir una formación completa para los levitas de su Iglesia particular. Otros elementos destacables durante su Gobierno consisten en la amplia apertura que dio al trabajo de colaboración pastoral con las órdenes religiosas, el impulso al protagonismo de los laicos en la pastoral y la formación catequética para el crecimiento en la fe y la vida cristiana.

Fue durante la administración de monseñor Villalobos que el 23 de junio de 1991 se celebró el centenario de la erección de la diócesis saltillense, evento en el que participaron miles de fieles congregados en su entorno.

Señor, está bien que nos quedemos aquí (Mt 17:4)

Después de un largo periodo de desempeño pastoral en la única diócesis a su cargo, de establecer numerosas parroquias, y velar incansablemente por su seminario, a llegar a la edad canónica, en el año de 1996 presentó la solicitud de la dimisión a sus oficios episcopales, la cual le fue aceptada hasta cuatro años después, en vísperas del tercer milenio, el 31 de diciembre de 1999.

El 19 de marzo del 2000, en la solemnidad del señor San José, monseñor Villalobos preparó una gran bienvenida para su sucesor, que sería monseñor Raúl Vera López, OP, quien tomaría posesión canónica de su sede episcopal al día siguiente, 20 de marzo. Tras casi 29 años como pastor de Saltillo, y casi 25 de ellos como titular, monseñor Villalobos se convirtió en pastor emérito de esta diócesis norteña, avecindándose en este terruño que ocupó un lugar preferente de su corazón de pastor, y donde sostuvo una vida recatada, discreta y edificante.

Como obispo emérito, no dejó de celebrar la Santa Misa y de atender fielmente a quienes lo solicitaban, testimonio confirmado en medio de las contrariedades pandémicas de COVID-19. A las 19 horas del día 6 de enero de 2021, frente a la comunidad de teólogos del Seminario Mayor, monseñor Villalobos se presentó, prácticamente en vísperas del centenario de su nacimiento, y presidió la Eucaristía aún en plenitud.

Retorno a la Casa del Padre (Jn 14:1)

El lunes 1 de febrero del 2021, con una misa a puerta cerrada en la Catedral de Saltillo para evitar los riesgos sanitarios por coronavirus, se dieron las gracias por su aniversario 100 de vida, ceremonia en que le asistieron el nuevo obispo titular Hilario González García —en ese momento recién llegado—, y el también emérito fray Raúl Vera López, OP. En 2021 celebró también 50 años de consagración episcopal.

A lo largo de ese año, con una lucidez que nunca perdió y consciente de encontrarse en el atardecer de su existencia, Villalobos se dio la oportunidad, cuantas veces pudo, de manifestar su gratitud a la feligresía de una diócesis que lo abrazó con calidez, que le reconoció su firmeza de carácter para alcanzar objetivos, así como su calidad de disciplinado y prudente, misma feligresía que vio siempre en él a un «padre bueno».

Al final, tras gozar de un año más de vida, tristemente tan solo dos días después de su aniversario 101, monseñor Francisco Raúl Villalobos Padilla perdió la batalla contra un contagio de COVID-19, la peste del siglo. El jueves 3 de febrero de 2022 dejó este plano existencial para regresar a la Casa del Padre. E4

Es ingeniero egresado de la Universidad Autónoma de Chapingo con especialización en el área de Economía. Ha ejercido el periodismo en Saltillo. Trabajó en El Diario de Coahuila; se desempeñó como editor, diseñador, fotógrafo, redactor de editoriales y artículos de economía, industria automotriz, cultura e historia de Saltillo en el periódico Vanguardia.

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