Gálvez, la presidenciable inesperada; el FAM es dinamitado desde dentro

La popularidad de la senadora no basta para afrontar a la maquinaria de Morena. El partido del presidente López Obrador gobierna 23 estados en los cuales se concentra el 85.9% de la población. Fisuras en el Frente Amplio por México e intromisiones de Vicente Fox dificultan aún más el escenario para las oposiciones

Fox, el eterno lenguaraz, lastre para la oposición

El día que los chivos tomaron el poder. «Todos son iguales»

La eventual candidatura presidencial de Xóchitl Gálvez (PAN-PRI-PRD) provocó euforia repentina entre los malquerientes del presidente Andrés Manuel López Obrador. Sin embargo, es demasiado temprano para echar las campanas al vuelo. No porque la senadora esté imposibilitada para ganar, sino porque las circunstancias no le son propicias. En 2018, los candidatos de los partidos camuflados hoy en el Frente Amplio por México (FAM) captaron 21 millones de votos en los 31 estados bajo su bandera. Morena, sin uno solo, recibió 30 millones. El movimiento obradorista llegará a las elecciones del año próximo con 23 gobernadores; Acción Nacional tiene cinco, el PRI dos y otros tantos Movimiento Ciudadano, pero no forma parte del FAM.

Las 88.6 millones de personas gobernadas por Morena —incluidas las de Estado de México y San luis Potosí— representan el 68.2% de la población del país de acuerdo con el censo 2022 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi). El hándicap complica aún más el escenario para el FAM. Gálvez es hoy por hoy la aspirante más popular, pero las encuestas, por sí solas, no determinarán al candidato opositor. El FAM presentará el 17 de agosto la terna finalista, con base en los sondeos de opinión, pero después vendrá la prueba de fuego: cinco foros de debate. En ese terreno, la también senadora Beatriz Paredes supera a Gálvez en capacidad intelectual, trayectoria y experiencia.

La apuesta del FAM y de los grupos de presión por Gálvez es un movimiento a la desesperada. Figura secundaria en la arena política, la hidalguense saltó a la palestra en 2003, cuando Vicente Fox la puso al frente de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas. Siete años más tarde, el PAN, PRD, PT y Convergencia (hoy Movimiento Ciudadano) la postularon para la gubernatura de Hidalgo. Perdió con Francisco Olvera, de la coalición PRI-Verde-Nueva Alianza. En 2015 se convirtió en jefa de la Delegación Miguel Hidalgo (Ciudad de México), y en 2018 ingresó al Senado por la vía plurinominal.

Los grupos de poder y las nomenklaturas partidistas ignoraron a Gálvez durante 20 años. Hasta hace poco, incluso, la prensa y la «comentocracia» solo se ocupaban de ella por alguna de sus chanzas. El 15 de diciembre pasado subió como botarga de dinosaurio a la tribuna del Senado para protestar por «plan B» de la reforma electoral. En otras circunstancias, esta política y empresaria, entre cuyos clientes se cuentan Gobiernos de distinta filiación, no habría sido considerada para la presidencia por su perfil y estilo populachero.

Sin figuras atractivas y con arrastre para plantar cara al presidente López Obrador, el frente opositor estaba contra las cuerdas. Empero, un par chispazos pusieron a la senadora en el candelero. Gálvez ganó una demanda de amparo para asistir a las mañaneras y ejercer su derecho de réplica; después tocó las puertas. Mientras, en el FAM aparecían las primeras fisuras. La periodista Lilly Téllez, el exsecretario de Comercio, Ildefonso Guajardo, y el extitular del IMSS, Germán Martínez, descalificaron el proceso y abandonaron la carrera.

Líder del PAN en el Gobierno de Felipe Calderón, Martínez llegó a la Cámara Alta postulado por Morena; ahora es senador independiente y crítico por sistema del presidente López Obrador. En el mensaje de Twitter donde anunció su declinación, acusa que el método de selección no es una encuesta ni una elección abierta. Tampoco «es de partidos, ni es plenamente de ciudadanos». En su caso, advierte, no se echará «en manos de cargadas empresariales o de padrones partidistas». Más claro, ni el agua. Las élites económicas y las burocracias partidistas serán las que, al final, inclinen la balanza. Tal será el talón de Aquiles de Xóchitl Gálvez, si resulta ser la ungida.

El síndrome de Vázquez Mota

Si la elección presidencial fuera un concurso de simpatía, Xóchitl Gálvez (PAN) quizá podría convertirse en la primera mujer en ocupar el cargo y suceder nada menos que a Andrés Manuel López Obrador. Sin embargo, esa visión simplista choca con experiencias de estadistas de la talla de Benjamin Disraeli. Como político quiso agradar a todo el mundo, pero se dio por vencido: «El que ostenta el poder es siempre impopular». El también escritor inglés hablaba con pleno conocimiento de causa. Fue primer ministro del Reino Unido en dos ocasiones y en tres se desempeñó como ministro de Hacienda en la segunda mitad del siglo XIX.

Gálvez no está en la situación actual contra su voluntad, al contrario, la disfruta. Su proyecto no era la presidencia, sino la jefatura de Gobierno de Ciudad de México. Deseaba reemplazar a Claudia Sheinbaum, no competir con ella por la silla del águila. Las circunstancias modificaron la ruta de esta mujer exitosa forjada en la cultura del trabajo. Estudió ingeniería en computación en la Universidad Autónoma de México; su dormitorio era un cuarto de azotea. La incorrección política distingue a Gálvez. Dice lo que otros líderes de oposición y legiones de mexicanos piensan del presidente, pero sus palabras, retadoras, surten efecto. A los demás aspirantes los lastra por su pasado.

Llamar la atención por desafiar al presidente y vencerlo en varios asaltos de calentamiento convirtieron a Gálvez en la favorita inesperada —y tal vez indeseada, pero funcional— del Frente Amplio por México (FAM). Bajo esas siglas, el PAN, PRI y PRD ocultan sus mezquindades; y la oligarquía, sus intereses. El protagonismo de esta nueva estrella (¿o globo sonda?) también le permite entrar a las mañaneras, sin acudir a Palacio Nacional, como era su deseo. Suponer que AMLO yerra al afrontarla abiertamente —y de soslayo después de que el INE le prohibió mencionarla en sus ruedas de prensa— es subestimar al fundador de un partido que en apenas cinco años ganó la presidencia, el Congreso y 23 gubernaturas.

El objeto de las acusaciones y denuestos de López Obrador no es Gálvez, sino las fuerzas antagónicas a su Gobierno que la patrocinan: los poderes fácticos representados por Claudio X. González y los medios de comunicación voceros de la oligarquía. El líder de Morena vende la idea de que las embestidas del FAM y de la senadora son contra su proyecto transformador y sus bases de apoyo. Gálvez sabe que el camino hacia la presidencia está sembrado de abrojos. Si como candidata —en caso de serlo— no despunta ni articula una propuesta creíble, podría correr la misma suerte de Josefina Vázquez Mota en 2012: ser abandonada a su suerte. El PRI cambia de chaqueta sin reparo y el PAN negocia al verse perdido. Así lo hizo con Peña Nieto.

Gálvez tiene ante sí obstáculos mayúsculos. El rechazo de las estructuras y las militancias partidistas a su eventual postulación; el machismo y la misoginia de las cúpulas; la aversión de las clases altas a candidatos autóctonos y de piel oscura; y la insolidaridad de género: las mujeres votan más por los hombres. De otro lado, afrontará a uno de los presidentes más fuertes y populares, cuya aprobación rebasa el 60%. Morena encabeza por extensión las intenciones de voto. «Los partidos de oposición (…) se mantienen en una alianza que a cada instante revela sus contradicciones: no solo carece de un solo candidato con posibilidades reales de enfrentarse a la poderosa maquinaria de los gobernadores de Morena —que gobierna el 70 por ciento del país—, sino que ha sido incapaz de elaborar la menor propuesta alternativa, sumida en contradecir —así sea con razón— las cotidianas palabras de AMLO» (Jorge Volpi, «El tablero», Reforma, 10.06.23).

Simulación y nuevo régimen

Las alternancias entre el PRI y el PAN fueron tersas debido a que los principales partidos dejaron de representar proyectos antagónicos y desde el Gobierno de Salinas de Gortari defendieron los mismos intereses políticos y económicos. Treinta años de privilegios y simulación dieron por resultado la irrupción de un movimiento social en el escenario nacional y el triunfo de Morena en la elección presidencial de 2018. A diferencia de las alternancias previas, la encabezada por Andrés Manuel López Obrador resultó brusca. Pues él mismo la definió como «un cambio de régimen, no solo de Gobierno». Las élites nacionales y extranjeras —antes intocables— perdieron ventajas e influencia y actuaron en consecuencia.

AMLO fustigó desde el primer día el modelo neoliberal defendido por el PRI, PAN y PRD a capa y espada. «Suena fuerte, pero privatización ha sido en México sinónimo de corrupción. (…) El poder económico y el político se han alimentado y nutrido mutuamente y se ha implantado como modus operandi el robo de los bienes del pueblo y de las riquezas de la nación». El presidente atribuyó la desigualdad económica y social, la inseguridad y la violencia, que su Gobierno tampoco ha podido resolver, a «la deshonestidad de los gobernantes y de la pequeña minoría que ha lucrado con el influyentismo».

Si las elecciones presidenciales del año próximo dieran por ganador al candidato de los partidos y grupos de interés desplazados del poder, ahora bajo la tutela del Frente Amplio por México (FAM), el país podría experimentar un periodo de inestabilidad. Esta sería la respuesta obvia ante la eventual reimplantación del régimen anterior y el resultado del choque de dos visiones irreconciliables: la de un Estado débil, sometido al mercado y a la oligarquía; y la de un Estado rector por encima de los poderes fácticos. En ese escenario, el Gobierno de coalición (PAN-PRI-PRD) estaría en el peor de los mundos, máxime si el sucesor de AMLO adolece de dependencia. Pues por un lado tendría a Morena como principal fuerza opositora en el Congreso (Senado y Cámara de Diputados) y los estados; y por otro, la movilización en defensa de los programas sociales de Gobierno.

La situación se salvaría en la medida que el Gobierno y las élites entendieran las nuevas circunstancias del país y se adaptaran a ellas en vez de tratar de imponer sus intereses y regresar al antiguo modus operandi. Hasta algunos de los críticos más viscerales López Obrador y de la 4T (incluidos Xóchitl Gálvez y Santiago Creel, dos de los principales aspirantes del FAM a la presidencia), reconocen la pertinencia de las políticas sociales. Incluso han ofrecido conservarlas y aún de mejorarlas, pues su cancelación dañaría a millones de mexicanos y generaría protestas. Las bases comunitarias de Morena, amplias y robustas, serían las primeras en reaccionar si se anulan.

El futuro del país dependerá de si la mayoría de los mexicanos le brinda a Morena un periodo más en la presidencia, necesario para consolidar el proyecto de transformación iniciado por AMLO, o si se vuelve al modelo anterior basado en los privilegios para las minorías. El PAN no recibió esa oportunidad debido a su incompetencia y por haber faltado a su promesa histórica de combatir la corrupción (actuó en sentido inverso) y de enterrar al PRI (al cual se asimiló). En 2006 conservó el poder porque lo arrebató, en una elección a todas luces fraudulenta, con la aquiescencia del PRI. El dinosaurio regresó a Los Pinos con Enrique Peña Nieto peor de envilecido. No de balde es hoy la última fuerza política en los estados después de Morena, el PAN y Movimiento Ciudadano. E4

Estados gobernados por partido en millones de habitantes

Morena 85.9      (68.2%)

MC        14.1       (11.2%)

PAN       10.8       (8.6%)

PRI         5.0         (4.0%)

PVEM   2.7         (2.2%)


El día que los chivos tomaron el poder. «Todos son iguales»*

En un país tercermundista, con aires de rico, la Constitución se reformó para que los partidos pudieran postular solo a animales

Una fábula cuenta que en cierta república bananera, con ínfulas primermundistas, la partidocracia nombró como presidente a un chivo, legitimado en las urnas por la ciudadanía. A los más suspicaces les olió mal tamaña extravagancia. ¿Cómo qué dejar en las patas de un animal el destino de una patria «tan rica en recursos como generosa con sus ladrones». El partido de los venales recurrió a la desmemoria colectiva, minimizó los pecados del rumiante y persuadió a la población de sus cualidades «únicas a la hora de gobernar». Pero aun así no se confió. Asesores de imagen que le conocían desde pequeño ordenaron que el rumiante solo podría emitir balidos en ambientes controlados.

El candidato era ovacionado por todo el mundo y la prensa oficialista lo arropaba e interpretaba sus ideas. «Mire usted, cuando dice ¡beee!, significa que, de ahora en adelante, los destinos de la república serán gloriosos». La traducción simultánea de la televisión hacía que el discurso sonara así: «No subiré los impuestos, tu familia vivirá mejor»… y todo un rosario de promesas a cual más de quimérica. La parábola cuenta que uno de los mayores deslices del chivo ocurrió en una Feria del Libro. No por su ignorancia al no poder citar tres títulos decisivos en su vida o por atribuir a un autor la obra de otro, sino porque, en vez de presentar los libros… se los comió. El control de daños resultó impecable.

El chivo disfrutaba los baños de pueblo, así fuera de colmillos afuera. Durante las ferias del voto el Partido de los ladrones lo paseaba atado con una cuerda y los asistentes tenían el privilegio de tocarle y acariciarle las astas. «¡Vaya cuernos!». El olor a cabrito desaparecía como por arte de magia; y a la hora de discursear, los acarreados celebraban jubilosos sus balidos. El resultado de las elecciones no sorprendió a nadie. La compra masiva de votos, a cargo de los operadores cibernéticos y de campo del Partido de los ladrones, le dio al chivo una victoria clamorosa. Las manifestaciones de la oposición, como pasa siempre en estos casos, fueron silenciadas ipso facto y la ciudadanía se olvidó del asunto. ¿Cuál deuda? ¿Cuáles empresas fantasma?

El nuevo mandatario de la república bananera con ínfulas primermundistas también tuvo su luna de miel. El experimento estrambótico podría no ser tan malo, pensaba el pueblo resignado. Inspirado acaso en el primer telepresidente de un país hermano, el chivo ideó un frente amplio con otros partidos, benéfico para todos, pues aumentaría el margen para la rapiña. Después vinieron los problemas. Uno de los mayores consistía en que el palacio era de cristal. El Partido de los ladrones cubrió patas y cuernos con esponjas. El remedio, en términos de imagen, dejaba mucho que desear.

Cuando la naturaleza llama, qué remedio. El sonido de vidrios rotos llegaba a las calles. En las giras por la república pasaba lo mismo. Vitrinas, escaparates y hasta lentes quedaban hechos añicos. Por si no bastara, la economía entró en picado junto con la credibilidad del Gobierno. Pues al tiempo que los voceros descalificaban a los críticos y veían conspiraciones en cada esquina, los nuevos ricos se multiplicaban. Adquirían propiedades, medios de comunicación y lavaban dinero dentro y fuera del país.

Los partidos de oposición entendieron el mensaje. Cambiaron estatutos y postularon candidatos tomados de la fauna. Los electores, cual chivo, se daban golpes contra la pared. «Todos son iguales», decían decepcionados de los animales políticos de dos y cuatro extremidades. En respuesta, el Partido de los ladrones y sus aliados reformaron la Constitución para que, en adelante, los animales fueran los únicos elegibles. «El chivo podría terminar su periodo sin consecuencias». En los países bananeros, a la mayoría y a las élites les importa un comino su destino. El chivo daba circo y toleraba la rapiña. La historia siempre se repite. E4

(* Adaptación libre de «La parábola del chivo en cristalería» de Ramiro Padilla Atondo,Sin Embargo, 23.02.15)


Fox, el eterno lenguaraz, lastre para la oposición

El expresidente pide pensión para él —cancelada por AMLO— y eliminar los programas sociales dirigidos a millones de mexicanos; Gálvez lo refuta

Andrés Manuel López Obrador ha mantenido a sus predecesores —la mayoría indefendible— a raya. Empezó por retirarles la pensión vitalicia, el seguro de gastos médicos mayores y el personal de seguridad y de servicio. Los presidentes en retiro (de Luis Echeverría, fallecido el año pasado, a Felipe Calderón) le costaron al país cientos de millones de pesos. Después convocó una consulta popular para enjuiciarlos. La participación, de apenas el 8%, no alcanzó el 40% requerido para ser vinculante, pero la abrumadora mayoría (90%) de quienes acudieron a las casillas votó por juzgar los crímenes del pasado.

Pero como con AMLO nunca se sabe, los expresidentes pusieron tierra de por medio. Carlos Salinas de Gortari, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto radican en España. El primero obtuvo pasaporte del país ibérico por su ascendencia sefardí (judeoespañola); el segundo imparte clases en el Instituto Atlántico de Gobierno, fundado por el expresidente José María Aznar; y al tercero se le concedió una visa dorada por haber comprado un departamento valuado en medio millón de euros (9.3 millones de pesos al tipo de cambio actual). Ernesto Zedillo, el más respetable de todos, reside en New Haven, Connecticut, donde se desempeña como director del Centro para el Estudio de la Globalización de la Universidad de Yale.

Vicente Fox vive en su rancho de San Cristóbal, Guanajuato, estado del que fue gobernador antes de cruzarse la banda tricolor. La única elección celebrada con manifestaciones populares espontáneas ha sido la suya, pues supondría el fin de la «dictadura perfecta» que detentó el poder entre 1929 y 2000. El político-empresario resultó un fiasco como mandatario, y como expresidente ha sido aún peor. Zedillo tuvo la decencia de renunciar a una parte de su pensión y a otros beneficios antes de ser canceladas por López Obrador apenas iniciada su gestión. Fox, en cambio, protestó la medida y pidió a la aspirante presidencial del PAN-PRI-PRD, Xóchitl Gálvez, que, en caso de ganar, restablezca los subsidios.

A diferencia de legiones de políticos —nacionales y locales— enriquecido a costa del erario y de endeudar a sus estados, la situación del expresidente, al parecer, no es buena. «Me ha costado trabajo la pérdida de apoyos, de talento y recurso humano. La pérdida de seguros (…), el de gastos médicos mayores, anda sobre 100 mil pesos mensuales a mi edad. La gente dirá: “Qué bueno que lo pague usted”, pues no es así. Los presidentes deben tener tranquilidad y los expresidentes, igual; sucede en todo el mundo», declaró el 19 de julio al periodista Fernando Collado en el programa «Tragaluz» de Latinus en YouTube.

El problema de Fox es la inconexión entre la lengua y las neuronas. En la misma emisión pidió a Gálvez cumplir «eso de que los huevones no caben en el Gobierno y tampoco en el país. Ya se acabó que estés recibiendo programas sociales (a adultos mayores, jóvenes, madres solteras y otros grupos vulnerables): a trabajar, cabrones, como dice Xóchitl».

La aspirante presidencial del Frente Amplio por México refutó a su exjefe. No solo propone conservar las políticas sociales del Gobierno actual, sino incluso mejorarlas. Dos días después, Fox le dio otro empujón a Gálvez en la carrera presidencial. «Sheinbaum es judía búlgara, Marcelo es fifí francés, Noroña es extraterrestre y Adán Augusto de Transilvania». ¡La única mexicana es Xóchitl», publicó en su cuenta de Twitter. Más tarde se disculpó, pero cuando lo hizo ya había ardido Troya. E4

Torreón, 1955. Se inició en los talleres de La Opinión y después recorrió el escalafón en la redacción del mismo diario. Corresponsal de Televisa y del periódico Uno más Uno (1974-81). Dirigió el programa “Última hora” en el Canal 2 de Torreón. Director del diario Noticias (1983-1988). De 1988 a 1993 fue director de Comunicación Social del gobierno del estado. Cofundador del catorcenario Espacio 4, en 1995. Ha publicado en Vanguardia y El Sol del Norte de Saltillo, La Opinión Milenio y Zócalo; y participa en el Canal 9 y en el Grupo Radio Estéreo Mayrán de Torreón. Es director de Espacio 4 desde 1998.

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