Entre los maravillosos amigos que tengo en Saltillo había uno especial. Era mesero y poseía una gran cultura acerca de las comidas, vinos, la atención y todo lo que debe saber una persona de su oficio. Era generoso y noble.
Decidió adoptarme como su amigo y llevamos una amistad fraterna y solidaria. En estos últimos años cuidó con dedicación a su mamá hasta su muerte. Al poco tiempo él enfermó gravemente. Siempre mantuvimos esa amistad, incluso durante su larga e invalidante enfermedad. El 9 de febrero su muerte me produjo un dolor intenso, porque era una amistad desinteresada, enriquecedora y afectuosa, teníamos más de 20 años de conocernos en el antiguo Restaurante Cherokee.
La muerte de José Amado Niño Torres, «Mayito», además de provocarme una sensación de pérdida irreparable, me hizo reflexionar acerca del apego y desapego hacia las personas y lugares donde uno va construyendo su existencia. Donde entrega sus esfuerzos y donde hace su historia. Cada persona guarda, finalmente, las emociones, los sentimientos que se despiertan y que nos acompañan.
Mayito era un ser noble, tranquilo, confidente discreto y gran consejero, trabajaba en el área de los restaurantes y estaba acostumbrado a atender y escuchar. Nuestras pláticas eran conversaciones sobre la vida cotidiana, los enamoramientos momentáneos, los logros del trabajo. Hablábamos de recetas de cocina, de las diferentes formas de asar la carne, de los vinos y sus maridajes para acompañar los manjares que ofrecía. Excelente compañero de mesa siempre recomendaba y ofrecía lo mejor que tenía, incluida su amistad.
Ante la muerte reflexionamos cómo hemos vivido, cómo se integran a nuestra vida las personas y los lugares por los que transitamos, dónde se vive, dónde se trabaja y dónde hace uno su historia. Como en forma cotidiana se acumulan emociones traducidas en afectos y costumbres, mimetizándose con los espacios, fundiéndose en ellos hasta formar una parte sustancial y descubrir que lo que antes eran ajenos, hoy son propios. Como la gente desconocida, ahora es nuestro prójimo y en qué forma lo cotidiano se convierte en la historia personal. La vida hoy tan amenazada por la COVID-19, adquiere otra dimensión ante las pérdidas, no por naturales menos dolorosas. Finalmente, con la muerte de un ser querido se nos quedan pedazos de él y él se lleva pedazos de nosotros.
Hasta siempre Mayito. Fin.
Benditos sean
Edna Frigato
Benditos sean los que llegan a nuestra vida en silencio, con pasos suaves para no despertar nuestros dolores, no despertar nuestros fantasmas, no resucitar nuestros miedos.
Benditos sean los que se dirigen con suavidad y gentileza, hablando el idioma de la paz para no asustar a nuestra alma.
Benditos sean los que tocan nuestro corazón con cariño, nos miran con respeto y nos aceptan enteros con todos nuestros errores e imperfecciones.
Benditos sean los que pudiendo ser cualquier cosa en nuestra vida, escogen ser generosidad.
Benditos sean esos iluminados que nos llegan como un ángel, como flor o pajarito, que dan alas a nuestros sueños y que, teniendo la libertad para irse, escogen quedarse a hacer nido.
La mayoría de las veces llamamos a éstas personas «amigos».