Gilberto Prado Galán, el rey del palíndromo

Hombre multifacético y prolífico escritor, el torreonense nos lega una treintena de libros y decenas de ensayos, pero, sobre todo, el ejemplo de una vida modesta que resaltaba aún más su genialidad

Sus textos

Curiosidades

Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad; y por consiguiente, nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti.

John Donne

Incluso las palabras de John Donne en su poema «Las campanas doblan por ti» no parecen hacerle justicia a Gilberto Prado Galán tras su fallecimiento, ocurrido el pasado 21 de octubre, a los 62 años de edad. Si bien la muerte de cualquier hombre nos disminuye, cuando ese hombre arquetípico es de la calidad humana del escritor torreonense, tanto o más nos afecta.

Su sencillez contrastó con los más de un motivo que tuvo para presumir un talento que a pocos les es otorgado. Basta decir que, durante su vida, logró crear la extraordinaria cantidad de 26 mil 162 palíndromos, práctica en la cual contaba con una maestría que bien pudiera llamarse genialidad. Tal destreza lo llevó a ser miembro de honor del Club Internacional de Palindromistas con sede en Barcelona. En abril de 2018 cinco palíndromos suyos fueron incluidos, con tiraje de diez millones de ejemplares, en los libros de texto de primero y segundo grados, español, lengua materna.

La disciplina férrea que se impuso —otra de sus virtudes— lo llevó a acatar una rutina prácticamente inquebrantable, como su voluntad, que le permitió exprimir al máximo su capacidad intelectual y desarrollar a plenitud su trabajo. Según sus propias palabras «…yo me levanto muy temprano. Entre las seis y las siete de la mañana y me pongo a escribir, es cuando se me da mejor y luego ya me pongo a leer, y ya hacia la tarde me pongo a ver algún programa, una serie o una película». Espacio 4 fue testigo y beneficiario de esta norma. Sus colaboraciones, siempre ingeniosas y pulidas, llegaban en tiempo y forma, y se convirtieron muy pronto en lectura habitual para nuestros seguidores.

Este método riguroso le permitió, además, publicar una treintena de libros en las editoriales más importantes del país y otras extranjeras. Fue autor de Huellas de salamandra (Fondo Editorial Tierra Adentro); El año de Borges (Miguel Ángel Porrúa/CNCA); El canto de la ceniza (editorial Calima de Palma de Mallorca, España), entre muchos otros, pero, acorde a su propio criterio, fue su último título, Ella era el jardín, su mejor trabajo porque entreteje filosofía, psicología y poesía. La obra la concibió tras el deceso de su esposa Leticia, con la cual permaneció casado por 32 años, y a quien se la dedicó. «Lo que más duele es la ausencia del ser amado en plenitud durante largos y venturosos años. Eso es lo que más me duele. Ayer, hace más de tres años. Ella ha muerto. Murió conmigo, con nosotros. Era una gris madrugada de diciembre, en el ocaso del otoño, en el umbral del invierno. Yo no quise ver su rostro ausente, su rostro muerto. ¿Por qué? Porque en mí siempre estará viva, hasta el último de mis días», escribió.

Ensayos, artículos, poemas y reseñas de su autoría fueron publicados por decenas de periódicos y revistas, tanto nacionales como internacionales. Parte de su obra se incluye en las antologías El mar es un desierto, poetas de la frontera norte (selección de Margarito Cuellar), Fonca / UANL, 1999; y Antología del premio binacional de poesía fronterizo Pellicer-Frost, Icocult, 2000.

Amigo sincero, su innata modestia lo llevó siempre a encomiar los valores de quienes le rodeaban, resaltando las virtudes ajenas y callando las propias. Un buen ejemplo son los elogios que le dedica al compositor y cantautor español Luis Eduardo Aute, a quien sorprendió con un palíndromo que le dedicara —«Aute prepara cara perpetua»—. Sobre el acontecimiento comenta Prado Galán: «Recibí a vuelta de correo, con saludable desconcierto, una carta breve, datada el 8 de enero del 2003: “Amigo Gilberto. Me encantó el palíndromo. De verdad, gracias”. (…) La carta de Aute, autor de “Rosas en el mar” y de “Sin tu latido” es, para mí, un sacramento». Me gustaría pensar que igual goce espiritual debió representar para el español, compartir amistad con Prado Galán.

Ritmo incansable

Gilberto Prado hizo suyas mil y una responsabilidades. La mayoría relacionadas con los campos del conocimiento. Fue licenciado en Psicología por el Instituto Superior de Ciencia y Tecnología de Gómez Palacio y Master of Arts por la New Mexico State University. En ese mismo centro de estudios desarrolló su perfil docente como profesor de español, aunque también impartió clases en las universidades Autónoma de Coahuila e Iberoamericana plantel Laguna.

Tuvo a su cargo la dirección del Departamento de Difusión Cultural de la Universidad Autónoma de Coahuila y, del mismo modo, la coordinación de Difusión Cultural de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México durante nueve años.

Su relación con la radio siempre resultó muy estrecha. Fue conductor del programa radiofónico «Más de noventa y nueve», de Ibero-Radio 90.9 FM; y llegó a dirigir la estación cultural Radio Torreón.

Amante del deporte, sus reseñas para La afición, Milenio, solían ser muy originales por estar acompañadas de palíndromos deportivos.

Prado Galán fue becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca) en 1992 y perteneció al Sistema Nacional de Creadores de Arte a partir de 2004. Asimismo, integró el consejo editorial de la revista iberorrománica Serta y fue miembro del Instituto Garcilaso Inca de la Vega, en Perú.

Ausencia notable

Gilberto Prado Galán ganó, entre otros premios internacionales, el Hispanoamericano Lya Kostakowsky (1993). El juradao lo integraron Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y Eduardo Galeano. En 1986 fue declarado Ciudadano Distinguido de Torreón.

Pero no solo en Coahuila o la Comarca Lagunera se lamenta su adiós. Medios de comunicación de todo el país hicieron eco de su deceso. Milenio, Excelsior, Imagen Radio, El Informador, Ciudadanía Exprés, El Horizonte, entre muchos otros le dedicaron sentidas páginas.

Citaba Prado Galán, en una de sus tantos artículos, una frase de José Martí: «desventurado el hombre que agradecer no sabe». Hombre agradecido fue él, sin duda, y agradecidos le estamos todos los que de una forma u otra tuvimos la dicha de conocer su trabajo y compartir su modestia y genialidad. E4


Sus textos

Ella era el jardín

¡Ah! Ayer recibí en mi casa materna Ella era el jardín, un libro íntimo, personal, que narra y pone mano lírica a lo que fue mi relación de 32 años con Leticia, quien fue llamada por Dios hace seis años.

La escritura de esta obra me llevó tres años de intensa concentración y de, por qué no decirlo, de dolor catártico.

La pieza verbal se publicó por el Instituto Municipal de Cultura y Educación del ayuntamiento de Torreón en la colección Viento y Arena, gracias a los buenos oficios de nuestro alcalde Román Alberto Cepeda González, Natalia Fernández Martínez, Antonio Edmundo Méndez Vigatá, Nadia Graciela Contreras Ávalos y, con un diseño de portada formidable, de Luis García González.

Nunca me ha gustado el autobombo, pero estoy seguro que es mi mejor libro de una trayectoria que cumple, como he dicho en otros foros, una treintena de publicaciones librescas de autoría única.

Aquí me detengo. La gratitud exagerada me hace enmudecer.

Ella era el jardín nunca habrá de morir. Estoy plenamente seguro. ¡Ah!

La fiesta de los superlativos

Es difícil saber que acérrimo es el superlativo de acre, esto es, amargo.

Así me interrogó en España, mi entrañable fratello y primo Luis Alberto de Cuenca y Prado.

Hay voces en nuestro idioma como integérrimo, superlativo de íntegro. O libérrimo, de libre.

Alguna vez, en Madrid, el sabio y dilecto amigo Antonio Domínguez Rey reparó, con su natural perspicacia,

que en nuestro México lindo y querido campea un superlativo insuperable y es, ni más ni menos, la palabra chingonométrico.

Claro: los superlativos en español suelen terminar en ísimo: buenísimo, fortísimo o grandísimo, por citar sólo tres ejemplos.

También lindísimo o, por contraste, feísimo. La expresión «de rechupete» es una potencia que encanta al buen corazón y a la buena crianza, soberbia aparte.

Y, por cierto, la aprendí de mi llorado amigo Fernando Martínez Sánchez, quien fungió como director de la Casa de la Cultura de Torreón por algunos años: ingeniosísimo.

Quiero cerrar, rematar, este artículo con un superlativo mexicano que no tiene desperdicio y que, además, respira con su correspondiente palíndromo, y es mamacita (superlativo y cariñativo).

 Venga: ¡A ti cama, mamacita! La gran fiesta de los superlativos: de amigo no amiguísimo sino amicísimo. ¡Ah!

Se me durmió la sangre

Hay un hermoso soneto de Miguel Hernández, el enorme —fuera de norma— que siempre me ha seducido, cautivado.

El poeta de Orihuela fue, por decir lo menos, una figura literaria conmovedora.

¿Por qué? Porque de ser pastor de ovejas se convirtió, como dicen en España, en un autor como la copa de un pino.

Me gustan, por supuesto, los matices musicales de Serrat quien le dio alas melódicas asimismo a poemas de Antonio Machado.

El texto que quiero compartir no fue musitado —que yo sepa— por Joan Manuel, pero no tiene desperdicio.

Su verso inaugural es: «Me tiraste un limón, y tan amargo». Y prosigue: «con una mano cálida, y tan pura,/ que no menoscabó su arquitectura/ y probé su amargura sin embargo».

Tirar un limón, en España, es pretender a alguien. Es manifestar el afecto.

De ese poema me gusta, de manera peculiar, el verso «se me durmió la sangre en la camisa».

¿Por qué? Por la prosopopeya o personificación y, claro, por el intenso énfasis plástico.

Recomiendo fervorosamente esta pieza verbal localizable en la red de los Inter/exter nautas. Viva por siempre Miguel Hernández. ¡Ah!


Curiosidades

  • Escribió 26 mil 162 palíndromos.
  • Era aficionado al boxeo, deporte al que alguna vez pensó dedicarse.
  • Otra de sus pasiones fue la filosofía, carrera que no alcanzó a estudiar.
  • A Jorge Luis Borges, Sor Juana Inés de la Cruz y Miguel de Unamuno los consideraba sus «dioses domésticos».
  • A Ciudad de México, donde sumó frecuentes estadías, la llamaba «su infierno paradisíaco».

La Habana, 1975. Escritor, editor y periodista. Es autor de los libros El nieto del lobo, (Pen)últimas palabras, A escondidas de la memoria e Historias de la corte sana. Textos suyos han aparecido en diferentes medios de comunicación nacionales e internacionales. Actualmente es columnista de Espacio 4 y de la revista hispanoamericana de cultura Otrolunes.

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