La adversidad y la búsqueda de culpables

Durante milenios, cuando han tenido lugar tragedias siempre se buscan culpables. No se acepta que las cosas suceden y que no tienen una sino múltiples causas. Hace dos milenios y medio en el pueblo hebreo o en el griego no se aceptaba que hubiese una desgracia sin averiguar quién la provocó. Del Génesis a la «Ilíada», luego «Edipo Rey» y otros textos expresan que al sufrir algo desconocido se averigua a quién atribuirlo. En la tragedia de Sófocles, Edipo exige encontrar al pecador de Tebas para matarlo con sus propias manos porque atrajo las desgracias y la ira de los dioses: enfermedades, malas cosechas deben ser obra de un ser perverso. Edipo no sabe que el nefando es él; cuando se entera se saca los ojos.

Donald Trump ha acusado a los chinos de haber creado el COVID-19 y perjudicar al mundo entero: son culpables. El señalamiento le sirve para no enfrentar su propia responsabilidad. Ha manejado la pandemia con una ineptitud casi criminal. En lo que toca a su propio contagio del coronavirus pareció un sainete: todo Estados Unidos sufre, han muerto 239 mil estadounidenses y él, ¡oh dioses protectores!, se curó en un día con un brebaje mágico. Y si esa nación lo tiene, ¿por qué no lo dan a todos? Es para acusarlo por homicidio masivo.

En México los reflectores se han centrado en Hugo López-Gatell. No lo defiendo, pero culparlo por las muertes debidas al virus es otra cuestión. Los que no usan el cubrebocas, los que no guardan la sana distancia, quienes promueven fiestas… son igualmente condenables. Somos un pueblo fiestero y necesitamos del contacto con los demás, incluso físico. Ahora se trata de algo desconocido, de un elemento que no razona, que no tiene palabra de honor. El coronavirus funciona porque de alguna manera requiere del humano para seguir con «vida». Buscará cualquier rendija para meterse en nuestro organismo. López-Gatell no puede detenerlo, como tampoco Claudia Sheinbaum o Miguel Ángel Riquelme. Ellos pueden dar orientaciones, órdenes, castigar, vigilar, sí, pero no son la Divina Providencia. Nos toca a todos cuidarnos y cuidar a los demás. Buscar un culpable es fácil, comprometernos cada uno, difícil.

Los europeos regresaron a la muerte cotidiana, la misma que habían creído estaba lejos. Ellos, como los mexicanos, se aburrieron de estar encerrados y optaron por volver a la calle. Es comprensible, es lo que todos deseamos. Otra cosa es cómo se comporta el coronavirus. Ahí no hay razonamiento. Es una verdadera pena que haya tantos enfermos y muertos. No digo que gente valiosa, como se ha publicado, porque todos lo somos, aunque sea para los parientes, los amigos, los conocidos. Alguien que podía estar vivo ya partió hacia el valle de las sombras, el sheol, el más allá, el juicio final o la nada, según su propia fe, convicciones, creencias.

Parte de la tragedia cotidiana es la vivencia de la soledad, el encierro, el aburrimiento, la falta de libertades, la depresión, la violencia intrafamiliar, el dolor ante las carencias, lo inexplicable. Vaya, al parecer todos tuvimos que hacernos un poco filósofos. ¿Qué significa la vida, y la muerte, y la amistad y los demás y…?, ¿tengo futuro? Hacemos preguntas, queremos saber, adivinar, suponer, imaginar. Y, por más vueltas que le damos, no vemos avances. Desearíamos plantearle nuestras dudas a tal camarada, pero está tan aislado como cada quien: los otros tienen la misma incertidumbre, están turbados ante la incomprensión, confundidos ante la autoridad política, temerosos del propio futuro.

¿Es eso lo único que ha traído la pandemia? No, visiblemente no. Con ella vino la ternura de los padres ocupados en enseñar a sus niños a responder tareas por computadora (¿los padres enseñan o aprenden?) Llegó la solidaridad: no es raro escuchar a los alumnos, por ejemplo, a los míos, expresar sus sentimientos de respaldo a personas que sufren contrariedades. Apareció el amor por la lectura, la música, la conversación. Ahora tenemos tiempo para hablar; también para escuchar, en resumen, para dialogar. El cariño se ha instalado en cada hogar porque no puede esconderse.

Investigador, académico e historiador

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