Morir para vivir; eutanasia (3)

«La eutanasia y el suicidio asistido son una derrota para todos. La respuesta que hemos de dar es no abandonar nunca a quien sufre, no rendirnos, sino cuidar y amar a las personas para devolverles la esperanza».

Papa Francisco

Respetando la investidura del Papa, disiento sobre que la eutanasia es una derrota. Yo no propongo ni rendirse, ni abandonar a los enfermos, propongo cuidar y amar a los que sufren para aliviar su sufrimiento, incluso permitiendo que esos enfermos terminales recurran a los representantes de la religión que profesan para asistirlos con ritos que, si los hace sentir bien (eu), tendrán un bien morir. Y concuerdo con Nietzsche: en estos casos terminales: la esperanza es el peor tormento del enfermo y mucho más para sus familiares.

En forma natural, desde hace 50 años que ejerzo la medicina en Poza Rica, Castillo de Teayo, Martínez de la Torre, Tuxpan, y allá en el Norte, en Torreón y en el Centro Médico Nacional (hoy Siglo XXI), cientos de veces he escuchado los ruegos de enfermos terminales: «doctor Nacho, ya déjeme morir. Deme de alta y mándeme a mi casita, quiero morir en mi casita. Dígale a mis familiares que yo quiero morir en mi casita. Yo mejor que nadie sé que me hagan lo que me hagan, ya no tengo fuerzas para vivir. «Por favor, sin que se den cuenta ya póngame una ampolleta para descansar y dejar de sufrir». Estas y otras crudas peticiones son recurrentes. Nunca los abandoné y nunca vi a un enfermo derrotado y nunca me he sentido derrotado, al contrario, he vivido y he aprendido lecciones de vida y muerte con ellos, lecciones de eutanasia.

Si eutanasia significa morir sin sufrimiento y solo mueren los vivos (una perogrullada), parece lógico pensar: para morir sin sufrimiento, hay que vivir sin sufrimiento y ¿Quién ayuda a vivir sin sufrimiento? Pues los médicos. De esa forma, eliminar el dolor de un cólico renal o de vesícula, operar a un paciente con peritonitis por un apéndice perforado, extirpar una matriz con cáncer, tratar la depresión y prevenir los suicidios,  prolongar la calidad y cantidad de vida de una persona con estas y otras maniobras, es ayudarla a bien vivir, pero también a bien morir (eutanasia), se irá satisfecha de la vida, y agradecida con sus parientes, con sus médicos y todos las profesionales de la salud que participaron en sus cuidados para alargar su vida en tiempo y calidad. Eutanasia es quitar el dolor, curar, aliviar o confortar, ayudar a vivir más tiempo y con mejor calidad.

—Lea estas reflexiones don Culturín —dijo el internista Kiskesabe—. Son muy personales, producto de mi experiencia y de lecturas de libros y temas de eutanasia o tanatología (estudio científico de la muerte) tratados en la prensa escrita y televisión. Dígame su opinión.

Después de leer cuidadosa, don Culturín dijo:

—A lo mejor para algunos esto es cuestión de un desquiciado. Yo no había pensado así, yo suponía que la eutanasia nomás se podría dar o hacer a la hora de la muerte de una persona, pero creo que tiene usted razón, eutanasia, bien morir, pues es de toda la vida de uno. No hay de otra.

—Cierto don Culturín, se nota que ha leído periódicos.

—Así es médico. Pero fíjese que ahí los políticos de arriba no se comprometen, se lavan las manos y por supuesto, no van a tomar en cuenta la opinión del público si no les conviene a sus intereses personales. Ni lo del aborto se ha tomado en cuenta. Todos los días se practican abortos clandestinos, la mayoría de esas mujeres son católicas y aún así lo hacen, aunque los jerarcas de la iglesia se opongan. Ahora, la eutanasia, así como usted la pinta pues se hace también todos los días. He visto muchos casos de parientes y conocidos a los cuales ya no los llevan al hospital para tratamiento. Un día un señor de 80 años, diabético, ya ciego, le fallaban los riñones, había tenido un infarto del corazón, no comía. Consultaron con un internista, creo que fue un tal Kiskesabe, este les explicó todo lo que los familiares quisieron saber, les dijo que las posibilidades de recuperación eran casi nulas a esa edad y con todas las complicaciones de varios de sus órganos vitales, que su cuerpo ya no tenía fuerzas ni capacidad de responder pues los medicamentos le causaban más daño en lugar de beneficiarlo pues ya no le funcionaban, el cuerpo los rechazaba o ya no los procesaba y se intoxicaba y no le provocaban ningún beneficio. Los familiares se pusieron de acuerdo y con la orientación tan completa y clara que ese médico internista les ofreció durante más de una hora, decidieron finalmente, sin sentimientos de culpa, que la vida siguiera su curso natural sin martirizar a su enfermo. Eso es eutanasia pasiva y valió la pena.

—Estoy de acuerdo, don Culturín.

Lea Yatrogenia

Egresado de la Escuela de Medicina de la Universidad Veracruzana (1964-1968). En 1971, hizo un año de residencia en medicina interna en la clínica del IMSS de Torreón, Coahuila. Residencia en medicina interna en el Centro Médico Nacional del IMSS (1972-1974). Por diez años trabajó como médico internista en la clínica del IMSS en Poza Rica Veracruz (1975-1985). Lleva treinta y siete años de consulta privada en medicina interna (1975 a la fecha). Es colaborador del periódico La Opinión de Poza Rica con la columna Yatrogenia (daños provocados por el médico), de opinión médica y de orientación al público, publicada tres veces por semana desde 1986.

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