Cuando la gente es abrumada por varios problemas suele decir que «trae muchos fierros en la lumbre». Como es el caso del presidente Andrés Manuel López Obrador quien trae muchos fierros al rojo vivo que, conforme avance el tiempo, será imposible poderlos maniobrar.
Y es que un mal fario atrapó a este sexenio con adversidades y mucha cizaña. Otra fuera la narrativa si AMLO nos hubiera gobernado de 2006 a 2012, seis años perdidos por Felipe Calderón.
Peor resulta, cuando ya sabemos, que AMLO no es capaz de tomar caminos siniestros para sortear la crisis explosiva de la inseguridad, el más candente de los fierros que arden en la lumbre. Todos sus adversarios saben que él no reprime, que no persigue, que no es vengativo y que es un hombre de «abrazos, no balazos». Bien sabemos que no abusa del poder.
¿Qué rumbo siniestro está obligado a tomar un hombre de estado para hacer frente a esa catástrofe insondable de la violencia y la inseguridad? Pues el mismo camino que tomó el gran Giulio Andreotti, en Italia, con su Estrategia de la Tensión dentro de la Operación Gladio contra el comunismo. O la vía tomada por el socialista Felipe González, en España, ante el terrorismo de ETA, cuyos atentados lo obligaron a emplear los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL), especie de brigada blanca que aniquiló al terror y lo persiguió hasta la vasconia francesa. O lo que hoy hace Israel al combatir de manera aplastante al terrorismo de Hamas. Y sin olvidar que la democracia más antigua del mundo, la británica, empleó la guerra sucia para combatir al terrorismo del Ejercito Republicano Irlandés (IRA).
Sabemos que AMLO es un idealista y, por lo mismo, el terrorismo de vulgares delincuentes sin ideales políticos acabará por minar a esta nación por la creciente acción demoledora de sangrientos criminales que ya usan drones artillados, coches bomba y minas explosivas.
Y es que ahora hay regiones cuyos caminos están sembrados con trampas que se activan al pisarlas. Terrorismo puro que actualmente está prohibido por el Tratado de Ottawa, gesto humanista de los combatientes debido al gran sufrimiento que las minas explosivas causan a personas y niños inocentes que si no mueren quedan gravemente mutilados.
El terror de pisar una mina es indescriptible. A los más curtidos soldados y mercenarios los hace recular. Tan fácil es colocarlas y esconderlas como difícil es encontrarlas y desactivarlas. Son una gran felonía que ahora utilizan los narcos en el colmo del terrorismo.
Ya sabemos que es anatema clamar al terror de estado. Pero con esta degradación criminal que se ha multiplicado desde Fox a López Obrador, llegará el momento en que el camino siniestro de la guerra sucia será la única salida.
Lo malo es que el estadista que se alce con el triunfo y nos devuelva la paz será un héroe que fácilmente podrá convertirse en dictador. Y entonces se justificará como el florentino diciendo que es plausible hacer el mal cuando de ello resulta el bien (como dijo Andreotti) y que lo más grande de su gobierno será el habernos regresado esa paz tan largamente anhelada por sexenios, incluyendo este, el de los «abrazos y no balazos».