Jugar con fuego

Colombia y nuestro país presentan semejanzas notables: sus revoluciones por la independencia iniciaron y terminaron con meses de diferencia; su territorio original se redujo por conflictos regionales; han sido asolados por la guerrilla, en su caso por las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FARC) designadas como organización terrorista por Estados Unidos, la Unión Europea y otros países hasta su desmovilización en 2017 para convertirse en partido —Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común). Según BBC Mundo, ese paso «abrió una caja de Pandora de demandas y problemáticas prohibitivas por cuenta de la guerra». Además, los capos más grandes de la droga han sido Pablo Escobar y Joaquín «el Chapo» Guzmán. En términos de narcoviolencia, antes se hablaba de colombianizar; hoy de mexicanizar.

México y Colombia tienen los mismos Premios Nobel de la Paz y de Literatura, obtenidos por Alfonso García Robles y Octavio Paz; y Gabriel García Márquez y el expresidente Juan Manuel Santos. También vivieron el asesinato de candidatos presidenciales: Luis Donaldo Colosio (1994) y Jorge Eliécer Gaitán (1948). Las consecuencias políticas y sociales del primer crimen, atribuido al Estado, fueron menores —la elección de 1994 la volvió a ganar el PRI—. Pues la postulación de Colosio había sido a dedo y el gobierno de Carlos Salinas impuso la teoría del «asesino solitario» después de que el primer fiscal especial del caso, Miguel Montes, denunció «una acción concertada», es decir, una conspiración. Salinas premió a Montes con un asiento en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, cuyos defensores de hoy, ayer callaron.

El atentado contra Eliécer Gaitán, del Partido Liberal, en cambio, provocó movilizaciones y protestas populares que desencadenaron El Bogotazo y sumieron al país en una guerra civil de facto entre liberales y conservadores, la cual dio origen a las autodefensas y más tarde a las FARC. Esa etapa aciaga se conoce como «La Violencia». Una nueva crisis, tangencialmente ocasionada por la pandemia de coronavirus, amenaza con tirar por la borda lo avanzado por Colombia en las últimas décadas. La propuesta del presidente Iván Duque de subir los impuestos para mitigar los efectos económicos y sociales de la plaga literalmente incendió al país.

En lugar de consensuar la reforma tributaria, el presidente Duque, de por sí impopular, reprimió a la población, retiró la iniciativa, defenestró al ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla, y se metió en un callejón sin salida a la vista. El saldo parcial es de 37 muertos, centenares de heridos, un paro nacional que, según expertos, podría costar cuatro veces más de lo que se pretendía recaudar con el paquete fiscal. Mauricio Archila, experto en movimientos sociales, declaró a BBC Mundo que «La cobertura y la sostenibilidad (de la protesta) han sido inéditos. Este paro ha llegado a lugares donde antes no se solía protestar y se ha mantenido varios días sin dar tregua». Escéptico de los paralelismos, Archila separa el Bogotazo y el paro cívico de 1977, pero admite: «este paro ha producido una alianza obrero-campesina-indígena que tal vez nunca había estado tan equilibrada».

Colombia tendrá elecciones presidenciales el año entrante y la crisis anticipa la derrota del partido de Duque, Centro Democrático, cuya posición oscila entre la derecha y la extrema derecha. La formación la fundó Álvaro Uribe en 2013, luego de haber ganado la presidencia por el Partido Liberal Colombiano, de donde también surgieron César Gaviria y Juan Manuel Santos. La misma ruta quisieron seguir en nuestro país el expresidente Felipe Calderón y su esposa Margarita Zavala con el Partido México Libre. En el proceso electoral del 6 de junio intervienen intereses ajenos —nacionales y extranjeros— que es preciso atajar si no se quiere repetir en México la crisis colombiana.

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