Gilberto Prado Galán: Una vida fecunda

Uno tiene que cargar su cruz y seguir creyendo

Chéjov

Gil fue un tipo sumamente vital. Disfrutaba intensamente la vida. En la primera mitad de este aciago año, escribí un libro sobre el vitalismo. Estuve tentado a incorporar la figura de Gil en el elenco que comenté. Amaba la vida, las conversaciones, su optimismo era contagioso. Hablo en pasado, pero sé que Gil ahora es vida, que posee una vida nueva, la de la resurrección de la carne. Y que, además, es un inmortal que está presente en la memoria de nosotros por su modo de ser y su obra ingente y deslumbrante.

Me fui apropiando de la obra del jesuita Baltasar Gracián gracias a Gil. Leí y releí El Criticón y el Oráculo Manual, a sugerencia de mi hermano del alma. Sé que ahora Gil está en la Isla de la Inmortalidad, junto a los figurones de los que habla Gracián, aquellos que se destacaron por su valía en este valle de lágrimas. Recordemos que Critilo y Andrenio, en El Criticón, buscan denodadamente a Felisinda y, al final del periplo, se encuentran en la Isla de la Inmortalidad. Gil encuentra a Felisinda, pero además entra, como cuchillo en mantequilla, en la Isla de la Inmortalidad. Así lo han demostrado la cantidad de homenajes que han sobrevenido a su pascua, a su paso de este mundo al Padre de todos los hombres y de todas las mujeres.

En la misa de novenario de hace unos días, me topé por fortuna con un texto de San Pablo a los Filipenses, lo transcribo:

«Cristo es mi vida, y de la misma muerte saco provecho. Pero veo que, mientras estoy en este cuerpo, mi trabajo da frutos, de modo que ya no sé qué escoger. Estoy apretado por los dos lados: por una parte, siento gran deseo de largarme y estar con Cristo, lo que sería sin duda mucho mejor. Pero, pensando en ustedes, conviene que yo permanezca en esta vida». (Fil 1, 21-24)

Creo que mi hermano querido vivió los últimos años este dilema. Seguir con nosotros, brindándonos toda su sabiduría y su bonhomía, para que nosotros diéramos fruto y, al mismo tiempo, partir hacia Lety, así lo prueba Ella era el jardín, con mi madre, con todos sus seres queridos, en Cristo, que eso es finalmente el cielo, el reencuentro con los seres queridos en otra dimensión. Gil decidió permanecer entre nosotros y, ahora, súbitamente, se reencuentra en el amor con Lety y compañía.

San Ignacio de Loyola define la consolación espiritual como aumento de fe, esperanza y caridad. Solemos decir, en el lenguaje común, que la consolación es un sentimiento positivo de alegría, gozo, etcétera. No necesariamente. Para San Ignacio puede haber consolación dolorosa en medio de la tristeza y el desasosiego. Hacia allá queremos ir ante la pérdida de un hombre magnánimo que tenía un alma limpia.

En los últimos meses, Gil solía coleccionar juguetes que compraba en su natal Torreón. Durante el velorio, mis sobrinas tuvieron el acierto de acompañar a Gil con sus juguetes. «Los niños se nos adelantan en el Reino de los Cielos» (Jesús de Nazaret). «La tercera metamorfosis del espíritu es la del niño y su santa inocencia» (Nietzsche). Así fue Gil. «Espontaneidad inteligente», que eso es la libertad, según palabras de Leibniz, el Consejero Áulico. Gil encarnó la libertad.

Gil fue todo un productor de sentido. Muchas veces, a lo largo del día, en la vida cotidiana, perdemos la brújula. Gil solía llenar esos vacíos con su visión particular del mundo. El mundo está ayuno de este tipo de personas. Nos queda el recuerdo de todas sus genialidades y, por supuesto, una obra que nos servirá de motivación para continuar «esperando contra toda esperanza». Aprendimos mucho de él, seguiremos aprendiendo de su legado.

Chéjov, en La gaviota, en boca de Nina, señala: «…lo importante no es la fama, no es el brillo, no es aquello con que yo soñaba, sino saber sufrir. Uno tiene que cargar su cruz y seguir creyendo. Yo creo y no siento tanto dolor; cuando pienso en mi vocación no tengo miedo a la vida». Habrá que creer, habrá que situarse en el bando de los macabeos y alejarse de los saduceos. Así el dolor menguará. Gil está con nosotros.

Gil y yo nos quisimos a rabiar. Siempre vimos el uno por el otro. Se impuso la reciprocidad. Sólo puedo decir emocionado, gracias Dios, por todo el bien recibido a través de la vida de mi hermano.

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