IDÍLEO: el puerto del libro y las artes

Discurso de inauguración, transmitido por Zoom el 20  de diciembre de 2020, con motivo de la inauguración  de este proyecto altruista, familiar y ciudadano en la Comarca Lagunera

Muy buenas noches a todas, a todos:

Muchas gracias por conectarse desde lo que, antes de la contingencia de salud mundial, pudimos considerar distintos «municipios, estados y países». Hoy, en medio de un vasto caudal de esquelas y del desconcierto que nos ocasiona ser, en cualquier momento, un nuevo blanco de la COVID-19, también existen relatos luminosos. Uno de ellos lo estamos experimentando en este preciso instante, al estar unidos en línea, porque hemos ganado lo que jamás pudimos imaginar: sentir que pertenecemos a una sola comunidad y reconocernos humanos —por fin— en el precisa angustia o en la puntual alegría de otra persona que respira el mismo aire que nosotros.

Pero, ¿qué lo de amar al prójimo no había sido escrito miles de siglos atrás? ¿Qué destino han tenido las montañas de páginas impresas dedicadas a la equidad, a la justicia, a la gratitud? ¿Dónde quedaron los párrafos de hombres y mujeres que, al expresarnos su sentir auténtico y sus sabidurías, nos dejaron el más contundente de sus abrazos pegado a nuestros cuerpos? A veces, quizá, la sacudida en el alma amerita ser profunda. Vivir muertes, morir en vida. Renacer en una conversación interior distinta y tomar decisiones más nobles, más valientes, más leales. Hoy, tú, él, ella, nosotras, nosotros, ustedes, ellas, ellos y yo, estamos aquí, con los verbos conjugados en presente perfecto y con los complementos de nuestros pasados que nunca se irán del todo.

Un «idilio», según la RAE, es un «coloquio amoroso». Y este «IDÍLEO» nuestro, por lo que veo y siento, así lo demuestra. La RAE también dice que un idilio es una relación entre enamorados y yo me enamoré de la palabra a mis cinco años, en una calle que cruza el canal Chuvíscar, en el centro de la ciudad de Chihuahua. Iba en la parte trasera de un emblemático «bochito» blanco que mi abuelo conducía con entercada locura y con el escape en permanente explosión. En un semáforo en rojo que él ya no se pudo pasar, un coche frente a nosotros le impidió uno más de sus actos kamikaze al volante. Mientras esperábamos el cambio de luz, recuerdo que, de pie y agarrada de las dos cabeceras de los asientos del piloto y copiloto, comencé a decir en mi mente las letras y los números de la placa de aquel auto vecino. Lo que sentí en ese instante, sin exagerar, me cambió la vida. Aún ahora que trato de explicar lo que se me reveló al leer por primera vez, no lo puedo describir con adjetivos. Desde esa mañana soleada en adelante, como dicen, «se me hizo vicio» descubrir, por ejemplo, qué decía el periódico que mi papá leía con tremendo porte y disciplina en las mañanas. O saber qué novedad había en los anuncios gigantes callejeros o en los de letras chicas del canal 2 de televisión. Y ni cómo olvidar las historietas de Periquita, de Archi, de Don Gato o de mi tierno Ricky Ricón. Pero donde realmente me daba vuelo, sin tener un gramo de consciencia del porqué de ese arsenal mágico en mis días, era con los libros que mi mamá tenía en casa. Como yo fui la hija menor, llegué cuando ya había un tanto de libros infantiles y juveniles a mi total merced. Mi papá y mi mamá leían lo suyo; y yo, lo mío. Pero ella, la verdad, sí era un caso aparte. Conforme crecí, mi mamá, delgadita y sentada en uno de los lados de la cama, leía siempre. Combinaba sus revistas y libros con sus otras pasiones, la cocina y la anfitrionía. Que si un café, que si tal autor; que si un postrecito, que si tal novela. Unos y otros antojos nunca faltaron en casa, como tampoco invitados o visitas todos los días. Mi mamá era dadora y lectora empedernida por naturaleza.

Con esos referentes de padre y madre fui construyendo destino. Tuve la oportunidad de dejar mi casa a los 18 años para continuar con mi preparación y ejercicio profesionales. En ese sentido, la de hoy es una noche para recordar cuatro experiencias educativas en específico, creadas con la confianza y ayuda comunitarias, y sin ese rigorismo de figuras fiscales que tienden a ser monstruosamente embrolladas y desmotivantes. Dentro de la Casa Paterna Divina Providencia, de la Casa Hogar de Niñas Elena Domene de González, del pasillo de pediatría de la Clínica 16 del Instituto Mexicano del Seguro Social y del Centro de Readaptación Social de la ciudad donde nacieron mis tres hijas _Torreón, Coahuila_ abrí espacios para que la educación, la ciencia y la tecnología también fueran albergados. En innumerables vueltas a esos cuatro sitios, pierdo la cuenta de los tantos libros, computadoras, muebles, accesorios que fueron ubicados, y de las maestras y maestros voluntarios que donaron sus conocimientos. Pero lo que sí no olvido era lo que sucedía cuando tocaba el timbre del albergue y oía a un niño gritar, «¡Ya llegó ‘La Rana’!», y el bullicio que hacían los demás. Tampoco se me borran los correos electrónicos de los colegas que respondían con un «sí» a la invitación a dar clases gratis en el penal. O la cara de un papá que, luego de pasar la noche en vela en una silla rígida, al lado de la cama de su hijo internado en el Seguro Social, se pasaba a uno de los reposets de nuestro centro de estudios y caía dormido en dos segundos mientras su pequeño hojeaba libros hermosos o aprendía computación por vez primera.

Los años pasaron y, en cada institución y en cada uno de los voluntarios, las dinámicas internas tomaron otros cursos, especialmente, por el despunte de inseguridad a nivel nacional. En aquel entonces, toda proporción guardada a lo que sucede en este tiempo de pandemia, también era necesario extremar precauciones dentro y fuera de casa, y cuidarnos la vida. Pero, gracias a los logros cultivados en esos cuatro oasis de la responsabilidad social, las donaciones de libros no cesaron. Todos los ejemplares los fui recibiendo en mi casa. Con mis propios libros y con los que iban llegando me fue creciendo y creciendo la familia bibliográfica. A mis tres hijas, mis tres Renatas
—Iberia, Aitana e Ivana— les tocó vivir esta metamorfosis de su espacio vital durante su infancia, su adolescencia y su juventud y, preguntarse, por supuesto, «hasta cuándo». Pues hoy, día del aniversario de bodas de sus abuelos maternos y del cumpleaños de su abuela Olga, es una primera fecha con especialísima dedicatoria para ellas tres, a manera de entrega de legado en vida, y mi reconocimiento a su asunción de esta otra realidad hogareña que, por decir lo menos, provocó que declinaran abrir las puertas de su casa para otras personas o, incluso, para ellas mismas, porque su mamá la ha estado usando, por valiosos años del crecimiento de las tres, como búnker del conocimiento.

Mi padre falleció en marzo de 2006; y mi mamá, diez años después, en junio de 2016. Como ya lo decía, puede ser clave ver pasar la muerte de cerca, acaso volverla muy nuestra, para tomar nuevos bríos y avanzar. Gracias al legado de los dos, y luego de años de intentos sostenidos en la promoción educativa y voluntariado en otras instituciones públicas y privadas, hoy, diciembre 20 de 2020, con una emoción que apenas creo real, puedo darles la bienvenida a la sala, comedor y estancia de nuestra casa, la primera sede de IDÍLEO, el puerto del libro y las artes.

De Chihuahua capital, he trasladado y colocado en entrepaños de madera, mil quinientos ejemplares de la biblioteca personal de mi mamá y doscientas de sus revistas. Entre los libros he encontrado algunos que pertenecían a su hermana Gracia y a su hermano Pilarico; a sus primos, Livia, Esperanza y Benjamín; a su entrañable amiga, casi segunda madre, mi tía Lola, y de su esposo, Lázaro; uno de su suegro, mi abuelito Teodoro, de inicios del siglo pasado, y los libros de mi padre que ella, por supuesto, tomaba por amoroso asalto. Sus gustos lectores fueron muy variados tanto cuando los firmaba con su nombre de soltera como de casada. Novelas negras como novelas rosas; clásicos y premios Nobel como escritores novatos; biografías de iconos de la historia universal al igual que de graciosos personajes de la farándula. Revistas de cocina, revistas de viajes, revistas de decoración, revistas de modas y revistas de política. Y un tanto, también, de folletería, manuales y libros que apenas me vine a enterar que existían: los de altruismo distintos tipos de obras sociales.

A partir de hoy, 20 de diciembre de 2020, un visitante virtual o presencial de este primer puerto del libro y las artes, IDÍLEO, podrá constatar lo que acabo de platicarles y disfrutar su lectura. También están listos ya, a sus órdenes, todos los libros que he adquirido en librerías y en la Feria Internacional del Libro en Guadalajara, así como los que me han obsequiado en algún cumpleaños o por el mero gusto de darme un libro. Mis ejemplares están entreverados con los que han donado familias e instituciones educativas. Lectoras y lectores serán bienvenidos con un café robusto o un vino fresco a la salud de autoras y autores de libros sobre sicología, pintura, economía, música, religiones, museos, salud integral, medios de comunicación, arqueología, relaciones humanas, poesía, administración, tecnologías, meditación, feminismo, resiliencia, antropología, cuentos y novelas, y, en un sitio especial, los que explican la trascendencia de los verbos leer y escribir. En pequeña escala, estas mismas disciplinas del saber y del sentir, también tienen desde esta noche, su propia recámara: un cuarto completo para bienvenir a niños y niñas con un acervo precioso que también se combina con los libros que fueron míos, cuando niña, con los de la infancia de mis hijas, y ordenados por Jessy y Jesús Lugo, dos de mis queridos alumnos de nuestro proyecto lectomusical, la «Orquesta Sinfónica de los Pequeños Lectores».

En otros espacios de IDÍLEO aguardan por sus libreros, con sabia paciencia y silencio, las extraordinarias donaciones póstumas de las bibliotecas del siquiatra e investigador, Víctor Albores y la de su padre; la del economista y gestor social, José Elías García; y la del Instituto Francés de La Laguna, acompañada por más libros míos y por más libros donados, gracias a Dios, y a los votos de confianza otorgados.

Para continuar la labor de sostenibilidad, acondicionamiento y potencial crecimiento de IDÍLEO tomé la decisión de fundar IDÍLEO Editorial e inyectar, de esta manera, recursos al proyecto. En el momento en que di ese paso, entre pilas de libros colocados en el piso, editaba uno de los capítulos de la primera persona que me solicitó que fuera su editora. Julio Villalobos, que en paz descanse, me dijo un día, «¡Ya encontré quién va a escribir mis memorias!», gracias a una entrevista biográfica que sobre él me encomendó realizar Enrique Sada, quien también ha creído, junto con su padre Enrique, en mi trabajo editorial y de responsabilidad social.

A partir de ese banderazo dado por Julio, y que equivaldrá a la primera de las futuras placas de testimonio de gratitud a lo largo de los libreros, me he acercado a varias personas para compartirles la idea de que publiquemos sus libros, o bien, he tenido el honor de ser solicitada para acompañarlos en tan bella labor. Cada autora, cada autor, independientemente de los avances de sus escritos, o también, de haber abierto una justa pausa en su proceso de edición y publicación, han sido herencias de altísimo valor para IDÍLEO y para IDÍLEO editorial: Aurora Luna, José Hernández, Cristina Navarro y Oscar Fernández, Sergio Raúl García, Alejandro Rodríguez, Andrea Monroy, Adrián Gutiérrez, Luisa Cueto, Luis Meza, Salvador Hernández, Luis Manuel López, Carmen Tabares, Alfredo Papadópulos, Flor Rentería, Edmundo Mesta, José Elizondo, Alejandra Galindo, Emilio Torres, Ricardo Acosta, Anuar Reza y Dimas Maciel, muchas gracias. También, de las más distintas maneras, varias amigas y amigos han apoyado la defensa del acondicionamiento de este sitio y la calidad de los servicios que nos han prestado, así como la seguridad y salud de su servidora, de mis hijas y los tesoros que cohabitan con nosotras. Guillermo Chaire, Gustavo Iracheta, Próspero Hernández, Fernando Sánchez, mil gracias.

IDÍLEO, el puerto del libro y las artes, en su primera sede, ubicada en la Comarca Lagunera, les vuelve a dar la bienvenida en medio de un mar de ideas y con las más bellas olas para navegar a través de la educación. La visión de la brújula de IDÍLEO apunta para distintas ciudades de la República Mexicana. Una empresa, un restaurante, un municipio, un hotel, una escuela, un hospital, un rancho, un bar, un centro deportivo o, por qué no, también una casa bien podrían ser las nuevas sedes para los tan necesarios puertos IDÍLEO. Entre todas y todos podemos crear una nueva cartografía mexicana, un nuevo mapa global, a favor del aprendizaje, de la resiliencia, del libro y las artes.

Que la sala principal de IDÍLEO reciba esta noche el nombre de mis padres, Ernesto y Olga Chapa, es apenas un suspiro de gratitud para ambos por haberme dado cuidados, por haberme dado escuelas y por mantenerme de pie hoy, en medio de un legendario 2020, con la absoluta certeza de saberme querida —aún— y por siempre tomada de sus manos tan generosas.

Columnista y promotora cultural independiente. Licenciada en comunicación por la Universidad Iberoamericana Torreón. Cuenta con una maestría en educación superior con especialidad en investigación cualitativa por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Doctoranda en investigación en procesos sociales por la Universidad Iberoamericana Torreón. Fue directora de los Institutos de Cultura de Gómez Palacio, Durango y Torreón, Coahuila. Co-creadora de la Cátedra José Hernández.

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