Mi viejo, un tipazo

Federico Sáenz Negrete

Hasta pronto, Gilberto

Los sonidos empiezan a distinguirse conforme clarea el día. El frío arrecia al máximo justo antes de salir el sol y arroja desesperado al aire sus últimos dardos. Todo empieza a recuperar su color. Una suave brisa tibia anuncia que el día ha tomado el control sobre la noche. Las últimas estrellas, las que resistieron hasta el final, se retiran de la escena resguardando intacta su luminosidad para el próximo combate. Todo parece estar quieto cuando ya se entretejen las resilientes telarañas de la subsistencia.

Es entonces cuando mi padre me voltea a ver y se pone de pie invitándome a tomar el control de mi parcela con un guiño cómplice.

Recuerdo ese bello momento en la primera cacería de gansos que me llevó a los ocho años.

Cualquier jornada inicia llena de significados, cargada de claves insondables que nos toca aceptar e intentar descifrarlas con mucho ahínco, pero sin obsesión. La vida continúa. Lo que vemos como tropezones no es sino el eterno fluir acompasado entre el día y la noche, entre la vida y la trascendencia.

Mortales enamorados de nuestra circunstancia, engreídos por nuestros logros, animados por nuestros pequeños triunfos, olvidamos que no somos esto que aparentamos sino un pequeño destello del todo embarcado en una maravillosa, frágil, efímera y hermosa experiencia terrena.

Con la plenitud de haber paladeado la corporeidad, con el gozo de haber caminado pisando a plenitud la hierba escarchada de rocío, enfrentamos el retorno a nuestra esencia despojándonos de estas carnes que se tornan obsoletas e inoperantes.

Querido padre:

Me quedo con tu capacidad de reorganizarte, con tu aceptación del destino, con tu decisión de defender a capa y espada lo básico viendo cómo se hunde lo efímero y superfluo, con la consciencia de que habrá tiempo, voluntad y empeño para recuperar terreno. Las estrategias aprendidas en tu juventud militar y de fútbol americano te marcaron por siempre.

Pero sobre todo, me quedo con tu fe, tu firme e inquebrantable fe que compartes con tus tres hermanas. Ese mástil sólido que te mantuvo atado a la realidad mientras tu mente voló por la inmensidad de los proyectos que apoyaste imprimiendo siempre tu enjundia, tu sentido práctico, tu altura de miras y en los que no buscaste más protagonismo que el que era necesario para promover, explicar e inspirar a tus semejantes. Esa fe que te mantuvo de una pieza cuando la vida tuvo a bien probar tu temple exponiéndote a las peores tormentas en aguas inhóspitas, a las más cerradas tolvaneras en tierra quedándote sólo a mitad del desierto sin más brújula que las estrellas, sin más consuelo que la esperanza de un nuevo día.

Aquí estamos pues, viejo soldado, joven cadete Federico Juan Sáenz Larriva que partió de Torreón para completar en Los Ángeles, California, la primaria, la secundaria y la preparatoria graduándose en la Loyola High School, una institución militar administrada por jesuitas con apoyo del ejército. Te graduaste el segundo en el ranking, el segundo en la línea de mando.

Tu paso por el Tec de Monterrey, tu entrega a tu oficio de vendedor de autos que ejerciste durante 65 años, tu afición a la cacería que mantenía tu vínculo amoroso con la naturaleza, hoy tan incomprendida, y tu increíble liderazgo en la Asociación de Distribuidores Chrysler cuyo puesto de presidente honorario vitalicio ha quedado vacante. En 1970 fuiste el primer presidente de provincia. Armaste tal equipo de «bárbaros del Norte» que las sucesivas presidencias han quedado ya en manos de representantes de todo el país.

Valoro enormemente hayas resistido esos memorables diez minutos cuando tus colegas de pie en la Convención Anual te pedían que aceptaras la tercera reelección. Con gran entereza les comunicaste que le habías prometido a un niño de 12 años, yo mero, que ya no faltarías a las diarias sesiones de «cachados» con las que guante de béisbol en mano, emulábamos a nuestros ídolos del Unión Laguna.

Junto con mi madre, tu esposa, defendiste con tu vida una familia de seis hijos, este que habla y cinco admirables hermanas que crecieron sabedoras de su inquebrantable valía.

Siguiendo tu ejemplo, formé una sólida familia junto a la mujer que recorrería el planeta para volver a encontrarla. La vida me bendijo con una hija y dos hijos a los que entregué mi tiempo y lo mejor de mí en su infancia y así como tú me dijiste que te sentías muy orgulloso de que yo fuese mejor que tú, te ganó la generosidad, yo sí te puedo informar que tus nietos, mis hijos, son mejores que yo. Mis tres nietos están enterados y son testigos de que tienen en don Felelico y en Inés Negrete a unos entrañables bisabuelos.

Te acompañé en innumerables batallas de todo tipo. Cargo en mis alforjas la experiencia y la sabiduría de haber escuchado desde muy niño los argumentos de los adultos. Escuché siempre antes de hablar, pero me enseñaste que había que hablar claro y fuerte cuando fuese menester.

De ti y de mi abuelo escuche que La Laguna era una unidad, estúpida y artificialmente dividida en dos, y que tarde que temprano la fuerza de la realidad terminaría por imponerse logrando el Estado de La Laguna para beneficio de nuestra patria mexicana.

Me enseñaste que en la limitación de los deseos estriba el inicio de la felicidad pero que había que esforzarse a diario, al máximo, con planeación e inteligencia.

Que a veces la vida te propina reveses muchos y muy fuertes, reveses que destruyen, que aniquilan a otros, pero no a ti. Que había que mantenerse erguido ante la tolvanera que terminará tarde que temprano por perder fuerza y que siempre habrá espacio para reconstruir lo perdido demostrando a tus semejantes que tu caída, o tu incumplimiento, no fue ni por maldad ni por intención desviada sino simplemente porque intentaste algo más allá de tus posibilidades.

Siempre es posible volver a empezar y todo mundo merece una segunda y hasta una tercera oportunidad.

Así que, con un respetuoso saludo militar, te despido. Abrazo la oración que tanto amaste —«Hazme un instrumento de tu paz»— y que recibo como mi mayor herencia.

Tú que fuiste tan bien definido por la directora del St John’s Academy en la carta donde te recomendaba para ingresar en Loyola. «Un líder deportivo y militar de la más alta clase y un espléndido y caballeroso joven católico».

Vete en paz, estoico caballero que supiste deleitarte en cualquier situación tanto en la abundancia como en la estrechez.

Vete con Dios. Los que permanecemos en esta poética y maravillosa lucha tendremos siempre en cuenta que la noche es más oscura cuando está a punto de salir el Sol.

Misión cumplida, querido papá.

Hasta pronto.

*Texto dedicado al destacado empresario lagunero Federico Juan Sáenz Larriva, fallecido el 27 de septiembre de 2022.


Hasta pronto, Gilberto

Adiós Gilberto, hasta pronto.

 Qué breve y apresurado momento para agradecer tu inteligencia, tu sabiduría, tu calidez, tu entusiasmo, tu humilde grandeza, tu grandeza humilde.

Compartir contigo un trago era asistir al desfile del conocimiento, al malabarismo de las ideas, al cóctel de las anécdotas, al inagotable gozo de las posibilidades abiertas, al eterno instante del recuerdo.

Gracias por la hermandad que nos dejas. De pronto, una cauda de hombres y mujeres de tu tierra, nuestra querida Comarca, nos descubrimos hermanos en un enorme dolor por tu ausencia, en una fraterna convivencia con tu gigantesco legado.

Cuánto talento se tejió a tu alrededor, la lista de los dolientes me ha dejado embelesado con el recuento del tamaño de los que te lloran. La gente que tanto admiro habla de ti con una sinceridad conmovedora. ¿Qué tiene esta tierra para que nazcan aquí personas tan valiosas?

¿Será el infinito horizonte que no limita o la perenne sequía que obliga al esfuerzo decidido y muchas veces, por desgracia, a emigrar siempre con la idea de volver algún día? Es esta incertidumbre del futuro que nos obliga a estirar la mano para arañar la saliente y escalar otra roca con entusiasta estoicismo.

Qué enorme hueco nos dejas querido amigo, qué silencio va a rodear tu ausencia. Extrañaremos tu extenso universo, increíble amalgama de conocimientos que compartías en cada plática plena de variopinta y gozosa constelación de ideas.

Gracias Gilberto por esta breve oportunidad de convivir con tu grandeza, tan frágil, tan humana, tan cercana y fraterna.

Los atardeceres laguneros serán aún más rabiosos pues un nuevo hortelano se reintegra al Jardín del Eterno en donde ella le espera.

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