Guerra fantasma y muertos reales

Ya es un hecho. La guerra fantasma cobra vidas reales. Y menciono el término «fantasma» porque antes del 24 de febrero muchos ponían la mano en el fuego asegurando que las continuas amenazas de Rusia, su despliegue de tropas hacia la frontera con Ucrania y el temor de Europa oriental por la cercanía de un conflicto bélico no eran más que exageraciones de la Casa Blanca para desestabilizar la región y sacar provechos económicos. La supuesta guerra no tendría lugar fuera de la imaginación de los más inocentes y de los planes maquiavélicos de Joe Biden y su gente.

Ahora que llueven misiles el discurso de los escépticos y los fanáticos prorrusos varía. No faltan las justificaciones ahí, donde no caben. En una suerte de presente histórico forzado, se excusa a Rusia por las penurias que sufrió durante la Segunda Guerra Mundial o las pérdidas de territorio que la Perestroika provocó. Se le compara, además, con Estados Unidos, Israel, Italia o la propia Alemania por las barbaridades que cometen o cometieron en horizontes ajenos y hoy se erigen paladines de la libertad. De seguir esa línea, hasta las regiones que conformaron el imperio astro-húngaro y luego devinieron naciones deberían ser pasadas por las armas. Hablo de Checoslovaquia, Croacia y Serbia, entre otros… además, por supuesto, de Austria y Hungría.

¿Que Estados Unidos ataca naciones en nombre de la libertad? Nadie puede negarlo. Pero cuando Estados Unidos atacó Afganistán en 2001, nadie salió a criticar a Rusia por las atrocidades que par de años antes había cometido contra el pueblo checheno.

La realidad es una: las bombas caen sobre Ucrania y las lanza el ejército ruso. El de hoy, no el de los zares ni el de Stalin. En todo caso, el de Vladímir Putin que supera en armamento y peligrosidad cualquier otra fuerza bélica de antaño. Y a propósito de antaño. Resulta bastante burda la similitud de la estrategia expansionista de Putin y la de Adolfo Hitler en 1938. Ambos buscaron la anexión de territorio foráneo en nombre de la protección de sus connacionales. Hitler lo hizo con Checoslovaquia. Putin lo hace con Ucrania. Que nadie olvide lo que sucedió en el primer caso: Un año después inició la Segunda Guerra Mundial.

No en el fondo, como suele decirse, sino en la más transparente superficie, es obvio que el presidente ruso pretende recuperar el esplendor de la extinta Unión Soviética. Aquella de los tiempos de la Guerra Fría, cuando los rojos podían plantarse frente a frente y mirar directo a los ojos a sus enemigos de Estados Unidos. Para eso resulta imprescindible recuperar parte del territorio perdido. En 2014 Rusia se anexó a Crimea. Sigue Donbás… y ¿por qué no? Quizás un poco más.

Es en este punto donde se nota la inoperancia de la OTAN. Los países que la conforman ladran y enseñan los dientes, pero no muerden. Castigar las muertes provocadas por el ejército ruso con sanciones económicas, es igual a rebajarle el salario laboral a un asesino en serie por los crímenes cometidos.

Los que temen el advenimiento de una Tercera Guerra Mundial se equivocan. Nadie apretará el famoso botón. Sucederá más o menos lo mismo que en todas las guerras. Los jefes enviarán a morir a sus soldados. Los soldados, durante el impase, enviarán a morir a los civiles. Y, al final, los vencedores intentarán que prevalezca su versión de la historia.

Una acotación imprescindible y vergonzosa. Solo tres países de América Latina apoyan la invasión rusa a Ucrania: Venezuela, Nicaragua y Cuba. Cual de los tres, peor. Por razones obvias, lamento muchísimo la inclusión del último en esta nefasta lista. Pero las cosas como son.

La Habana, 1975. Escritor, editor y periodista. Es autor de los libros El nieto del lobo, (Pen)últimas palabras, A escondidas de la memoria e Historias de la corte sana. Textos suyos han aparecido en diferentes medios de comunicación nacionales e internacionales. Actualmente es columnista de Espacio 4 y de la revista hispanoamericana de cultura Otrolunes.

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