El Congreso del Estado de Coahuila aprobó el año anterior una reforma de carácter electoral con el objetivo de establecer en el territorio coahuilense un Gobierno de coalición, por lo que fue formada la alianza política del PRI, PAN y PRD para que legalmente pudieran constituir un cogobierno que operara en la siguiente administración pública estatal que iniciará el 1 de diciembre de éste año.
Ahora ya después de esa alianza política y con el triunfo obtenido en las pasadas elecciones, será necesario buscar y encontrar un equilibrio sano entre los poderes ejecutivo y legislativo, de manera que las ideologías de cada porción partidista congenien sin perder su esencia conforme a su naturaleza, y generen similitudes en la aplicación de criterios respetando reglas, objetivos y principios, programas de acción y estatutos que faciliten las alianzas, asimismo, pactos entre partidos que contengan síntesis coincidentes diseñando una vía que consolide un Gobierno que sea sostenido en sus afanes direccionales en la conducción, con el fin de que den resultados favorecedores que abracen a la ciudadanía y muestren que ese tipo de alianzas son buenas si se saben manejar.
La alianza política establecida en Coahuila conviene que esté bien aceitada, pues su conjunción debe formar una cohesión acerada para emprender la nueva era que próximamente emprenderá el Gobierno de Manolo Jiménez, e inyectarle acciones que la fortalezca, para lo cual es necesario observar algunos considerandos como: ser consciente de que la coalición esté bien estructurada para que sus efectos aliancistas den respuesta como si fuera un solo partido, pues en el ejercicio del quehacer partidista como ente coaligado deben repeler a presuntos candidatos con una identidad no reconocida por la ciudadanía, como sucedió en el pasado proceso electoral con el señor Ricardo Mejía cuyo fracaso vergonzante fue estrepitoso con todo y el aval inicial por parte del presidente de la república, quién lo quiso imponer burdamente mediante una democracia dirigida que no entendió.
A una coalición le corresponde transitar por un régimen cuya hechura debe guardar una sintonía empatada entre los partidos de la alianza, y para su logro es importante que en su operación se cuente con el trabajo de un jefe de gabinete que sepa empatizar con los legisladores y tejer finamente los hilos de poder, con el fin de que los compromisos que nacen de la unión deban cumplirse corresponsablemente, por lo que las causas y los propósitos sean contemplados en una agenda común para su cumplimiento como políticas públicas.
Para que un Gobierno de coalición cumpla estrictamente con las promesas ofrecidas durante las campañas políticas, es necesario elaborar dentro del Plan Estatal de Desarrollo en tiempos y movimientos el programa a emprender, el cual será ejecutado y evaluado por un gabinete que hayan acordado previamente los partidos coaligados.
El peso político que posee cada partido debe contribuir como parámetro que sirva de base para, ya en la constitución del primer círculo de Gobierno, establecer los niveles de actuación en los poderes dentro de la estructura gubernamental, pues si es cierto que ellos, los partidos, apoyaron la gestación de la alianza, ese soporte, en reciprocidad, debe ser correspondido en función de la aportación cuantitativa electoral para la distribución dentro de los niveles en el aparato de Gobierno, por lo tanto, tómese en cuenta que es necesario que la cooperación, la colaboración y la consideración constituyan parte de los componentes que de seguro conducirán al éxito.
Estamos a días de iniciar esa época cuya expertise debemos aquilatar, pues el resultado lo veremos en seis años con la seguridad firme que alcanzaremos un desarrollo importante para Coahuila como respuesta al nuevo camino.
Se lo digo en serio.