La dimensión del mal

Ningún supuesto teórico, ni siquiera el pensamiento filosófico más agudo, coincide con la realidad real, sujeta siempre a las circunstancias que la constituyen, a las presiones que la modifican, y a la influencia de acción de los imponderables.

Todo el pensamiento que en la historia ha sido, así haya surgido de la filosofía, de la ciencia, de la religión o del sentido común más simple, constituye un núcleo de verdad hecho a base de la lógica más incontrovertible, de la razón pura en términos kantianos y de las expectativas de esperanza más profundas basada en la ética, en la moral y en los aspectos antropológicos abordados desde la sociología.

En más de una ocasión, la realidad construye el universo de lo absurdo, porque confluyen ahí los intereses políticos más obscenos, la urdimbre de la trama de una sociedad que está hecha a la medida de los grupos que disputan el poder y que terminan por estructurar un universo donde el atropello al derecho de terceros es ley de tremendas dimensiones.

En buena medida a esos parámetros se ajusta la realidad mexicana de hoy, que ha elaborado su propia lógica, en donde queda muy claro que el capital, además de riqueza, genera poder, impunidad, gracia, perdón, grandeza y, ya en el colmo de lo inconcebible, hasta santidad.

En efecto, desde múltiples perspectivas, ese parece ser el rostro de los grandes ricos del país a quienes sus pesos les han generado otro tipo de ganancia: poder, que traducido a la práctica deviene siempre en impunidad, aunque hayan agotado el catálogo de crímenes que la más perversa de las mentalidades hubiera concebido jamás, aunque eso no importe porque, al fin y al cabo con tanto dinero y poder, hay gracia para alcanzar el perdón y construir una grandeza que desemboque en la santidad frente a los otros que están bajo el dominio de la pobreza.

Junto a ellos están los otros, los muchos que por ser tantos no parecen tener rostro y permanecen en el anonimato más sombrío; ellos son los depositarios de todos los males puestos en práctica por los del poder.

Pero, inevitablemente también, cuando a diario contemplo este escenario, asocio toda esta dimensión del mal, a la necesidad de un proyecto de humanidad promovida y realizada desde el gobierno autodenominado Cuarta Transformación (4T), porque éste se ha distinguido, más bien, por poner en los escenarios de realidad experiencias de inhumanidad y deshumanización, mismos que han sido los más atroces por los que grupos humanos hayan pasado en nuestro país.

En esta experiencia de la insensibilidad, señalo en primer lugar, el problema de los migrantes, cuya dimensión de gravedad encierra algo mucho más de fondo que los intereses de frontera. En realidad es una cuestión de liberación, es una cuestión humana que exige la dinámica de un proyecto social que considere metas como las siguientes, aunque parezcan una utopía.

Cualquier gobierno, incluso el de la Cuarta Transformación, debería imponerse, como obligación de Estado, luchar por construir una sociedad donde la libre realización de cada persona sea condición de la libre realización de la comunidad a fin de hacer realidad los valores de justicia y libertad de una sociedad movida por aspiraciones de igualdad.

En el conjunto de acciones de una autoridad gubernamental, impuestas como norma de práctica común, debiera ser, en efecto, la libertad de los ciudadanos, aunque estén en condición de tránsito porque, si no, se corre el riesgo de convertirse en una dictadura burocrática del partido gobernante. Y frente a ello, todo lo que se oponga a sus intereses carece de valor, incluida la libertad, en su sentido más teórico y general hasta su expresión más práctica en la vida cotidiana.

En una visión mucho más sensible, resulta claro que si el migrante ha decidido abandonar su lugar de origen, se debe a que en su experiencia de felicidad, de plenitud y de sentido, han perdido vigencia tanto su presencia práctica como su repercusión en la conciencia humana. Es decir, ya no son nada, por tanto, no hay significación que lo reintegre a la libertad para ser en la existencia. Es necesario formularse otras metas. Y su formulación, por cierto, impacta en las decisiones de los gobiernos y exige una atención equilibrada, mesurada y normada por la inteligencia.

La exigencia no es menor si se considera que son las únicas que al hombre le merecen el nombre de humanas. En todo caso, la exigencia permite decir que todo el esfuerzo hacia la construcción de una sociedad y un hombre nuevos, es el lugar que se merece la historia de la sociedad y del hombre contemporáneo.

A la posibilidad de alcanzar esa meta, debiera ajustarse la aspiración de todo gobierno. Ese impulso creador debiera ser el gran motor que eche a andar las acciones del gobierno que dice perseguir la Cuarta Transformación. Y debiera serlo, porque le es necesario a los pobres, esa masa amorfa y anónima a la que con frecuencia se refiere el presidente desde las mañaneras.

Pero, regodeándose en la autocontemplación y el autohalago, el presidente y su corte, mantienen el espejismo de una realidad sostenida por otros datos, totalmente ajenos a los acontecimientos que tejen la trama de una realidad cotidiana llena de dramas y terrores y, por eso, muy cercana a una dimensión del mal. Esa es la realidad cotidiana de los migrantes.

Pero, por primera vez en su historia, el Estado mexicano bajo el mando de Andrés Manuel, se convirtió en perseguidor implacable. Sus políticas de Estado para granjearse la simpatía del gobierno norteamericano, convirtieron a México en el matón de la película.

Por primera vez tenemos campos de concentración en territorio mexicano, por primera vez se creó un cuerpo policial, llamado Guardia Nacional, para detener el paso de los migrantes, además de la indiferencia de las autoridades de todos los niveles, incluido el presidente mismo, quien encabeza la postura de no responsabilizarse de estas acciones y dejársela a los propios migrantes.

No, el asunto migrante no es una cuestión de fronteras, de poder político y económico, es una cuestión humana. Si es humana, entonces es sagrada. La liberación humana, en efecto, posee aspectos de salvación divina. Vista así, es posible reformular los argumentos políticos, económicos y de poder en torno a los migrantes y verlos como parte de la realización de la comunidad humana en el seno mismo de la comunión divina.

El gobierno de la cuarta transformación está lejos de pensar el bienestar para todos, aunque a diario promulgue este discurso que suena ahora tan vacío y falto de humanidad, sobre todo cuando pensamos en los migrantes recientemente encontrados calcinados en Camargo, Tamaulipas, y ante cuyos hechos el presidente mexicano y el gobierno que representa se ha limitado a pedir a los migrantes que no viajen a Estados Unidos, lo que significa ponerse una venda en los ojos y no tomar la responsabilidad que le corresponde como jefe del Estado mexicano.

San Juan del Cohetero, Coahuila, 1955. Músico, escritor, periodista, pintor, escultor, editor y laudero. Fue violinista de la Orquesta Sinfónica de Coahuila, de la Camerata de la Escuela Superior de Música y del grupo Voces y Cuerdas. Es autor de 20 libros de poesía, narrativa y ensayo. Su obra plástica y escultórica ha sido expuesta en varias ciudades del país. Es catedrático de literatura en la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades; de ciencias sociales en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas; de estética, historia y filosofía del arte en la Escuela de Artes Plásticas “Profesor Rubén Herrera” de la Universidad Autónoma de Coahuila. También es catedrático de teología en la Universidad Internacional Euroamericana, con sede en España. Es editor de las revistas literarias El gancho y Molinos de viento. Recibió en 2010 el Doctorado Honoris Causa en Educación por parte de la Honorable Academia Mundial de la Educación. Es vicepresidente de la Corresponsalía Saltillo del Seminario de Cultura Mexicana y director de Casa del Arte.

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