La esperanza del oprimido

Cada vez que recuerdo mis años de estudiante de filosofía, se presentan en mi memoria los autores latinoamericanos que le dieron forma a mi pensamiento en torno a la realidad del Continente: Leopoldo Zea, Andrés Bello, Francisco Miró Quesada, Horacio Cerutti, entre otros.

El entrañable recuerdo de sus obras abrió rutas de pensamiento en torno a los oprimidos en América Latina y hoy, en este artículo, deseo retomar esas líneas de reflexión alrededor de los oprimidos en México.

Comienzo: A la luz de la historia resulta claro que la situación del mexicano es de dependencia y subdesarrollo; en consecuencia, es una situación de exilio y cautiverio. Exiliado de todos los marcos de inclusión y cautivo de la miseria que lo oprime con la consiguiente situación de hambre, desnudez, enfermedad, falta de vivienda y trabajo.

En más de una ocasión podemos encontrar a ese mexicano en condiciones infrahumanas de existencia que hace imposible el acceso completo a los bienes de la civilización y la cultura. Todo ello, sin duda, constituye un oprimente estado de dependencia que impiden el ejercicio de una libertad plena de todos sus derechos civiles.

Para el mexicano común y corriente, el pueblo pues, su subdesarrollo se ha convertido en círculo vicioso de miseria y marginalidad que su situación de dependencia ha creado en su entorno inmediato.

Resulta cada vez más evidente que esa situación de pobreza lo expolia en favor y beneficio de una entidad de poder que, en nuestro caso, es siempre la élite gobernante. En consecuencia, la situación del mexicano progresa y ahonda en marginalidad y cautiverio.

Esa marginalidad se manifiesta en diferentes campos: en la falta de participación económica, social, cultural y política. Este fenómeno mexicano no es, ciertamente, el más escandaloso y provocador de Latinoamérica, pero no por ello debe pensarse que la desnutrición, el analfabetismo, el desempleo, las enfermedades, la insalubridad habitacional por causa de una vivienda digna.

Así pues, los mexicanos de hoy viven en su tierra como desposeídos, más aún, como colonizado por la clase (permítaseme el término) burguesa que lo gobierna. Y no es esta una percepción subjetiva, la realidad me confirma la contundencia de esta pobreza, de esta marginalidad, de este exilio participativo de una ciudadanía en la construcción de una democracia que pueda ofrecer oportunidades de desarrollo en condiciones de igualdad.

Las largas filas de jóvenes estudiantes para obtener la beca Benito Juárez y la no menos larga fila de adultos mayores para recibir la pensión proporcionada por el Gobierno me lo confirman. Somos un pueblo pobre, sumido en el subdesarrollo, no sólo material, que les impide alcanzar los bienes necesarios para tener una vida mejor, sino intelectual, que los despoja de la capacidad para ver críticamente su entorno y proponer vías para superar las crisis.

Cada vez que un muchacho se forma para pedir ese supuesto beneficio económico otorgado por el Gobierno, se cancela la posibilidad de alcanzar un desarrollo de las potencialidades de un joven hacia su crecimiento. Lo mismo ocurre cuando un adulto mayor hace lo mismo para recibir el espejismo de una pensión que no se corresponde con la realidad económica que deberá enfrentar en seguida.

Ambas son inútiles pues ninguna de esas dádivas resolverá el problema del costo de una educación que cada vez se pone fuera del alcance de las economías familiares ni la otra será suficiente para la adquisición de un medicamento para las enfermedades que sufre un adulto mayor. Además, la forma tan humillante como está diseñado el proceso, hace que sea indigno para las personas que acuden a esa aparente bondad de un Gobierno incapaz de hacerle frente a la pobreza con mejores armas que el dinero.

Sería mejor exigir al Gobierno que asuma su responsabilidad y ponga en la mesa de discusión verdaderas políticas públicas que le den cauce resolutivo al problema de una educación que es cada vez más cara porque ve en las cuotas lo que no puede alcanzar en el ámbito de la formación; o bien, políticas públicas para fortalecer un sistema de salud que le garantizara la atención, los medicamentos, la atención médica y las camas de hospital a todos aquellos adultos mayores que lo necesitaran.

Estas largas filas de las que hablo constituyen la expresión de una crisis que el Gobierno actual nunca pudo superar ni enfrentar; peor aún, no le interesó. Y con eso anuló el futuro de esta nación degradando a su juventud, corrompiéndola con la droga del dinero. Lo mismo hizo con la experiencia de la patria al despersonalizar al adulto mayor que le pudo haber contribuido con la fuerza de su saber.

El Gobierno de Andrés Manuel es perverso porque ha sabido jugar con la esperanza de un pueblo que históricamente siempre ha estado en la pobreza opresiva que impide su crecimiento, pero que, a pesar de eso, se mantiene en la esperanza.

Es doblemente perverso porque este Gobierno sabe que el mexicano (al que el presidente se refiere como pueblo sabio) es un ser en camino, que todavía no es lo que puede llegar a ser y es mejor acotarlo, cortarle de tajo su crecimiento y desarrollo porque cuando logre alcanzar su ser en plenitud, será un ser que tienda a la liberación y, entonces, será una amenaza para todo lo establecido, incluida su fantasiosa cuarta transformación.

Las becas del presidente están bien pensadas para sus fines políticos, como él mismo reconoció públicamente en sus mañaneras. Pero el mecanismo de perversión se inserta en la juventud porque bien sabe que ser joven es mirar hacia el futuro con esperanza y el poder de la esperanza consiste en un impulso hacia adelante, con mirada al futuro, abierto a promesas, posibilidades y realizaciones. Por eso hay que romper ese impulso… con dádivas, claro.

La esperanza del mexicano surge como una reacción a su situación de opresiva pobreza. Y esa misma esperanza señala que su identidad no está todavía lograda, pero lo pone en camino de obtenerla. Necesitamos un Gobierno que no justifique la opresión, la marginación y la pobreza, sino uno que llame imperiosamente a la plenitud de la liberación de la sociedad. Claro, para eso se requiere alguien que gobierne con inteligencia, con responsabilidad, con compromiso, no con amargura, deseos de venganza y fantasías surgidas en el extravío.

San Juan del Cohetero, Coahuila, 1955. Músico, escritor, periodista, pintor, escultor, editor y laudero. Fue violinista de la Orquesta Sinfónica de Coahuila, de la Camerata de la Escuela Superior de Música y del grupo Voces y Cuerdas. Es autor de 20 libros de poesía, narrativa y ensayo. Su obra plástica y escultórica ha sido expuesta en varias ciudades del país. Es catedrático de literatura en la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades; de ciencias sociales en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas; de estética, historia y filosofía del arte en la Escuela de Artes Plásticas “Profesor Rubén Herrera” de la Universidad Autónoma de Coahuila. También es catedrático de teología en la Universidad Internacional Euroamericana, con sede en España. Es editor de las revistas literarias El gancho y Molinos de viento. Recibió en 2010 el Doctorado Honoris Causa en Educación por parte de la Honorable Academia Mundial de la Educación. Es vicepresidente de la Corresponsalía Saltillo del Seminario de Cultura Mexicana y director de Casa del Arte.

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