Insólito

Perdonen mis lectores (si es que los tuviere) pero este artículo, por esta vez, no es para ustedes; es para mí. Los razonamientos que siguen están destinados a clarificar en mi mente algunos acontecimientos ocurridos en los últimos días y cuyo desenvolvimiento me deja atónito. Trato de entender, pues.

Todo empezó con el secuestro de ciudadanos norteamericanos en Tamaulipas. El resultado es de todos conocido así que, de ninguna manera, haré una cronología de los hechos; en cambio, me limitaré a formularme una serie de preguntas en torno a lo insólito, trágico y patético para las políticas públicas de un Gobierno que continúa negándose a ver la grisura con que enfrentan los problemas vitales del país.

Primero un ligero rodeo. Cualquier texto de filosofía política nos proporciona información elemental en torno a la idea de que en un Estado de Derecho son las leyes las que «organizan y fijan los límites de derechos en que toda acción está sujeta a una norma jurídica previamente aprobada y de conocimiento público».

Su existencia es vital porque el Estado de Derecho guía la conducta de los ciudadanos. Idealmente se caracteriza por la transparencia, la predictibilidad y generalidad están implícitas en él. El cumplimiento de las leyes facilita la interacción humana además de permitir la prevención y la solución efectiva, eficiente y pacífica de los conflictos que se suscitan en el seno de la sociedad contribuyendo así a la paz social.

Bueno, este leve apunte se debe porque en los acontecimientos de Tamaulipas todo esto se vio violentado. Veamos.

En México los secuestros están a la orden del día sin que ninguna autoridad, haciendo valer el Estado de Derecho, intervenga eficientemente para dar solución a ese acto delictivo cometido en perjuicio de algún ciudadano. Vamos, nadie actúa y es mejor dejar las cosas como si nada hubiera ocurrido.

Todo es normal cuando ocurre el secuestro de los norteamericanos; es decir, no pasa nada, nadie se ocupa de eso. Pero horas después, cuando las autoridades del vecino país informan que los secuestrados son ciudadanos de aquel país, todo cambia. De inmediato nuestras autoridades se hacen cargo del caso con una eficiencia que asombra, el presidente López se ocupa del asunto y en cuestión de horas queda, aparentemente, “resuelto” el caso, aunque fuera con saldo negativo.

Primera pregunta de una serie que ya no enumeraré. ¿Por qué ningún ciudadano mexicano recibe esa atención que, solícitamente, se le otorgó a la gente del otro lado? Conozco más de una persona en situación similar y nunca su queda ha sido atendida agudizando más la pena que les va minando la vida.

¿Por qué hasta que las autoridades gringas exigieron respuestas pudimos ver la prontitud de reacción de las instituciones nuestras? Insistentemente el presidente de la república se ha escandalizado desde su mañanera por las actitudes intervencionistas de los norteamericanos en nuestro país, ha hablado de soberanía y hasta se ha permitido insultar a los de aquel lado con un discurso contestario revestido de autoridad y autonomía.

Puro cuento. A la propuesta de algunos legisladores del país del norte para considerar a los cárteles mexicanos como terroristas, el mismo Gobierno estadounidense declaró que sería inútil pues eso no aportaría nada distinto a lo que ya hacen en México. Naturalmente tal declaración confirma lo que es un secreto a voces, esto es, la injerencia, la intervención y hasta la ocupación de Estados Unidos en territorio mexicano. El asunto es que el Gobierno de López nos explicara por qué.

Pero la cuestión más relevante y de verdadero espanto en ese extraño caso tamaulipeco es que un día después de resolver la situación de los secuestros, el crimen organizado entrega a los supuestos responsables añadiendo una nota de disculpa para la ciudadanía comprometiéndose a no causar más molestias.

La pregunta obligada es: ¿los grupos criminales haciendo justicia? En un acto verdaderamente inverosímil la fiscalía de Tamaulipas consiguió a la velocidad del rayo órdenes de aprensión para los presuntos secuestradores bajo el argumento (que no es argumento) de la confesión de los cinco inculpados por el crimen organizado de que, en efecto, ellos había sido los autores de los ilícitos.

¿Sí? ¡Adió! Achis, achis… Pues a mí se me hace muy picudo pa paloma… Pero para decirlo mejor, en palabras de mi tía Beba, la sabia, ¿Y el Estado de derecho apá?…

Me parece (sólo a mí, no intento que nadie más lo crea) que hay un abismo entre una idea y su práctica. Creo que en el presidente de México existe una necesidad perentoria de adaptar la idea del país que tiene en la cabeza a la realidad cuando ésta no se deja moldear por aquella.

Con reprimida vocación de dictadura, el Gobierno de Andrés Manuel se parece mucho al de Porfirio Díaz, por lo menos en algún aspecto. De manera incansable, el presidente proclama y aclama lo bien que marcha el país en el logro de una transformación que se empeña en seguir soñando y sin que nadie le avise que es sólo eso: un sueño.

Por cierto, un sueño conservado gracias a una dictadura patriarcal apoyada en los panegiristas del régimen, es decir, aliados políticos y la congregación de creyentes reunidos a su alrededor.

En la famosa entrevista sostenida en 1908 ante el periodista norteamericano Creelman, Porfirio Díaz afirmaba que era una equivocación suponer que el futuro de la democracia hubiera peligrado por la permanencia en funciones de presidente durante un largo periodo de tiempo. Literalmente decía: “puedo decir con toda sinceridad que el ejercicio del poder no ha corrompido mis ideales políticos”. Eso, naturalmente, no era verdad.

Lo mismo que en este Gobierno. Una cosa es lo que se proclama desde la mañanera y otra muy distinta lo que ocurre en la realidad. El ejemplo de Matamoros deja en claro lo que verdaderamente ocurre hacia el interior del Gobierno de Andrés Manuel: un Gobierno donde manda el crimen porque el Estado de Derecho no es el sello distintivo de esta administración.

Su narrativa de transformación no encaja con la realidad de la violencia, la injusticia y el drama de la vida cotidiana tratando de hacerle frente al desorden que ha copado al país entero. Como lo ocurrido en esa ciudad fronteriza de nuestra desgracia donde lo que no se había visto nunca se ve por primera vez, y no nos deja, desde luego, bien parados ante los ojos del mundo.

San Juan del Cohetero, Coahuila, 1955. Músico, escritor, periodista, pintor, escultor, editor y laudero. Fue violinista de la Orquesta Sinfónica de Coahuila, de la Camerata de la Escuela Superior de Música y del grupo Voces y Cuerdas. Es autor de 20 libros de poesía, narrativa y ensayo. Su obra plástica y escultórica ha sido expuesta en varias ciudades del país. Es catedrático de literatura en la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades; de ciencias sociales en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas; de estética, historia y filosofía del arte en la Escuela de Artes Plásticas “Profesor Rubén Herrera” de la Universidad Autónoma de Coahuila. También es catedrático de teología en la Universidad Internacional Euroamericana, con sede en España. Es editor de las revistas literarias El gancho y Molinos de viento. Recibió en 2010 el Doctorado Honoris Causa en Educación por parte de la Honorable Academia Mundial de la Educación. Es vicepresidente de la Corresponsalía Saltillo del Seminario de Cultura Mexicana y director de Casa del Arte.

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