¿La Nueva Vizcaya en el Quijote?

Una región citada en la más importante obra escrita en castellano, descuella y deja en ascuas su localización y origen. El término, enigmático en sí mismo, aparece indistintamente en Filipinas, en Uruguay o al norte de México

Para Saúl Rosales Carrillo y Juan Antonio García Villa, neovizcaínos, caballeros andantes de la Laguna y buenos amigos de Miguel de Cervantes.

Al leer por primera vez el Quijote completo no le puse atención a esas dos palabras, cabe confesarlo. Tenía alrededor de veinte años, no tomaba ningún apunte como lo acostumbraría después, ni subrayaba los escritos. Fue hasta principios de los noventa, al repasar y comentar la obra en grupo, en la casa del poeta Petronilo Amaya, que me atrajo de pronto aquel nombre: Nueva Vizcaya, tan atractivo, tan familiar, tan bellamente musical. ¿Qué hacía en el clásico cervantino? ¿Qué había llevado al escritor alcalaíno a integrarlo en su maravilloso relato? Revisé entonces las anotaciones de ediciones antiguas y modernas, acerqué bibliografía adicional que me diera luz sobre la dichosa cuestión (aquí el adjetivo calificativo viene bien al punto). Guardé el breve borrador, origen lejano del presente artículo.

La alegre referencia, pues, aparece en el capítulo XVIII de la primera parte de la célebre historia. Vale la pena recobrar el contexto: Todavía muy alucinado por la lectura de las novelas de caballerías —nivel que irá bajando gradualmente, como sabemos, al sucederse las aventuras—, don Quijote y Sancho Panza, han dejado atrás los molinos de viento, el adelantado discurso de la pastora Marcela, la venta de Juan Palomeque, entre otras (algunas tristes, casi trágicas) peripecias, y ahora de nuevo avanzan por el campo. Y ocurre: Don Quijote mira una gran nube de polvo provocada por un rebaño de ovejas ¡y ya está, la imaginación se le enciende!:

—Éste es el día, ¡oh Sancho!, en el cual se ha de ver el bien que me tiene guardado mi suerte, éste es el día, digo, en que se ha de mostrar, tanto como en otro alguno, el valor de mi brazo, y en el que tengo de hacer obras que queden escritas en el libro de la Fama por todos los venideros siglos. ¿Ves aquella polvareda que allí se levanta, Sancho? Pues toda es cuajada de un copiosísimo ejército que de diversas e innumerables gentes por allí viene marchando.

Luego de esta exaltación tan propia de nuestro extraordinario personaje, vendrá la lista, no tan larga, de los caballeros que supuestamente entrarán en batalla, y cuya muestra inverosímil da cuenta del gran ingenio para fabular de Cervantes.

Una enorme y repentina capacidad de invención en el relato, para apuntarlo en compañía del crítico contemporáneo Roberto González Echevarría («Las improvisaciones en el Quijote», Letras Libres, diciembre 2012). Nombres y graciosas atribuciones que divierten al lector con ese dibujo caricaturesco, paródico, de los contendientes: Micocolembo, Brandabarbarán de Boliche, Pierres Papín, Espartafilardo del Bosque, Pentapolín del Arremangado Brazo, Alifanfarón de la Trapobana.

Y sumado a esta desmesurada pléyade verbal, y aquí viene la clave que más nos interesa a los oriundos de Durango, Chihuahua y Coahuila, para citar solamente tres de las entidades que compartimos en el pasado el territorio neovizcaíno:

Pero vuelve los ojos a estotra parte, y verás delante y en la frente destotro ejército al siempre vencedor y jamás vencido Timonel de Carcajona, príncipe de la Nueva Vizcaya, que viene armado con las armas partidas a cuarteles, azules, verdes, blancas y amarillas, y trae en el escudo un gato de oro en campo leonado, con una letra que dice: Miau, que es el principio del nombre de su dama, que, según se dice, es la sin par Miulina, hija del duque Alfeñiquén del Algarbe.

¡Imposible no reírse de semejante desfile!

Pero antes de ir al grano, precisamente en alusión a la Nueva Vizcaya, vale la pena echar mano de la erudición cervantina de abolengo para mejor aproximarnos a los orígenes del párrafo anterior. Comencemos de atrás para adelante con los Quijotes, así sea a vuelo de pájaro.

Juan Antonio Pellicer en su vieja edición (1797) destaca la filiación homérica (libro 20 de la Ilíada) como el antecedente del recurso narrativo de la serie de caballeros que rememora don Quijote, incluso señala que Cervantes merecería igual elogio que el poeta griego. Francisco Rodríguez Marín, por su parte, subraya en 1942 (primera edición 1927-1928) que el pasaje es quizá una burla a Lope de Vega, que había escrito algo parecido en otra enumeración «rimbombante y campanuda» en «La Arcadia» (libro III), y transcribe la lista en cuestión. Pero ninguno se detiene especialmente en la Nueva Vizcaya.

Tampoco hay algo a propósito en la edición del gran Clemencín (1967; primera edición 1819), en quien yo tenía más esperanzas, dada la celebrada amplitud de sus comentarios, si bien nos advierte que no hay que ir tan lejos para hallar la más cercana fuente de parentesco de la citada lista, que habría que situarla en la obra El Caballero del Febo y, sobre todo, en el Amadís de Gaula, ya que es el que «ofrece mayor número de recuerdos y puntos de semejanzas» en su libro IV (capítulos CVII y CIX); también nos presenta el listado ilustrativo. ¿Y qué agregan las ediciones más recientes de Florencio Sevilla y la canónica de Francisco Rico?

Las otras Vizcayas

La Nueva Vizcaya fue integrándose a lo largo del tiempo, a partir de los recorridos españoles por el llamado septentrión novohispano. Así lo reseñan cronistas e historiadores, entre los que destaca Baltasar de Obregón, uno de los soldados que acompañaron a Francisco de Ibarra, el fundador de Durango (1563). El imaginario de los conquistadores venía animado por las aventuras de los libros de caballerías, el género literario que más disfrutaban los peninsulares desde las décadas previas al descubrimiento de América, y que por cierto fue el origen de la escritura crítica de El Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Bastaría volver a las palabras de Bernal Díaz del Castillo, quien en su multicitada reseña nos dice a propósito de la llegada de los europeos a la deslumbrante Tenochtitlan:

…nos quedamos admirados, y decíamos que parescía a las cosas de encantamiento que cuentan en el libro de Amadís (…) Y aun algunos de nuestros soldados decían que si aquello que vían si era entre sueños (…) ¡ver cosas nunca oídas, ni vistas, ni aun soñadas, como víamos!

En el norte, con ese similar vuelo de fantasía y ambición de riquezas, los hispanos buscaban las siete ciudades de Cíbola, supuestos territorios llenos de tesoros y maravillas. Sin embargo, ante la desilusión, poco a poco la dura realidad se fue imponiendo, mientras la provincia de la Nueva Vizcaya iba creciendo, abarcando las actualidades entidades de Durango, Chihuahua, parte de Sinaloa, Coahuila, y todavía más allá (las recientes investigaciones temáticas de Chantal Cramaussel y José de la Cruz Pacheco Rojas son imprescindibles, para no hablar de fuentes más distantes). ¿Es, en síntesis, nuestra Nueva Vizcaya la que refiere Cervantes en su Quijote inmortal?

Ya he revisado las notas de algunos trabajos canónicos. Veamos ahora lo que señalan tres ediciones contemporáneas sobre la misma cuestión.

El más popular de los cervantistas modernos es, sin duda, el catalán Martín de Riquer. Acerca de la escena que nos ocupa, de «desbordante y brillantísima descripción», se reafirma el extraordinario poder creativo de Cervantes. Subraya también sobre el listado de los combatientes el precedente de los libros de caballerías y la burla a Lope de Vega. No obstante, de la Nueva Vizcaya, nada. Tampoco aparece algo en la edición del Quijote-Guanajuato (2010) de Florencio Sevilla, salvo el significado de algunos términos, como acostumbra la mayoría de los anotadores. Por fortuna me quedaba la que se considera la mejor edición de todas (1998), la debida al filólogo Francisco Rico. Enseguida leí con atención las notas correspondientes… sin que se deshiciera el entuerto.

No me di por vencido. Repasé el comentario de Edwin Williamson —en el volumen complementario de la obra— y lo mejor que encontré es que en el episodio aludido don Quijote se mueve entre la alucinación y la interpretación de las leyes de la caballería. Así las cosas, acudí con la curiosidad inalterable, a la Enciclopedia Cervantina (1997) de Juan Bautista de Avalle Arce, y la huella sobre las tierras neovizcaínas no aparecía por ningún lado, como si se tratara de la travesura de algún mago encantador.

Hasta que arribé a las páginas del Diccionario del Quijote (2005), de César Vidal. Había una posibilidad en el camino. Por ello, y aquí es fundamental transcribir la entrada completa, si bien es breve:

Nueva Vizcaya. Provincia de Filipinas situada en la isla de Luzón. En su desvarío, durante la aventura de los rebaños, don Quijote convierte al imaginario Timonel de Carcajona en príncipe de la misma (I, 18).

Se me cayeron las alas durangueñas… pero no por mucho rato, ya que en Google-Wikipedia hallé —con los riesgos que implica este tipo de consultas— que aquella Nueva Vizcaya había sido fundada en 1841, es decir ¡más de dos siglos después! de la publicación del primer Quijote. O ya se conocía la región con tal nombre antes de su instalación oficial, o de plano la referencia del Diccionario de Vidal incurría en un error. Averígüelo Vargas, para decirlo con una antigua expresión coloquial.

En todo caso la pregunta persiste: ¿Cuál era el eco que había oído Cervantes? Porque con la Nueva Vizcaya sucede algo parecido que con el Aleph del cuento de Borges: Hay más de una. Me explico. Hace unos años compré en un tianguis en la Plaza de Armas un viejo librito, Discurso histórico (Colección Austral, 1947), de J. Francisco Aguirre, en donde se narra el establecimiento español de otra Nueva Vizcaya en la región paraguaya del Río de la Plata. Y en fecha más cercana (no tenía ni la menor noticia de esto), supe que la ciudad de Montevideo, Uruguay, fue fundada por el militar vasco Bruno Mauricio de Zabala, nacido en Durango, Vizcaya, España, que vivió entre los siglos XVII y XVIII, y para redondear el punto, que en la actualidad una avenida principal de su centro histórico se llama precisamente Durango. De alguna manera, enhorabuena, somos familia ampliada. Como se ha visto, hay tela de donde cortar. Sea como sea la raíz de la resonancia neovizcaína en Cervantes, no deja de ser una relación interesante, agradecible, en especial para los que compartimos ese ayer nominal común (recuérdese también que en el Quijote aparece el desafío de un vizcaíno de fuerte carácter). Habrá, en suma, que seguir indagando en los estudios de la topografía quijotesca. Un cervantista de la Bizkaia peninsular puede tener la respuesta. Por lo pronto, ahí queda el trazo de otra aventura analítica, con algunas señales en el horizonte. E4

Escritor. Bibliófilo y bibliógrafo, especializado en libros antiguos y cultura clásica. Director de la Biblioteca Pública Estatal de Durango (2004-2022). Miembro de las Corresponsalías en Durango del Seminario de Cultura Mexicana y de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, de la que actualmente es presidente. Ha asistido a Congresos Internacionales sobre Lengua Española y Libro Medieval y Moderno, en Colombia, Panamá y España. Es participante asiduo del Coloquio Cervantino Internacional de Guanajuato. Entre sus obras publicadas, destacan: Las nostalgias de Gabriel García Márquez (2001), Dolores del Río. Antología (2004), Juan Soriano visto por escritores durangueños (coordinador, 2007). Es integrante de la Asociación Mexicana de Estudios Clásicos, A.C.

Deja un comentario