La política del rechazo

Sabemos hasta el cansancio que la política es algo tan diverso y multiforme que, al plantear un abordaje de análisis, uno siempre se queda corto. A pesar de eso es necesario abordarla y hablar de ella tratando de formarse una visión precisa de su accionar.

Visto con los ojos de hoy, el cuadro político mexicano se ha reducido a un esquema muy simple de partido único y una oposición que intenta pacta para mantenerse en el poder. En este esquema no tiene cabida ni la humanización de las prácticas políticas ni el interés por una masa inmersa en la pobreza. Es pura retórica, discurso vacuo, el que se escucha sin ninguna correspondencia con la realidad a la que alude.

Para completar ese cuadro político, las organizaciones de la sociedad civil se han visto reducidas al mínimo de acción, cuando no, suprimidas o ignoradas por el Estado.

El cuadro político que representa al Estado mexicano se ha convertido en un espacio público reducido, lleno de contradicciones, donde los sectores populares no pueden encontrar aliados y recursos para generar movimientos de cambio que les garanticen un mínimo de bienestar.

Bajo este esquema de operación política llama la atención la ausencia de lo sensible para atender algunos de los problemas concretos que padecen tantos a la hora de enfrentar la vida cotidiana; de hecho, es un discurso extraño y, como ya se dijo antes, ausente.

Debería ser muy fácil aceptar que México está viviendo un momento de crisis en el orden de humanización de sus prácticas políticas. Lo que se vive hoy no es una eventualidad. La violencia generalizada en el territorio nacional es una realidad que no ha sido atendida por las políticas del Estado mexicano. Lo mismo ocurre con la cuestión de los migrantes, problema atendido sólo desde los dictados que ha impuesto el país al otro lado del río Bravo.

Como lo veo yo, al cuadro político mexicano ha tenido una participación represiva en ese ámbito. Ha eludido sistemáticamente una participación que exige una tarea de conciencia porque ésta le exigiría una participación de asistencia solidaria a favor de los miles de migrantes que cruzan el territorio nacional.

Las realidades humanas constituyen un mundo especial. Y la realidad de los migrantes es que conforman un mundo especial que debe ser abordado mediante métodos que permitan al Gobierno de México comprender el fenómeno y elaborar políticas públicas de presencia, de beneficio y asistencia y no de una política del rechazo y el maltrato.

No debería haber ningún obstáculo en el Gobierno de México para entender que cada ser humano ha nacido en un tiempo y en un país con una tradición cultural que incluye su lengua, sus costumbres, sus normas y patrones de conducta, determinados valores, un modo particular de ver y de juzgar la vida y todo lo que rodea la existencia humana.

Tampoco debería tener dificultades para comprender que hay modos de enfocar los problemas y las soluciones ya hechas para los mismos, formas de pensar, de evaluar y de juzgar las cosas, los eventos y el comportamiento humano.

A lo largo de su proceso de crecimiento y desarrollo, el ser humano va efectuando todo un desenvolvimiento natural y espontáneo de las cosas que le permite ir modelando su ser y, en una dialéctica continua con el medio, en una interacción de asimilación y acomodación, como diría Piaget, se va formando la estructura de la personalidad con las características y rasgos individuales que lo definen como persona.

Esta dimensión de la realidad pone un fondo, un contexto, un horizonte que dará significado y ayudará a comprender muchas acciones y conductas humanas que, de otra manera, serían indescifrables.

Pues bien, el trasfondo de toda esta argumentación se debe a que, en efecto, lo que pretendo señalar es que en la movilidad que realizan los migrantes desde sus países para ir en busca de una mejor condición de vida, subyace el hecho irrefutable de que son personas, pero, además, personas únicas, indivisibles y eso es, precisamente, lo que el Gobierno mexicano se ha negado a entender. Ha preferido quedarse con la orden dictada desde Estados Unidos para impedir que lleguen a ese territorio, sin importar lo que les pase a ellos.

Acabo de hacer un viaje a Guanajuato, a donde me llevaron asuntos profesionales, y pude corroborar el trabajo sucio que hacen nuestras autoridades en favor del mandato gringo. Para empezar, a todo mundo se le pide identificación oficial, curp y acta de nacimiento. Cuando no se cumple este requerimiento no se puede abordar el autobús. ¿En qué momento perdimos nuestra libertad de tránsito consagrado en la Constitución mexicana?

Más aún. De regreso fui testigo de estas acciones emprendidas como políticas públicas de país hacia los migrantes. Ya en territorio de Coahuila, el ejército detectó (supongo) a una familia de migrantes. Los hizo descender de la unidad, aquí sí, por cierto, no con buenas formas (ya quisiéramos que utilizaran esos métodos con los criminales que azotan el país) y pude ver cómo separaron a ese pequeño núcleo familiar llevando al padre a un sitio distinto al que llevaron a la mujer y a dos menores de edad subidos a otro vehículo.

¿Qué necesidad hay de eso? ¿No es cruel eso? ¿Por qué no contemplar esta movilidad humana con una mirada humanista que sea capaz de dimensionar su verdadera condición de crisis humanitaria? ¿Por qué mirarlo como un problema que deseamos zanjarle a los Estados Unidos? ¿No va eso en contra del discurso del mesías que tenemos como presidente? ¿Acaso los migrantes dejan de ser personas por el hecho de haber adquirido esa condición de movilidad?

Si la esperanza para un migrante se plantea como ascenso individual en la escala en la escala inalterada de la sociedad, entonces la pregunta por la esperanza es la pregunta obligada por las condiciones individuales, las oportunidades y la posibilidad para superarse; es decir, dejar de ser pueblo, masa, migrantes para convertirse, sin más, en personas.

Frente a los hechos que testifiqué durante mi regreso a la ciudad de Saltillo, la pregunta necesaria debe girar en torno a si las cosas pueden ser distintas de lo que son y quién operará esa transformación.

La pregunta por la esperanza se concreta como pregunta por el sujeto liberado. ¿Acasos es mucho para un Gobierno que dice privilegiar a los pobres pero que, en la práctica realiza una política del rechazo? Por lo menos para los migrantes.

San Juan del Cohetero, Coahuila, 1955. Músico, escritor, periodista, pintor, escultor, editor y laudero. Fue violinista de la Orquesta Sinfónica de Coahuila, de la Camerata de la Escuela Superior de Música y del grupo Voces y Cuerdas. Es autor de 20 libros de poesía, narrativa y ensayo. Su obra plástica y escultórica ha sido expuesta en varias ciudades del país. Es catedrático de literatura en la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades; de ciencias sociales en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas; de estética, historia y filosofía del arte en la Escuela de Artes Plásticas “Profesor Rubén Herrera” de la Universidad Autónoma de Coahuila. También es catedrático de teología en la Universidad Internacional Euroamericana, con sede en España. Es editor de las revistas literarias El gancho y Molinos de viento. Recibió en 2010 el Doctorado Honoris Causa en Educación por parte de la Honorable Academia Mundial de la Educación. Es vicepresidente de la Corresponsalía Saltillo del Seminario de Cultura Mexicana y director de Casa del Arte.

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