Freud y el desiderátum de ser felices

El malestar en la cultura, una de las últimas obras de Sigmund Freud, es más un libro de filosofía que de psicoanálisis. Si queremos ver cómo se exploran los temas filosóficos desde el psicoanálisis, este texto se torna de referencia ineludible. En él nos topamos con los trillados, manidos y sobados temas filosóficos de la religión, la felicidad, el sufrimiento, la cultura, el amor, la agresividad y la muerte. Todo este análisis es usado para fundamentar la tesis central del libro de que la cultura genera un malestar en el Occidente moderno. Y ello porque sus mecanismos de represión impiden que la libido se libere y proporcione al individuo las cuotas de placer requeridas para el logro de su plenitud.

El libro de marras, a ratos, se asemeja a un manual de superación personal. Pues el pensador austriaco no sólo elabora el diagnóstico, sino que se atreve a proponer cierta terapia. Por ejemplo, no sólo nos habla de la infelicidad, sino que sugiere algunos caminos para sortearla. En esta ocasión, concentraré mi atención en uno solo de los temas que aborda esta obra: el de la felicidad.

La felicidad es un tema netamente filosófico, concierne a la ética. El autor de La interpretación de los sueños sostiene que la aspiración a la felicidad tiene dos fases, dos caras de la misma moneda: evitar el dolor y experimentar el placer. En cuanto a los métodos para evitar el dolor, contra el sufrimiento producto de las relaciones humanas, usamos el alejamiento voluntario de los demás. En su poema «A la salida de la cárcel», Fray Luis de León opta por esta salida: «Dichoso el humilde estado del sabio que se retira de aqueste mundo malvado… y a solas su vida pasa ni envidiado ni envidioso». Contra el temible mundo exterior, esgrimimos la técnica para domeñar a la naturaleza. Y contra el dolor producto de nuestro propio cuerpo, recurrimos a la intoxicación. Y para complementar estos métodos, descubre tres remedios para soportar lo duro de la vida: las distracciones poderosas, tales como la ciencia; las satisfacciones sustitutivas, tales como el arte; y los narcóticos. Aquí conecta el recurso de la intoxicación con el remedio de los narcóticos. Estas recetas nos evocan un libro de la misma época: La conquista de la felicidad de Bertrand Russell.

No conforme con ello, Freud nos dice que también se procura evitar el dolor buscando el origen del mismo en el deseo. Se trata de aniquilar los instintos. El budismo y la práctica del yoga catalizan este proceso. Otra técnica para evitar el sufrimiento recurre a los desplazamientos de la libido. Se reorientan los fines instintivos de modo que se elude la frustración del mundo exterior. Es la llamada en psicología «sublimación». Freud advierte que este remedio no es para todos.

Freud es pesimista. Concluye señalando que «el designio de ser felices que nos impone el principio del placer es irrealizable; mas no por ello se debe —ni se puede— abandonar los esfuerzos por acercarse de cualquier modo a su realización». Sugiere usar varios factores. Y de manera un tanto sorpresiva, tratándose de un ateo confeso, propone aferrarse a la religión, pues ella logra evitar que caigamos en la neurosis: «Su técnica consiste en reducir el valor de la vida y en deformar delirantemente la imagen del mundo real…» Y podría haber ido más allá si hubiese conocido la justificación que Cioran hace de la religión al identificarla con el «placer de la piedad».

Freud, que fue acusado de pansexualista, está claramente alineado a la corriente ética conocida como eudemonismo. Corriente que pone en el centro la búsqueda de la felicidad, frente al deontologismo que preconiza el cumplimiento del deber como lo propiamente ético. La cultura y la represión marchan por este camino. Freud elige el otro. Otros dirán que, en realidad, Freud se acerca al hedonismo por su recomendación de liberar la libido y evitar al máximo la represión.

El autor de La interpretación de los sueños culpa a la cultura de ser quien castra nuestro anhelo de plenitud. La cultura utiliza como medio para lograr su objetivo la represión de los instintos. El sentimiento de culpabilidad que genera la cultura produce un malestar. La cultura es, a final de cuentas, el enemigo acérrimo de la felicidad. Sin embargo, el padre del psicoanálisis admite que los recursos con los que intentamos defendernos contra los sufrimientos proceden a su vez de la cultura. He aquí la doble cara de Jano de la cultura.

Hace cerca de cien años, en 1930, se publicó este opúsculo, y sigue siendo indispensable, no sólo para el tema de la felicidad, sino, sobre todo, para el tema de la cultura y de sus restricciones.

Referencia:

Freud, Sigmund, El malestar en la cultura, Trad. de Ramón Rey Ardid, Alianza, BA 0630, Madrid, 1999.

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