La falacia de los programas sociales

No tengo automóvil, así que para desplazarme a donde tenga que ir, hago uso del medio de transporte que utiliza la mayoría de la gente: la combi; también con mucha frecuencia voy a pie. Yo realizo las compras de la casa para surtir la despensa, conozco los mercados, las plazas públicas; hablo con la gente que las habitan, converso con mis alumnos y, por eso, me resulta familiar su lenguaje, sus costumbres, sus aspiraciones, sus temores, sus expectativas. Vengo de un ejido que se consumió en el olvido de toda autoridad de Gobierno y que hoy sólo existe en mi memoria: mi querido San Juan del Cohetero.

En otras palabras, conozco al pueblo; más aún, al pueblo pobre, al que espera el porvenir que no llega nunca; al pueblo que desespera por las promesas gubernamentales jamás cumplidas, pero siempre renovada en cada proceso de elección. Soy un observador permanente de ese fenómeno.

Y como soy observador permanente de ese fenómeno, hoy, en el tiempo contemporáneo que vivo a diario percibo que en la actualidad prácticamente casi todos los Gobiernos de los países en el mundo procuran en lo posible proteger a sus ciudadanos, incluso se preocupan porque los más pobres puedan gozar de servicios más básicos.

En términos de generalidad esos servicios incluyen lo más elemental en educación, atención básica de salud, abastecimiento de agua potable y, a veces, la oferta más mínima de algún empleo ocasional.

A veces también esta preocupación se extiende a otras preocupaciones, como las pensiones, programas de asistencia social, tal y como se hace en México, y la ayuda a personas discapacitadas.

Aunque en México existe todo este paquete de ayudas lo cierto es que beneficia poco a los pobres y se constituye de hecho en una falacia, en una realidad que desmiente cualquier discurso institucional, político y los dichos del propio presidente de la república. Razones hay muchas, permítame explicar sólo algunas.

Las instituciones formales que el Gobierno de López Obrador utiliza para tales fines, han sido en buena medida ineficaces y de poca relevancia entre los pobres. Los programas de asistencia dirigida contribuyen, ciertamente, en algo en la lucha de los pobres por la supervivencia, pero no ayudan mucho a salir de la pobreza. Yo diría, incluso, que la agudiza.

Además, la corrupción de las instituciones los afecta directamente pues mantienen una histórica, amplia e íntima experiencia de lo que es este mal a la hora de ser atendidos rubros específicos como educación, salud, abastecimiento de agua potable, distribución de recursos al campo y los programas de ayuda y asistencia social que ofrece el Gobierno.

A todo eso habrá que añadirle que los pobres prácticamente no tienen acceso al sistema de justicia y, antes de acudir a la policía en busca de protección, le temen y se acogen a la oferta de grupos relacionados con el crimen que ofrecen ayuda inmediata y tangible.

Por si fuera poco, los pobres enfrentan muchos obstáculos cuando tratan de lograr acceso a los servicios que ofrece el Gobierno: burocracia, normas y reglamentos incomprensibles, una lista interminable de requisitos los cuales no siempre se pueden satisfacer por la dificultad para obtener la información necesaria.

También los pobres se sienten permanentemente humillados y privados de poder pues en su interacción con los representantes del Estado mexicano, se sienten impotentes, silenciados, ante oídos que son sordos. Las pensiones universales a los adultos mayores ilustran bien lo anteriormente dicho; el Gobierno lopezobradorista los obliga hacer largas filas por días en las condiciones atmosféricas más adversas. Eso hace que tal programa social se transforme en una humillante dádiva que se visibiliza como un aparente triunfo de la autoridad gubernamental.

Todo eso, que en la realidad es un descalabro del Estado, termina por aumentar la vulnerabilidad de los pobres. Como recientemente ha quedado en evidencia en Guerrero. Porque cuando el Estado deja de funcionar los pobres siempre son particularmente vulnerables y ante el nulo ejercicio de operatividad y de gobernanza se sienten azorados, aplastados y enojados. Se abre con ello la puerta de la desigualdad.

Y con la desigualdad en puerta la fragmentación social es un hecho consumado, lo que da lugar a una disminución de la cohesión social manifestada, a su vez, en una mayor exclusión; es decir, pobreza.

Los programas sociales son una realidad de la administración lopezobradorista, pero constituyen una falacia pues construyen un discurso que, de ninguna manera, se corresponde con la realidad. La mejor evidencia de lo anterior se deriva de los acontecimientos últimos en el Estado de Guerrero, en donde esencialmente ocurrió un levantamiento en contra del Gobierno.

La base de ese levantamiento, de esa virtual declaración de guerra, es la pobreza encarnada en las casi veinte mil personas que participaron en ella (aunque el Gobierno únicamente reconozca tres mil). Es esa terca realidad que desarticula cualquier tipo de discurso que pretenda ocultarla. La pobreza está en Guerrero, en Chiapas, en Oaxaca, en…

Y lo que asusta (además de resultar desconcertante) es la respuesta del Gobierno. Dijo el presidente desde la mañanera que es herencia del pasado, de los Gobiernos conservadores y neoliberales. Pudiera ser que sí. Pero luego añadió que los líderes de ese movimiento eran delincuentes perfectamente identificados. ¿Por qué no se actuó conforme a la ley? También aseguró que estos líderes de grupos delincuenciales obligaron a la gente a participar en esos eventos. ¿Por qué no se actuó en consecuencia conforme a la ley? Se dijo que se privilegió el diálogo, la pregunta es ¿Qué fue lo que acordaron? ¿En qué términos?

En un artículo anterior dije que existen muchas cosas que debilitan a este Gobierno. La pobreza es una de ellas. Cuando un país es pobre los programas sociales constituyen una salida, pero tienen qué ser reales. ¿De qué le sirve a un adulto mayor recibir tres, cinco o siete mil pesos cada dos meses si, en caso de enfermedad, eso no le alcanza para una consulta o el surtido de la receta si, ya casi en la recta final de su gestión, el sistema de salud de Dinamarca todavía no nos alcanza?

Cuando los pobres dependen totalmente de la prestación de servicios de las instituciones públicas, son también totalmente vulnerables al mal funcionamiento del Gobierno.

San Juan del Cohetero, Coahuila, 1955. Músico, escritor, periodista, pintor, escultor, editor y laudero. Fue violinista de la Orquesta Sinfónica de Coahuila, de la Camerata de la Escuela Superior de Música y del grupo Voces y Cuerdas. Es autor de 20 libros de poesía, narrativa y ensayo. Su obra plástica y escultórica ha sido expuesta en varias ciudades del país. Es catedrático de literatura en la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades; de ciencias sociales en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas; de estética, historia y filosofía del arte en la Escuela de Artes Plásticas “Profesor Rubén Herrera” de la Universidad Autónoma de Coahuila. También es catedrático de teología en la Universidad Internacional Euroamericana, con sede en España. Es editor de las revistas literarias El gancho y Molinos de viento. Recibió en 2010 el Doctorado Honoris Causa en Educación por parte de la Honorable Academia Mundial de la Educación. Es vicepresidente de la Corresponsalía Saltillo del Seminario de Cultura Mexicana y director de Casa del Arte.

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