La falacia del discurso frente a la contundencia de la realidad

Permítaseme nuevamente abordar ese tema tan inasible y etéreo, pero al mismo tiempo objetivable y concreto: la realidad. Lo he hecho, por lo menos, en dos ocasiones anteriores pero la recurrencia de su vigencia obliga a un nuevo abordamiento.

Entremos en materia, pues. La realidad es un proceso permanente de construcción colectiva. Quizá por ello resulta sumamente complejo, tanto su abordamiento como su comprensión; hay que aprender a leerla y anticipar su dimensión.

Frente a la realidad, la primera necesidad que surge es desmontar todo el conjunto de ideas, valores, hábitos y demás mecanismos ideológicos surgidos desde las múltiples estructuras de poder que operan en la sociedad, mismas que atentan (a veces impunemente) contra la libertad ciudadana, la dignidad de las personas y el crecimiento del ser humano, entre otros órdenes del individuo.

Es decir, para una conciencia ciudadana común, implica saber leer todas las formas posibles de sometimiento, explotación y alienación. Esto supone, naturalmente, el ejercicio de un pensamiento crítico que posibilite la construcción de una realidad creando, aquí y ahora, las bases de un estadio social que aún no existe, que sólo se imagina a partir de las situaciones económicas, políticas, sociales y culturales actuales.

Hoy sabemos por la filosofía que el conocimiento tiene la doble intencionalidad de criticar la existencia y anticipar la creación de una realidad. Necesariamente entonces, alguien tiene que conducirlo. Y ese alguien es el sujeto del conocimiento, en otras palabras, seres humanos concretos, ricos en su diversidad y valiosos en sus posturas de pensamiento. En otras palabras, la realidad supone toda una epistemología de la creación anticipada de la existencia.

De esto resulta que el centro de gravedad de ese proceso constructivo está en el sujeto. No se puede dejar la responsabilidad de conceder a agentes externos, como la ciencia, por ejemplo, su proceso porque todos los individuos tenemos la responsabilidad de conducir y cocrear la realidad que constituye la sociedad en que vivimos.

Si comprendemos esto también desde la epistemología resulta fácil entender que somos entes activos, constructores de la realidad, sea para legitimar un orden o para crear otro. Somos, naturalmente, seres singulares, únicos e irrepetibles en algún lugar del espacio y del tiempo. Difícilmente podemos atribuir el conocimiento a una entidad genérica, como la Humanidad o el Género Humano. La producción de conocimiento, históricamente rastreable, parece venir con nombre y apellido concreto.

Esa condición sociohistórica condiciona el proceso de conocimiento, por lo tanto, hay que conocer el contexto que habitamos, así como las posibilidades y recursos disponibles porque el lugar, las pautas socioculturales, los conocimientos, las predisposiciones, la visión de futuro, permitirán conocer las posibilidades de enriquecer el proceso constructivo de la realidad.

Pensar que el sujeto de conocimiento es esencial en el proceso, nos lleva a entender también que la realidad es una realidad para alguien, o sea que significa algo para ese sujeto de conocimiento. Y esa significación es particular pero también comunitaria. Se va dando en un continuo proceso de diálogo. De ese modo, la realidad significa algo en la medida que comunique a unos individuos con los otros. No está ni adentro ni afuera de las personas, sino en sus procesos comunicativos cotidianos.

Por eso la realidad es inagotable, plural, diversa e inconmensurable porque es un movimiento continuo y total que no es nada en sí mismo, sino en la medida en que significa algo para un individuo de conocimiento; él es quien va creando la realidad en su desenvolvimiento cotidiano y en el desarrollo de sus procesos vitales. Y la va creando, no sólo conceptualmente, sino también tiene un sustento material porque esta creación es intencionada, porque apunta hacia un futuro que también es parte de la realidad.

Lo interesante es que la realidad no admite contradicción. Es como es, sin matices. Por eso no se puede mentir ante ella ni nada puede alterar su noción irrefutable de Ser como es.

Por eso también ella se encarga de desestructurar todo proceso discursivo que intente alterarla. Esa es la razón por la que situaciones por las que pasa el país no pueden sostenerse a pesar del enorme poder que pudiera tener el agente generador del discurso.

Sólo a manera de ejemplo veamos lo siguiente: hace unos días el secretario de gobernación, en una declaración forzada en torno al escándalo de la tesis plagiada por la ministra aspirante a presidir esa institución, dijo (en tono molesto y tratando de eludir la pregunta de la prensa) que había otros asuntos más importantes en el país.

Si analizamos el significado desde la semiótica, lo dicho por el funcionario morenista no tiene desperdicio. Y no lo tiene porque, en efecto, en el país hay muchos otros asuntos que debieran ser abordados y que, sin embargo, no han sido atendidos ni por asomo durante la presente administración.

Todos esos asuntos de mayor importancia que el plagio de la tesis por parte de la ministra (también eso es importante, por cierto) constituyen la realidad de nuestro país y que está siempre ahí para desmentir toda estructura discursiva que intente enmascararla.

El presidente de la República se muestra airado y reprocha a sus adversarios preguntándose que de cuándo acá la ética es una de sus virtudes si no lo fue en el pasado. Quizá no le falte razón pero la realidad está ahí para recordarle que, en el caso de la ministra y su robo de ideas, es una cuestión de ética de su presente político y cuyo acto no tiene, por cierto, manera de defenderse sino, más bien, es un mal que debe ser abordado por su Gobierno que, dice, pretende desterrar todo acto de corrupción.

El secretario de gobernación no dice qué otros asuntos son más importantes que el caso de la ministra pero si hace mención a ello es porque este Gobierno los conoce y, simplemente, no han querido abordarlos.

La destrucción de instituciones, la falta de medicinas, la violencia desatada, los feminicidios, la cuestión de los migrantes, las luchas por el poder político… constituyen el telón de fondo de la realidad de este país y cuyo desenvolvimiento emerge aunque se le quiera ocultar.

Es así porque la realidad está por encima de cualquier constructo discursivo que intente siquiera ocultarla, aunque sean los individuos más poderosos de México quienes sostengan esa palabra que termina por derrumbarse ante la fortaleza de realidad que preside la vida cotidiana de los mexicanos.

San Juan del Cohetero, Coahuila, 1955. Músico, escritor, periodista, pintor, escultor, editor y laudero. Fue violinista de la Orquesta Sinfónica de Coahuila, de la Camerata de la Escuela Superior de Música y del grupo Voces y Cuerdas. Es autor de 20 libros de poesía, narrativa y ensayo. Su obra plástica y escultórica ha sido expuesta en varias ciudades del país. Es catedrático de literatura en la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades; de ciencias sociales en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas; de estética, historia y filosofía del arte en la Escuela de Artes Plásticas “Profesor Rubén Herrera” de la Universidad Autónoma de Coahuila. También es catedrático de teología en la Universidad Internacional Euroamericana, con sede en España. Es editor de las revistas literarias El gancho y Molinos de viento. Recibió en 2010 el Doctorado Honoris Causa en Educación por parte de la Honorable Academia Mundial de la Educación. Es vicepresidente de la Corresponsalía Saltillo del Seminario de Cultura Mexicana y director de Casa del Arte.

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