La liberación insólita del general y el extraño tándem AMLO-Trump

Durante los últimos cuatro años, Los Pinos ha coincidido con la estrategia energética de Washington, pero no sucederá lo mismo a partir de enero. Por otra parte, el interés que el presidente electo de Estados Unidos dedica a la pandemia contrasta con la apatía de su homólogo mexicano

Los berrinches del magnate neoyorkino

El regreso a México del exsecretario de la Defensa, Salvador Cienfuegos, luego de que la jueza de Nueva York, Carol Bagley, desestimara los cargos penales en su contra, representa, sin duda alguna, un acuerdo político falto de sustento jurídico.

Solo de esta forma puede entenderse. La hipótesis de un caso mal armado que la Fiscalía de Estados Unidos no sería capaz de sustentar en los tribunales ha sido desechada por completo. En cambio, la tozudez del presidente Andrés Manuel López Obrador de no reconocer la victoria electoral de Joe Biden, deja al descubierto su comprometimiento con Donald Trump que, en buena medida, puede haberle premiado su comportamiento con la liberación del general retirado, sobre quien recaen acusaciones graves: tres por narcotráfico y una por lavado de dinero.

La jueza Bagley aseguró que Cienfuegos estará bajo disposición del gobierno mexicano para que las investigaciones iniciadas en Estados Unidos —al militar lo acompaña un amplio repertorio de pruebas que buscan sustentar los cargos— sigan su curso en su país de origen. Sin embargo, es improbable que esto realmente suceda. El descontento de las fuerzas armadas tras la detención de quien fuera su líder máximo durante el sexenio de Enrique Peña Nieto quedó de manifiesto y pronto el Ejecutivo sintió la presión de los uniformados. Así que buscará contentarlos lo antes posible.

En el mejor de los casos, se desarrollará una investigación a modo bajo todos los reflectores propagandísticos que, lógicamente, terminará por declarar la inocencia del exsecretario de la Defensa.

A la corta, López Obrador contentará al Ejército Mexicano y se librará de sus presiones. A la larga, deja en evidencia su vínculo con Trump y una administración que ya va de salida mientras la nueva, que muy pronto habrá de incorporarse, toma nota de su conducta y empieza a barajar sus cartas.

AMLO y Biden en las antípodas

La eminente salida de Donald Trump de la Casa Blanca puede ser aplaudida por la mayoría de los mexicanos. Sin embargo, en Los Pinos, AMLO tendrá que rehacer la agenda política y económica si no quiere agudizar sus diferencias con el presidente electo Joe Biden. El demócrata defiende una estrategia completamente diferente a la del morenista en temas tan sensibles como el manejo de la pandemia provocada por el coronavirus y el desarrollo energético.

Todo ello sin contar que, en Washington, pueden tomar muy mal la demora del presidente mexicano para felicitar al ganador de las elecciones estadounidenses. Gesto diplomático que ejecutaron con rapidez la canciller alemana, Angela Merkel; el presidente francés, Emmanuel Macron; el primer ministro británico, Boris Johnson y el primer ministro canadiense, Justin Trudeau. Incluso el papa Francisco llamó personalmente a Biden para extenderle sus congratulaciones.

La excusa de ser «respetuoso de la autodeterminación de los pueblos», esgrimida por López Obrador parece bastante endeble ante la comunidad internacional. Máxime cuando Washington parece haberlo premiado con la liberación del exsecretario de Defensa, Salvador Cienfuegos Zepeda, en un hecho inédito para la Fiscalía General de Estados Unidos.

A pesar de las agresiones verbales y los desplantes de Trump, la verdad es que, hasta hoy, la estrategia política y económica del presidente mexicano ha logrado amoldarse a la de su homólogo estadounidense. En términos prácticos, se logró consolidar el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) y, cuando parecía inminente una debacle a raíz del pacto propuesto por la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) que la delegación mexicana no estaba dispuesta a firmar, Washington dio el paso al frente y absorbió la mayor parte de los recortes que México debía aceptar.

Esta relación bilateral, siempre tensa, pero por el momento benéfica, puede sufrir graves transformaciones a partir del 20 de enero, cuando Joe Biden preste juramento como el cuadragésimo sexto presidente de Estados Unidos de América. Queda por parte del gobierno mexicano hacer los ajustes imprescindibles y adaptarse a los cambios que, sin duda, esperan al doblar la esquina.

Energía nueva vs. petróleo

Es en el sector energético donde se presenta la principal diferencia de enfoque de desarrollo entre López Obrador y Biden. Mientras el presidente mexicano sigue aferrado a impulsar y acrecentar la extracción de combustibles fósiles, con el levantamiento de una costosa refinería en Dos Bocas como punta de lanza de su proyecto, Biden ha sido enfático, durante su campaña electoral, en los beneficios de imponer un cambio en su país y apostar a favor de energías renovables que, además, no resulten nocivas para el medio ambiente.

Es imposible olvidar que, en 2018, cuando Ricardo Anaya todavía pugnaba por ganar Los Pinos, calificó de «disparate» el plan de levantar más refinerías, defendido por el líder de Morena, a pesar de que el mundo entero enfilaba sus pasos hacia otras alternativas —principalmente la eólica y solar— para generar energías limpias.

Desde que se colocó la banda tricolor, AMLO no ha cedido un ápice en sus propósitos. Insiste en fortalecer Pemex, sin importarle que se trata de la empresa más endeudadas del mundo con 106 mil 191 millones de dólares al iniciar octubre —para más inri, hoy también una de las petroleras con más muertes de empleados por COVID-19— y que no consigue salir del atolladero en que se encuentra a causa de la crisis en el precio de hidrocarburos, pero también por los altos índices históricos de corrupción en el seno de la compañía.

López Obrador destinó a Tabasco 8 mil millones de dólares con el objetivo de llevar adelante su más ambicioso proyecto —la refinería en Dos Bocas— y no ha perdido oportunidad para reafirmar públicamente su posición. «Vamos a seguir invirtiendo en mejorar la capacidad de producción de las refinerías. La próxima gira que haga, una vez que pase la emergencia, será a las seis refinerías», dijo en una conferencia de prensa, en abril de este año, cuando ya resultaba inminente la crisis económica por causa del coronavirus.

Joe Biden piensa dirigir los pasos de su nación por un camino diametralmente opuesto. Una de las mayores inversiones anunciadas por el demócrata se destinará a la obtención de energía renovable durante los siguientes cuatro años. Serán dos billones de dólares, con los cuales Estados Unidos podría retomar el camino a favor de la protección del medio ambiente y, a la par, sortear los vaivenes que sufren los precios del petróleo a nivel mundial.

«Todos los grupos laborales saben que el futuro está en que seamos capaces de respirar, y saben que hay buenos trabajos que nos llevan allí. Y, por cierto, la industria de más rápido crecimiento en Estados Unidos es la energía solar y la eólica», afirmó Biden en uno de sus debates con Donald Trump.

Para el presidente electo, estimular tecnologías de generación limpia también ayudará a fomentar empleos y ya lo ha convertido en el futuro centro de desarrollo económico del vecino del norte. Su actitud, además, viene reforzada por la intención de otorgarle menor impulso al fracking —que las últimas administraciones de Coahuila insisten en acoger y promocionar de forma entusiasta— e incluso prohibir que se ponga en práctica en terrenos federales. También buscará reincorporarse al Acuerdo de París sobre el cambio climático. Una noticia que ha sido bien recibida por la mayoría de las naciones.

En contraste, cuando a AMLO se le menciona la posibilidad de que México se sume con mayor énfasis a la producción de energía eólica, por ejemplo, responde con sarcasmos. «Aquí se expresa la falta de sensibilidad de los gobernantes. Autorizaron esos “ventiladores” para producir energía eólica. Miren cómo afecta el paisaje, la imagen natural. ¿Cómo se atrevieron a dar permiso para instalar estos “ventiladores”? Pueden decir que se genera energía eléctrica. ¡Muy poco!», se quejó en un video publicado en sus redes sociales mientras completaba una visita a La Rumorosa, Baja California.

Su reticencia a adoptar esta estrategia de desarrollo energético preocupa a organismos como la Agencia Internacional de Energía que ve cómo México dificulta o impide la emisión de permisos a otras empresas para generar energía eléctrica sin importarle que estas sean de fuentes renovables y libres de subsidios. «La incertidumbre regulatoria [en México] obstaculiza las previsiones previas de la inversión privada en todos los segmentos fotovoltaicos», se lee en el documento Renovables 2020, Análisis y Previsiones hacia 2025, publicado por la agencia.

Si México, hasta ahora, se ha mantenido a flote en medio de la debacle que sufre el sector petrolero ha sido, curiosamente, gracias a Donald Trump y no a la implementación de un buen sistema de mercadeo. Fue el actual presidente de Estados Unidos quien decidió absorber la mayor parte del recorte que la OPEP le exigía a México para llevar a cabo un pacto que buscaba reducir significativamente la producción de crudo y así evitar un desplome todavía mayor en los precios del combustible.

Acuciado por los altos índices de contagios del coronavirus que hizo disminuir de golpe la demanda de hidrocarburos, junto con la guerra de precios que se había entablado entre Arabia Saudita y Rusia —factores, estos dos, que amenazaban con llevar a la bancarrota a buena parte de los actores del negocio petrolero— la Casa Blanca prefirió hacerse de cargo del recorte de 250 mil barriles diarios a nombre de México, ante la obstinación del gobierno de López Obrador de reducir a 100 mil barriles de su producción, en lugar de los 400 mil que le exigía la OPEP.

Sólo así se salvó un pacto que, a la postre, logró que los integrantes de la Organización de Países Exportadores de Petróleo y aliados redujeran la producción mundial de crudo, aproximadamente, un 10%, cantidad nunca antes alcanzada. Y si bien, Trump —igual que sucede con el muro fronterizo— aseguró que México de alguna manera pagaría por este apoyo luego de la contingencia sanitaria, la verdad es que el propio AMLO reconoció el respaldo de su homólogo. «Aprovecho para agradecer al presidente Trump por su intervención, porque fue una negociación bastante tensa. En esta ocasión fue acertada la intervención del gobierno de Estados Unidos», dijo.

Con Biden en la Casa Blanca habría que ver si Estados Unidos sigue absorbiendo este significativo recorte en la producción de barriles diarios de petróleo. Y, de continuar haciéndolo por el tiempo convenido, difícilmente sea un gesto que se repita por parte del gobierno estadounidense.

Guerra de cubrebocas

«Me voy a poner un tapaboca… ¿saben cuándo? Cuando no haya corrupción ya». La frase de López Obrador, tras ser cuestionado sobre por qué no usaba cubrebocas, se ha hecho tristemente célebre pues resume la actitud del mandatario ante el flagelo de la pandemia y su total ausencia de respeto por los protocolos de salud que se han aconsejado alrededor del orbe.

Más allá del debate acerca de si el presidente, debe o no dar el ejemplo, la realidad es que México es hoy el cuarto país con más muertes por coronavirus —el 19 de noviembre ya había rebasado las 100 mil— y el segundo de América Latina, solo superado por Brasil. El manejo de la pandemia por parte del gobierno federal deja mucho que desear. Al igual que Donald Trump, AMLO ha insistido, una y otra vez, en minimizar los peligros de la enfermedad y sus consecuencias.

Esta forzada actitud de «todo está bien», cuando el número de contagios asciende constantemente y, con ello, también la cifra de víctimas mortales, lejos de ayudar a calmar la sociedad, la incomoda y crea mayor desconfianza. Las conferencias mañaneras ni consuelan, ni esclarecen la situación de salubridad en el país. Al contrario, crean desconcierto. Los mensajes son confusos cuando no francamente contradictorios. El mejor ejemplo lo representa la llamada curva de contagios que, en más de una ocasión se ha presentado por parte de las autoridades como «plana» para, al día siguiente, mostrar un pico. La figura del subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, Hugo López-Gatell, que ha fungido como vocero del gobierno en este tema, ha perdido credibilidad. En buena medida a causa del propio López Obrador. ¿Qué sentido tiene seguir las recomendaciones de López-Gatell cuando la persona a quien representa no las cumple?

Ante la falta de congruencia en las indicaciones emitidas por las autoridades, la Organización Mundial de la Salud (OMS) llegó a pedir a los líderes en América que enviaran «mensajes consistentes desde el gobierno nacional y subnacional». Luego de que AMLO pidiera no temerle a la enfermedad y salir a las calles para evitar un golpe a la economía, Mike Ryan, encargado de emergencias de la OMS, dijo: «Creo que estamos viendo alrededor del mundo que nuestros ciudadanos se confunden mucho si ellos perciben, escuchan diferentes mensajes de diferentes partes del sistema y nosotros realmente necesitamos alinear el mensaje».

El uso de «semáforos» para que cada estado asuma sus propias medidas sanitarias y de contingencia, al inicio, fue presentada como una estrategia necesaria a causa de las diferentes características y los distintos grados de contagio de cada entidad federativa. A la larga, sin embargo, se ha convertido en una herramienta para poder trasladar la responsabilidad de los fracasos a los gobernadores y deslindar de toda culpa al gobierno federal.

Esto ha traído consecuencias políticas directas. Lo que comenzó como un reducido grupo de gobernadores que no compartían la forma en que se estaba tratando la pandemia y optó por crear su propio cerco sanitario, terminó con la creación de la Alianza Federalista, compuesta por 10 dirigentes estatales que ahora, además de cuestionar las medidas para enfrentar la emergencia sanitaria, también acusa de «centralismo» a AMLO, se opone al presupuesto 2021 aprobado por los diputados y exige crear una agencia de promoción económica de sus entidades a nivel internacional.

En Estados Unidos, con Donald Trump al mando, la situación tampoco pinta mejor. Solo que, además, el mandatario estadounidense sufrió en carne propia los efectos de la pandemia cuando salió positivo —junto a su esposa Melania— tras una prueba de COVID-19. Esta circunstancia la aprovechó Biden, en medio de la carrera por la Casa Blanca, para reforzar sus mensajes sobre la necesidad del uso de cubrebocas como uno recurso fundamental para evitar el contagio.

Ahora, en su papel de presidente electo, no ha cambiado de postura. «Renuevo mi llamado a todos los estadounidenses, independientemente de dónde vivan o por quién votaron, para que den un paso al frente y hagan su parte en el distanciamiento social, el lavado de manos y el uso de cubrebocas», indicó el demócrata.

De igual modo, Biden se apresuró en anunciar a los integrantes de un equipo que estará a cargo de enfrentar la crisis sanitaria durante su gobierno. En la nómina se encuentran expertos en salud pública, vacunas y enfermedades infecciosas que incluso ya han colaborado con otros gobiernos.

El demócrata también se ha mostrado cauto con la posibilidad de encontrar una cura. Si bien calificó de excelente las noticias sobre una próxima vacuna dejó claro que no se debe bajar la guardia ni crear falsas expectativas y que, en caso de aprobarse el uso del nuevo fármaco «pasarán muchos meses más antes de que haya una vacunación generalizada en este país».

Lo que sí ha dejado claro es su intención de ordenar el uso de cubrebocas en todo el país, reincorporarse de inmediato a la OMS, contratar a miles de trabajadores sanitarios para implementar programas de rastreo de contactos y capacitar a los Centros de Control de Enfermedades con el fin de que ofrezcan lineamientos basados en recomendaciones de expertos, ampliar las pruebas de COVID-19, y lo más importante, garantizar que tanto las pruebas diagnósticas como cualquier futura vacuna sea gratis para todos, cuenten o no con seguro médico.

Por supuesto, esos son sus planes. Antes habrá que esperar por la posición del Congreso para aprobar tales iniciativas. E4


Los berrinches del magnate neoyorkino

Si algo podemos decir a favor de la irritante personalidad de Donald Trump es que siempre ha sido constante. Desde el primer día que asumió la presidencia de Estados Unidos —incluso antes, durante la campaña electoral— hasta su tardía aceptación de la derrota en los comicios de este año, ni la megalomanía, ni el despotismo, ni la más enconada autarquía lo abandonaron nunca.

Tanto es así que, tras casi dos semanas de berrinches —donde no faltaron las acusaciones de fraudes infundadas, los reclamos a la prensa por apoyar unilateralmente a su contrincante, los desplantes en público ni las demandas contra el estado de Pensilvania por contar votos tardíos— cuando al fin se decide a aceptar su resultado adverso en las urnas, el magnate neoyorkino le agrega la coletilla de que se debió a un proceso falaz.

«Ganó [Biden] porque la elección fue amañada. No se permiten observadores u observadores de voto, voto tabulado por una empresa privada de izquierda radical, Dominion, con una mala reputación y un equipo de mala calidad que ni siquiera podía calificar para Texas (¡que gané por mucho!), los medios falsos y silenciosos, ¡más!», publicó, como es habitual, en su cuenta de Twitter.

Falta aún comprobar si el republicano le extenderá una invitación al presidente electo para reunirse en la Casa Blanca. Una formalidad —no oficial— que se ha mantenido desde hace muchos años como parte del protocolo final de la contienda electoral. Al menos, Trump ya instruyó a su equipo para que coopere con Biden en la transición, gesto al que se había negado durante los 20 días que siguieron a la jornada electoral. De cualquier manera, este cambio, de mano con la aceptación a regañadientes de su derrota —Trump insiste en impugnar los comicios— sirve para despejar los miedos de algunos que ya comenzaban a esbozar conjeturas nefastas acerca del futuro de la democracia en Estados Unidos si el actual presidente se negaba a abandonar su puesto. Algo que no ha ocurrido jamás en la historia de ese país y que, al menos en esta ocasión, no tiene por qué suceder. E4

La Habana, 1975. Escritor, editor y periodista. Es autor de los libros El nieto del lobo, (Pen)últimas palabras, A escondidas de la memoria e Historias de la corte sana. Textos suyos han aparecido en diferentes medios de comunicación nacionales e internacionales. Actualmente es columnista de Espacio 4 y de la revista hispanoamericana de cultura Otrolunes.

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