México: dos realidades

Mientras algunos periodistas, encumbrados en una fama seguramente bien ganada,se dan baños de sabiduría y tejen fino en torno a los dos eventos que le dieron a la escena política a dos candidatas a la presidencia de México, yo me permito resguardarme de la tentación de tomar partido en favor del Frente Amplio por México, o las corcholatas de Morena.

No dejaré constancia por tratar de dilucidar quién realizó el mejor ejercicio que, aunque se exhibió como democrático, fue en realidad un acto fallido en ambas agrupaciones resultando, eso sí, en el acto más antidemocrático que alguien pudiera haber concebido para terminar de torcerle el cuello al cisne de la democracia.

No le haré el juego a ambas organizaciones para legitimar sus procedimientos; mejor dejarlos con la corte que los acompaña y hablaré de otras realidades que yo percibo como puntos vulnerables de un Gobierno que se debilitó porque le encanta la pista circense del espectáculo. No, hacerle el juego no se me da.

Hablaré mejor, por ejemplo, que, mientras todo aquel circo transcurre sin pudor, por la mentira en que pretende fundamentarse, yo veo las noticias de la televisión y leo las notas periodísticas que, con su tipografía diversa, me dice a cada ratito que este país mata; mata de muchas formas. Mata por corrupción, por aburrimiento, por hambre, por desempleo, porque tiene ganas, pero mata. La muerte es una presencia permanente en la vida cotidiana de México.

El país entero es un gran cementerio, testimonio impúdico de una realidad que no debiera solaparse y, por supuesto, tampoco de ignorarse porque cada cuerpo, cada fosa clandestina, cada hallazgo que suma para incrementar una estadística de terror, es un clamor de justicia y un llamado a repensar el quehacer político en este país, así como su legitimidad para dirigir su rumbo.

Y todo eso, por encima de la farsa de elección de candidatas para la contienda electoral del próximo año presentado como espectáculo vacío, me parece que es una realidad menor que forma parte de otra realidad mucho mayor y de consecuencias más graves: ingobernabilidad.

La perspectiva del presidente ante tanta violencia que azota al país constituye una visión muy particular desde el poder que ostenta: simplemente no existe porque la noción de existencia que él ve es pura mirabilia, es decir, ve lo que quiere ver.

En una declaración que no alcanzo a procesar porque no sé si archivarla en la carpeta de la más preciosa candidez que guarda una mente ingenua y buena, o exponerla como un grado de cinismo en su grado más grosero, el presidente dijo que, después de entregar el bastón de mando a su candidata preferida de siempre, ahora estaba tranquilo, porque dedicaría el último tramo de su gestión para gobernar.

Y no alcanzo a procesarla porque siguiendo una línea de pensamiento puramente lógico, tendría que admitir que el presidente reconoce que todo el tiempo anterior a su declaración, no ha gobernado este país. Y la pregunta es, ¿quién, entonces? Porque la respuesta también tiene una conclusión de patética verdad: ya no hay tiempo.

Se le va al presidente el hecho real de que el país se le desmoronó mientras soñaba la quimera de una fantasía mesiánica donde por obra y gracia de su dedo celestial las cosas serían como son en la trama de una mala película. Se le va el hecho real de que no es él ni sus seguidores los que gobiernan, sino los gansters quienes ostentan el verdadero bastón de mando del poder sin importarles arrasar con la vida de muchos.

Lo que yo veo con todo esto es la existencia de dos Méxicos; uno, muy visible porque aparece en todos los medios, el que a diario se afanan por construir los políticos en el espacio más recóndito de su imaginario, donde se despliegan todas las maravillas que terminan por otorgar como una gracia un estado de bienestar para todos así sea en forma de dádiva. El otro, menos visible porque es negado y no aparece en las pantallas, un país que se hace añicos en la contundente realidad de la violencia.

Desde la década de los setenta, hacia finales del siglo pasado, se instaló el posmodernismo como una categoría conceptual para hacerle frente a esa nueva realidad que designa a un amplio número de movimientos de todo orden en el mundo contemporáneo: arte, cultura, literatura, filosofía, política…

El elemento común en todos esos movimientos es la idea de que el proyecto modernista fracasó en sus aspiraciones de renovar las formas tradicionales como se realizaban para crear un mundo que por fin superara los problemas, las diferencias y alcanzar el progreso y el bienestar de todos los seres humanos.

El rasgo característico de la posmodernidad es la desconfianza en los grandes relatos de los expertos, por lo tanto, la noción de verdad es una cuestión de perspectiva y contexto.

Lo que no han aprendido los políticos es a abordar los problemas de México desde la posmodernidad, que es donde vivimos; por el contrario, lo han hecho desde una perspectiva anclada en la tradición porque eso les permite crear grandes discursos fundados en la retórica y la demagogia.

Pero hoy, como ya dije antes, los discursos, los grandes relatos, las narrativas, son sometidos a cuestionamientos serios. Por eso hoy nadie cree realmente y, por el contrario, en las declaraciones de los gobernantes.

Por eso también nadie cree realmente en esos actos de circo para seleccionar a las candidatas de todos, tampoco de la salida de cinco millones de mexicanos de la pobreza, o que la realización de las faraónicas obras que hacen todos los políticos va a constituir polos de desarrollo.

Lo que yo veo es un México escindido en su dinámica interna y presentado como si fueran dos. Por un lado, está el México de los políticos erigido a base de grandes montajes sostenido como verdad estridente pero efímera. Por el otro, está el México, el de los muertos en masa, el de las fosas clandestinas, el de los desaparecidos, el de los feminicidios, el de las extorsiones, el que para los políticos no existe porque ellos siempre tienen otros datos.

San Juan del Cohetero, Coahuila, 1955. Músico, escritor, periodista, pintor, escultor, editor y laudero. Fue violinista de la Orquesta Sinfónica de Coahuila, de la Camerata de la Escuela Superior de Música y del grupo Voces y Cuerdas. Es autor de 20 libros de poesía, narrativa y ensayo. Su obra plástica y escultórica ha sido expuesta en varias ciudades del país. Es catedrático de literatura en la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades; de ciencias sociales en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas; de estética, historia y filosofía del arte en la Escuela de Artes Plásticas “Profesor Rubén Herrera” de la Universidad Autónoma de Coahuila. También es catedrático de teología en la Universidad Internacional Euroamericana, con sede en España. Es editor de las revistas literarias El gancho y Molinos de viento. Recibió en 2010 el Doctorado Honoris Causa en Educación por parte de la Honorable Academia Mundial de la Educación. Es vicepresidente de la Corresponsalía Saltillo del Seminario de Cultura Mexicana y director de Casa del Arte.

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