«La vida es hermosa. Que las futuras generaciones la libren de todo mal, opresión y violencia y la disfruten plenamente».
Leon Trotsky
Fue el día 20 del mes de agosto de 1940 cuando moría Lev Davídovich Bronstein, mejor conocido como Leon Trotsky, político y revolucionario ruso, clave en la instauración y supervivencia del primer régimen comunista del mundo. Como joven, participó en la oposición clandestina contra el régimen autocrático de los zares. Se inició en la política integrándose al movimiento marxista, realizando importantes contribuciones teóricas como La revolución permanente. Fue detenido, encarcelado y exiliado a Siberia tras fundar la Liga Obrera del Sur de Rusia, pero regresó años después a Europa bajo el seudónimo de Trotsky, el nombre de uno de sus carceleros. Su participación en la fallida Revolución rusa de 1905 le condujo a un segundo exilio en Siberia. En un principio, Trotsky se opuso a las teorías de Lenin y los bolcheviques, pero finalmente se radicalizó y acabó por unirse al partido, asumiendo la presidencia del Soviet de Petrogrado y la del Comité Central, organizando con éxito la Revolución de Octubre de 1917 y orientando la política exterior del país hacia la consolidación de la misma.
Paradójicamente, su absurdo asesinato fue bajo la mano de José Stalin para destruir uno de los mejores cerebros del marxismo. Las manos que acabaron con su vida fueron las del catalán Ramón Mercader, cabeza de turco de Stalin. El legado de seres humanos excepcionales o superhombres como diría Nietzsche trascienden después de su muerte y más si lo es para voltear al mundo de cabeza. Hoy, Trostsky tiene plena presencia entre nosotros.
El régimen capitalista evolucionado en neoliberalismo, imperialismo-globalización, nos ha sumido en una incertidumbre, desapego y disminución del ser humano. No acabaríamos enunciando las características atroces, de las que somos protagonistas: reducción de prestaciones laborales; inflación, trabajo precario eventual sin derechos, alimentos envenenados por insecticidas y por lo que llaman transgénico, desempleo, guerras sangrientas y sin sentido, pillaje en todos los círculos de la sociedad, destrucción de ecosistemas; explotación desmedida de combustibles fósiles, consumismo aberrante, contaminación voraz por todos lados… en suma, la lista es difícil de digerir y de terminar.
La crítica al neoliberalismo y su evolución, ha alcanzado una masa crítica que comienza a tener importantes manifestaciones sociales y políticas, y el mapa político y programático se abre para posturas, no tan salvajes. Es un escenario, en el que pareciera ser que lo distinto se encuentra débil y acosado. Sin embargo, la posibilidad de que surjan nuevas propuestas es un hecho tangible. Otra vez, la idea de una sociedad alternativa, parece dibujarse entre la desesperación y los nuevos anhelos.
Leonardo Padura es un novelista y periodista cubano que nos regala una novela histórica llamada El hombre que amaba a los perros. La novela narra los últimos años de la trayectoria política y vital de Trotsky. Es una historia, que transcurre cuando se acababa de cumplir la segunda década de lo que había sido la revolución de octubre. La narración, nos pone por un lado al intelectual, al que propios y extraños mencionaban junto con Lenin, como los líderes más importantes de la revolución rusa. Del otro, al verdugo, Ramón Mercader; un vástago de la burguesía, hijo de una mujer atormentada, convertida a la fe que venía de Moscú; una militante que ponía «la causa» por encima de cualquier otra consideración. La trama de la novela también nos pone a Stalin, una de las figuras más siniestras de la larga historia de la infamia.
Sigamos insistiendo en que vale la pena resistir e intentar cambiar, recordemos a próceres como Trotsky y aprendamos de su legado y recordémoslo, como lo menciono André Breton «un gigante de la revolución tremendamente humano». Trotsky, no era hombre de morir de vejez en la cama. Cayó en las trincheras de la revolución socialista. Sus últimas palabras fueron: «Estoy seguro del triunfo de la cuarta Internacional». La revolución permanente, no es un salto de los que menos tienen, sino la transformación del país bajo su dirección; hagamos sencilla y probable una revolución permanente.