Soy, orgullosamente, nieto e hijo de militares mexicanos. Siento por las Fuerzas Armadas de mi país un profundo respeto y admiración, seguramente alimentados por la tradición de mi familia, también por el patriotismo y la lealtad de una institución baluarte del México postrevolucionario. Las imágenes difundidas hace unos días, donde un grupo de civiles, presuntamente delincuentes, persigue vehículos del Ejército e insulta a sus tripulantes, lastiman profundamente no sólo a quien sienta simpatía por sus Fuerzas Armadas, lastiman a cualquier ciudadano que crea en las instituciones de este país.
Hay, sin embargo, algo más doloroso. Escuchar al comandante Supremo de las Fuerzas Armadas decir: «Cuidamos a los elementos de las Fuerzas Armadas, también cuidamos a los integrantes de las bandas, son seres humanos», es algo de enorme trascendencia y una gran revelación que debe analizarse desde varios ángulos.
Sin menoscabo de que efectivamente un delincuente es un ser humano con derechos consagrados en la Constitución de nuestro país, el contexto en el que se habla de cuidarlos hiere severamente a la investidura militar y al Estado mexicano. Toda sociedad reafirma sus virtudes o sus vicios con los hechos de la vida cotidiana. No sólo aprende el individuo a través de lo que se premia y se castiga, también aprende el grupo. La forma en que un Gobierno responde es un incentivo o un inhibidor de conductas. Si yo fuera delincuente, aplaudiría las palabras del presidente de México. Escogería México para delinquir. Me pregunto qué pensarán los miembros del Ejército, los militares de alto rango, los retirados, al ser usados como ejemplo del trato que merecen los delincuentes.
Ver al Ejército perseguido y humillado es un signo de la descomposición social del país. Ver que el presidente de México no se indigne y además justifique la acción, es un signo del Estado fallido que encabeza un hombre cuyo deber máximo como jefe de Estado es proteger a sus ciudadanos. Sin este rol del Estado protector, el Gobierno abdica de su responsabilidad mayor, dejando indefensa a la sociedad. Estamos ante un Gobierno que no puede —o además no quiere— perseguir delincuentes, más bien los suelta cuando los captura o se deja perseguir por ellos. Es una metáfora tristísima para el futuro del país, porque además alimenta el cáncer de la impunidad. Los costos de delinquir bajo el régimen actual son bajísimos.
La doctrina weberiana define al Estado como la entidad que tiene el monopolio de la violencia en un determinado territorio. Este uso legítimo de la fuerza es básico para tener un Estado funcional. Renunciar a esta tarea, es renunciar a la responsabilidad más importante que un Estado tiene para con sus habitantes: Un Estado que no protege, es un Estado fallido.
Por supuesto que la descomposición social, la impunidad y la delincuencia desbordada no iniciaron en este sexenio. Presidentes, gobernadores y presidentes municipales de otros partidos también han fallado, experimentamos una falla sistémica que replica las deficiencias cada sexenio. Pero ninguno como el actual Gobierno federal para generar las condiciones de inseguridad e impunidad que vivimos.
En el país de la autollamada Cuarta Transformación se justifica que los criminales persigan a las fuerzas del orden, mientras se persigue a los científicos y se tacha de traidores a la Patria a los legisladores que no piensan como los del partido que ostenta el poder.
El Ejército perseguido y el Gobierno complaciente son una metáfora mayúscula que alimenta al inconsciente colectivo. Escribió Diego Osorno: «El crimen organizado en México es el que se origina, sostiene y nutre desde las estructuras del Estado, en particular de aquellas que teóricamente existen para combatir, precisamente, a la delincuencia».
El hecho es devastador. Nos dice que vivimos en el país sin autoridad, en el país donde el uso legítimo de la violencia no es del Estado, es del crimen organizado. El país donde te pasas un semáforo en rojo y no pasa nada; falsificas un documento y no pasa nada; robas un carro y no pasa nada; cometes un feminicidio y no pasa nada; formas un cártel y no pasa nada; persigues e insultas a miembros del Ejército mexicano y… el presidente de México dice que te cuidan.
Duele México en el cuerpo.
Fuente: Reforma