Nadie puede describir mejor al moreirato que alguien del propio clan, como lo acaba de hacer el exgobernador Humberto Moreira, soliviantado por una rivalidad con su hermano Rubén, a quien, confiesa con falso escrúpulo, cual si todo el mundo viviera en Babia, le heredó el cargo. ¿De qué otra manera si no con recursos del erario, el aparato burocrático y electoral a su servicio y la aquiescencia convenenciera de los poderes fácticos? El celo del exlíder del PRI no es democrático —impedir un fraude electoral en Hidalgo, donde el partido en el poder siempre ha ganado con chanchullos—, sino personal, porque su hermano logró lo que él no pudo: dirigir por más de 11 meses un partido en decadencia y ser protagonista, así sea en calidad de comparsa, en la arena nacional dominada por Morena.
La acusación del presidente de la Junta de Coordinación Política de la Cámara de Diputados, en el sentido de que su hermano funge como «operador financiero» del candidato de Morena, Julio Menchaca, no es inocente. En primer lugar, porque sabe que, para hacerse con la presidencia del PRI, el Gobierno de Humberto financió campañas para gobernador en varios estados, y que una parte significativa de la deuda de Coahuila pudo haber ingresado al comité de financiamiento de Enrique Peña Nieto. Moreira II se pega un tiro en el pie, pues Humberto, con dinero de los coahuilenses, también pagó la suya. Humberto destila cólera por su hermano, quizá porque su matrimonio con Carolina Viggiano alteró la estructura de mando familiar y acabó por fracturarla.
Humberto y Rubén manejaron la hacienda estatal a su arbitrio y debió haberles ido bastante bien —la deuda ronda todavía los 40 mil millones de pesos; este año se pagarán 5 mil 500 millones de intereses— como para vivir de las rentas. Al adjudicar a su hermano la intermediación entre Menchaca y quienes aportan dinero, el perverso insinúa: 1) que Humberto tiene suficientes fondos para financiar campañas; y 2) que el resto de las fuentes también podrían ser lícitas. Para justificar su fracaso en los estados, la alianza «Va por México» acusa a los gobernadores de Morena de ser impuestos por la delincuencia organizada.
La derrota de Viggiano, postulada por el PAN, PRI y PRD, está cantada. Para Humberto será una victoria; y para Rubén, una vergüenza, el mayor de sus fracasos y el fin de una carrera turbia y trepadora. ¿Soportará una sociedad conyugal, por lo visto fundada en la ambición y el interés, el escarnio y la humillación en las urnas? La elección no la decidirá la declaración de un despechado, por supuesto, pero el triunfo de Menchaca lo proclamará como propio y bailará cumbia sobre el cadáver político del cainita.
Rubén Moreira es tan responsable de la crisis financiera y de seguridad —en el periodo 2009-2014— como Humberto, pues mientras su hermano se divertía y urdía alianzas con Peña Nieto, de las cuales se benefició, él gobernaba a la vista de todo el mundo. «Mientras Humberto baila, Rubén piensa», decía sarcásticamente la corte de aduladores. El bailador concita simpatías en sectores cada vez más reducidos. Ya no se le encienden velas como cuando estuvo detenido en el penal de Soto del Real. El «intelectual» provoca repulsión por arrogante, desleal y prepotente. Hidalgo fue su edén y también su tumba. Paradojas de la política: aun perdido en su laberinto, Humberto está hoy más vivo que Rubén.