Goyito desde Chayito

Aquí, en la casa de ustedes, en mi querido Viesca, estoy a sus órdenes.
De cariño me dicen Chayito; y a mi hermano, Goyito.

Rosario Martínez Valdés
Primavera de 2021, año de la inauguración del Jardín Etnobiológico del Semidesierto de Coahuila Doctor Gregorio Martínez Valdés 

Un rosario cristalino
que con amor he formado
con lágrimas de mis ojos,
separando cada diez,
con un recuerdo anudado.

Ofrenda (Fragmento)
Chayito Martínez Valdés
Recuerdos del agua grande
Viesca, 2002

En Viesca, Coahuila, hoy no transcurre un día cualquiera. Es el segundo domingo de la fiesta cristiana de Pascua, el Día del Señor de la Misericordia. La tradición católica invita a los fieles a utilizar las cuentas del Santo Rosario para rezar otro tipo de oraciones. Hoy es domingo 11 de abril de 2021 y, en la avenida Independencia #21, colonia centro, frente a la Iglesia de Santiago Apóstol, patrono de este Pueblo Mágico norteño, vive —precisamente— Rosario. La bien conocida Chayito. Ella también, a su manera, está de fiesta y en sensible oración al evocar sus propias cuentas familiares. Tiene 77 años y, en este séptimo día de la semana, con sonriente lucidez, recrea a su hermano, Gregorio Martínez Valdés. Al doctor honoris causa del entrañable hipocorístico en diminutivo: Goyito.

Con hache de horticultura

«Goyito fue el cuarto hijo de mis papás», platica la señora Rosario. «Del mayor al menor fuimos Nicanor, Mercedes, María del Socorro, Gregorio, Mónica, Ricardo, Teresa, Lupita, que falleció siendo muy niña; luego seguí yo, María del Rosario, y después llegaron Diana y Jorge. De todos nosotros, a la fecha, quedamos cuatro: en Poza Rica, Veracruz, vive Ricardo; Dianita y Jorge están en Torreón; y yo, ¡aquí sigo fiel a mi querido Viesca!

Para hablar de su padre, Chayito recurre al buen humor: «Mi papá se llamaba Gregorio H. Martínez. Él se ponía una “H” y no sé si era para abreviar su otro apellido, “Hernández” porque, en aquellos tiempos, por ahí de la primera mitad del siglo pasado, el XX, se usaba que escribieran la inicial del apellido materno antes del paterno. O, también, por ahí decían que esa “H” significaba su otro nombre, “Héctor”. Bueno, eso decían. Yo, la verdad, no lo sé porque en su acta de nacimiento solo dice Gregorio y punto. Sobre esta manera en que escribían su nombre, uno de los recuerdos más claros que tengo de mi papá tiene que ver con la ayuda que él ofrecía a los campesinos. Recibía cartas de los señores de los ranchos. En el frente de los sobres, ellos le escribían su nombre, tal como sonaba al pronunciarlo: “Gregorio Hache Martínez”. Es un detalle curioso y muy típico de la época en la que fuimos formados. 5 de mayo e Hidalgo». Escribía en su máquina.

La influencia de don Gregorio determinó, por mucho, la elección vocacional de su hijo Goyito. Ambos fueron de raíces, semillas y savias compartidas, según lo confirma doña Rosario.

«Nosotros vivíamos aquí a la vuelta, en la calle siguiente, la Venustiano Carranza. Por cierto, hace poquito que vendimos esa casa. Ya estaba muy destruida. Allá teníamos un terreno muy grande con una huerta preciosísima. Por las mañanas, mi papá atendía su tienda de abarrotes, pero, llegada la tarde, se ocupaba por completo de sus siembras. Todo lo de la agricultura le fascinaba. A mí me gustan mucho las plantas, pero a Goyito siempre le llamaron mucho más la atención. Mi papá injertaba los rosales con cuidadoso detalle. Algunos días se iba a pie hasta la Hacienda de Hornos o hasta La Villa de Bilbao para visitar las partes de los cerritos donde sembraban y agarraba ideas. Era muy andariego. Además, como aquellos fueron los tiempos de bonanza de aguas en Viesca, se dieron muy bien nuestros árboles frutales y los nogales. Tanto así que, en algunas ocasiones, mi papá se iba “a comisión”, es decir, a vender trigo y algodón que también cosechaba. Algunos de sus clientes fueron don Juan Abusaíd Ríos, exalcalde de Torreón, y el general agrarista, Pedro Rodríguez Triana, exgobernador de Coahuila».

La gran lectora de la casa

Al buscar más piezas clave del rompecabezas biográfico del doctor Martínez Valdés, su hermana Rosario tiene una muy valiosa gracias a los recuerdos que tiene de su madre.

«El nombre de mi mamá fue Mercedes Valdés Esparza. Ella se dedicaba nada más a la casa. ¡Tenía tantos chiquitillos! Dos hermanas de ella —Manuela y Teresa, mis tías que no se casaron— vivían con nosotros. Ambas le ayudaban a mi mamá porque, además, cuestión aparte, ella era la más chica en su familia. Mi par de tías fueron casi, casi nuestras abuelas. Nos llevaban a la iglesia para que aprendiéramos la doctrina y a las misas de las cinco de la madrugada que hacían los padrecitos. ¿Y mi mamá? Siempre ocupada en la casa. Y cómo no si, por decir, ella era quien nos cosía, a todos, la mayor parte de nuestra ropa de diario. En un librito que me editaron en 2003 describo varios de los vestidos que ella me cosió. Los tengo muy presentes.

»Cuando mi mamá por fin encontraba algún rato libre, lo que más le gustaba era leer. ¡Y leer mucho! Ella era de Zacatecas. Se quedó huérfana siendo muy niña y mis tías Manuela y Teodora se la llevaron a la Ciudad de México. Allá estudió en el Colegio Francés algunos años de la primaria, creo que como unos dos, y conoció poquito francés. Luego se regresó a Zacatecas y, años más tarde, se fue a vivir a Estados Unidos, a El Paso, Texas, con otros hermanos. Allá aprendió algo de inglés. Con el paso del tiempo, ella y su familia regresaron de nuevo a Zacatecas para establecerse definitivamente ahí. Pero en una ocasión, ya cuando ella era una joven de veintitantos años, en medio de un viaje familiar a Estados Unidos, programaron una parada en Viesca para visitar a unos primos de apellido Valdés. ¡Quién iba a decir que aquí conocería al famoso Gregorio “Hache” Martínez y se casarían unos meses después! De plano, ya mi papá no la dejó ir y ni ella se quiso regresar.

»Mi mamá, entonces, cuando ya radicaba en Viesca —en 1929, año en que contrajo matrimonio— era una de las personas más instruidas del pueblo. Gracias a las experiencias que ella tuvo en otros países y por las escuelas en las que estuvo, mi mamá nos podía corregir las tareas, nuestra lectura en voz alta y hasta nuestra manera de hablar. Era la más preocupada por nuestra educación. Lo curioso aquí es que ninguno de sus hijos ni de sus hijas le seguimos mucho a los estudios después de terminar la primaria salvo el caso de mi hermano Goyo. Por cierto, fue mi mamá la que a él le llamaba Goyito y, pues así se le quedó. Éramos muchos en la familia y no había las facilidades económicas en casa para pagarle la escuela a todos. Ah, pero eso sí, éramos muy inteligentes y nos abrimos caminos.

»Mi hermano mayor, Nicanor, se dedicó a trabajar en el ferrocarril y también le fascinaba leer. Ricardo estudió comercio en Torreón. Mercedes se casó muy jovencita; Socorro practicó un poco la docencia, pero luego aprendió distintos oficios en el laboratorio de la fábrica Sulfatos de Viesca, S.A. (SULVISA), donde yo también laboré. Yo pude estudiar un cursito de secretariado en Torreón, y con todo y que nunca pude aprender la taquigrafía, me atreví a aceptar el puesto de secretaria de gerente. Me ponía a garabatear los dictados para que no se diera cuenta mi jefe y, pues, ¡nunca me descubrieron! El caso de Goyito, en cuanto a sus estudios, se cuece muy aparte. Aunque de niños, mis hermanos, hermanas y yo asistimos a la misma escuela, él traía algo diferente. Es más, por ahí anda una foto de la primaria, cuando él estaba en quinto o sexto de primaria, y sale descalzo. No porque no tuviera zapatos. Estoy casi segura que nomás no se los quiso poner».

Diferencias generacionales, coincidencias formativas

Cuando la novena integrante de la familia Martínez Valdés hurga más en su memoria para dar con otras influencias que acentuaron el perfil académico de su hermano Gregorio, suelta pistas. Va de menos a más: «No sé de dónde nos habrá venido el gusto por escribir y por publicar a mí y a Goyo. Claro, a él se le dio bastante. Hasta me ayudó a que me publicaran un poemario en Torreón estando él en la Ciudad de México. Pero, la verdad, a nuestro hermano Goyito quién sabe qué le pasó. Se me hace que así nació.

»Yo supe que a un tío, primo hermano de mi papá, le gustaba escribir y también que unos de sus sobrinos que escribían poemas. A ellos, aunque no eran tan estudiados, les gustaba la pintura, la poesía y componer canciones. Aquí me acuerdo, también, que mi papá tenía una redacción ¡pero preciosa! Sus escritos los hacía con una letra perfecta. Les redactaba cartas a personas que necesitaban esa ayuda. Cuando, por ejemplo, aquí en Viesca se acabó el agua, mi papá escribió unos oficios muy bonitos dirigidos a las autoridades para solicitarles apoyo. No es que él anduviera de político, ni mucho menos. Más bien, él era reservado. Su manera de apoyar a la comunidad de Viesca era por escrito, a través de sus conocimientos. Igual que le pasó a mi hermano Goyo después.

»En la primaria de aquí de Viesca —se llamaba General Andrés S. Viesca—, había una maestra de sexto grado que también fue la directora de la escuela. Fue la que nos dio clases a toditos nosotros y a montones de niñas y niños. Se llamaba María Ignacia Martínez de Loza. Ella quería que aprendiéramos muy bien y de todo. Yo me di cuenta que ella se fijaba de manera especial en los alumnos destacados. Cuando a mí me tocó de maestra en sexto grado, había un compañero mío, Jaime de la Fuente Hernández, que era el más inteligente. La profesora María lo adoraba. Tanta fue su protección para él que lo tuvo desde cuarto grado en su grupo. Y ya cuando nos íbamos a graduar, la maestra nos dijo, “A ver qué van a hacer ahora. ¡Ni modo que a puro matar hormigas!”. Ella sabía que no había secundaria en Viesca y que, por eso, ya la mayoría no íbamos a continuar con la escuela. Jaime sí le siguió e, incluso, hasta estudió en Xalapa una carrera en filosofía o algo así. A él siempre le gustó escribir y fue director de periódicos, pero algo le sucedió a su salud y tuvo que cuidarse más en su casa.

»Cuando Goyito pasó a sexto de primaria, la profesora María Ignacia se dio cuenta que él también era un estudiante sobresaliente y lo impulsó para que se fuera a estudiar la secundaria. Ella, acompañada de otras personas, fue a hablar con mi papá. “Por favor mande a estudiar a Goyo. ¡Ándele! Aproveche esa inteligencia de su hijo”, le dijo la profesora Loza. Algo le veía a mi hermano. Total que ella y su comitiva insistieron hasta que mi papá les dio el sí. Estuvo de acuerdo en que se fuera a la secundaria Aguanueva en San Pedro.

»La maestra María de Loza era de aquí, de Viesca. Ella sí estudió su carrera durante varios años fuera del pueblo. Porque, en aquel tiempo, las profesoras mujeres no estudiaban tanto, bueno, las de aquí de Viesca. A muchas de las maestras que enseñaban en la primaria, primero las aceptaba la directora Loza para que dieran clases en distintos grados y agarraran práctica. Luego las ayudaba para que consiguieran el puesto de manera oficial. No sé cómo le hacían ella y las otras profesoras para aguantarnos, la verdad. Éramos muchos en el grupo. ¡Como unos cuarenta o más! Claro, unos más vagos que otros; seriecitos, algunos. Pero la directora siempre vigilaba a cada maestra y a cada uno de nosotros».

De Viesca para el mundo

En un veloz recorrido, y con la nostalgia a flor de mirada, Rosario regresa a varios momentos de la historia escolar de Goyito.

«Yo tengo muy presente el día en que mi hermano se fue por primera vez de la casa para estudiar la secundaria. Aunque estaba muy niña —él me llevaba ocho años— me acuerdo bien de esa imagen. Lo bueno era que él nos visitaba todos los fines de semana. Iba y venía en un autobusito a San Pedro de las Colonias, Coahuila. Allá quedaba su escuela.

»Cuando Goyo llegaba los viernes a la casa, se soltaba a llore y llore. Extrañaba el ambiente familiar, la huerta, sus amigos, su pueblo. Goyito estaba muy niño, todavía, y tuvo que adaptarse a la vida de estudiante en un internado. Había una cocinera de aquí, de Viesca, que lo tenía consentidote.  Mi hermano nos decía que ella le daba muy bien de comer. Me imagino que pudo comparar —y valorar, más bien— los platillos que ella le preparaba con lo que le servían en el comedor en la Aguanueva.

»Luego de que Goyito terminara la secundaria, quiso seguir con más estudios. Se fue más lejos, a Saltillo, y entró a la Narro. Claro está que venía menos a Viesca. Pero las veces en que lo recibíamos, apenas acababa de poner un pie en la casa y dejar la maleta, y al ratito ya lo mirábamos paseando muy contento por la Plaza de Armas, con sus amigos del pueblo que, en ese tiempo, según esto, eran “los guapos y populares de Viesca”. Él ya andaba de fiesta en fiesta, con lo de las novias, en los bailes. A veces platicaba conmigo. Me hablaba de Fidel Castro, muy de moda en esos tiempos. Yo nada más lo escuchaba y luego cada quien se iba a hacer sus cosas.

»Cuando mi hermano se graduó en Saltillo, consiguió trabajo en la Ciudad de México, en aquellos entonces, el Distrito Federal. Allá creo le dieron un apoyo o beca, y le siguió al estudio en la Universidad de Wisconsin. Estudió maestría y la acabó pronto. Después, se regresó a la capital. Pero antes de que volviera a vivir en Wisconsin otra vez, pero ahora para estudiar el doctorado, ¡que se nos casa! Conoció a una muchacha, Cristina Cajiga Torres. Ella era la secretaria de la biblioteca de la Oficina de Estudios Especiales, el lugar donde él también trabajaba en la capital. Años después, esa Oficina se volvió el CIMMYT (Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo), pero cambió de sede. Se fueron para Texcoco.

»Goyo y Cristina tuvieron cuatro hijos: dos hombres y dos mujeres. Tres radican en México, Francisco José, Verónica y Juan Pablo. Valeria vive en Tokio, Japón. Con la familia completita, mi hermano vino un par de veces a Viesca.

Los Martínez Valdés y su cálida eternidad

Antes de perder a sus amados padres, en aquellas últimas vueltas que les pudo dar Goyito —la agenda del doctor Martínez Valdés era de mil y un viajes— ellos tres y Rosario, tal como ella lo comenta, armaban la verbena alrededor de la mesa del comedor luego de haber comido unos buenos tamales, los favoritos del doctor Martínez Valdés.

De plantas, flores, árboles y demás vainas sobre temas agrícolas se platicaba con don Gregorio al frente; de libros y géneros narrativos, la mera buena era la señora Mercedes. Padres e hijos lograban una rica cosecha verbal. «Ya de grandes, Goyo y yo fuimos muy cercanos», dice la señora Chayito. «Platicábamos muchos chismes y de sus viajes. Él me mandaba fotos de aquí y de allá. Cuando venía, su tema era, más bien, puro Viesca. Y con eso de que mi papá, cuando terminaba de comer se ponía a platicar con quien se le pusiera enfrente, pues ahí nos hallaban a todos. En esos encuentros yo me enteraba de muchos detalles de la familia. Que del bisabuelo, que de la tía Teodora, que de los primos y de quién sabe de cuántos más salían los comentarios. Goyo nada más escuchaba y se echaba todo al morral; luego, escribía sobre esas anécdotas. Supongo que también así le hizo cuando publicó un libro sobre sus recuerdos de la Narro.

»Cuando se le necesitaba, mi hermano era muy serio y cumplido. Pero, cuando yo menos lo esperaba, sí se echaba sus chistes. Era muy sarcástico. Irónico. Como a mí también me gusta eso, pues ahí coincidimos muy bien. Ya cuando mis papás fallecieron, Goyo no tenía que viajar tanto. Él venía en cada oportunidad que tenía y se quedaba conmigo. Lo disfruté bastante antes de que se le agudizara lo de su diabetes. Los últimos años lo vi muy deteriorado y ya ni a Viesca pudo venir, pero sí me hablaba mucho por teléfono. Mi sobrina Pita, hija de mi hermana Mercedes, fue la que me avisó cuando estaba él ya muy malo. Y me advirtió que teníamos que ir a verlo a su casa porque ya no lo íbamos a alcanzar. Afortunadamente, logramos llegar a su casa en la Ciudad de México. Ahí estaba su esposa y al rato llegaron sus dos hijos varones. Platicamos un poco, le di su bendición y luego nos fuimos al hotel Pita y yo. Esa misma noche, Goyito murió. Al día siguiente, en lugar de regresarnos a Viesca como lo teníamos planeado, nos tocó ir a la funeraria. Su hijo mayor pasó por nosotros.

»Lo que más admiré no era su capacidad intelectual. Para mí eso siempre fue lo normal con él. Fueron su sencillez y lo cariñoso que fue conmigo lo que llevo y llevaré siempre presente en mi corazón».


* Entrevista realizada con motivo de la inauguración del Centro de Investigación y Jardín Etnobiológico del Semidesierto de Coahuila Doctor Gregorio Martínez Valdés. «Goyito desde Chayito» forma parte de los textos incluidos en el libro conmemorativo Goyito y la señora María (UAdeC-IDÍLEO Editorial, Saltillo, Coahuila, 2021).

Columnista y promotora cultural independiente. Licenciada en comunicación por la Universidad Iberoamericana Torreón. Cuenta con una maestría en educación superior con especialidad en investigación cualitativa por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Doctoranda en investigación en procesos sociales por la Universidad Iberoamericana Torreón. Fue directora de los Institutos de Cultura de Gómez Palacio, Durango y Torreón, Coahuila. Co-creadora de la Cátedra José Hernández.

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