La separación de los amantes: Eloísa y Abelardo

En la Tierra sólo hay dos cosas preciosas: la primera, es el amor; la segunda, que viene bastante después, es la inteligencia.

Gastón Berger

Muchos conocen la desafortunada historia de amor entre el filósofo Abelardo y la bella e inteligente Eloísa. El intercambio de cartas que nos legaron ha servido para mantener viva esta valiosa memoria. Abelardo hace las veces de maestro de Eloísa. Sin embargo, el amor aparece en escena: «Bajo el pretexto de estudiar, nos entregábamos por entero al amor…», (Abelardo) El tío Fulberto los descubre in fraganti. Y aunque Abelardo propone casarse con la única condición de que el matrimonio permanezca en secreto a fin de no perjudicar su reputación, Eloísa se niega a lo que propone. No quiere matrimonio, ni secreto ni público. Pernoud sintetiza la razón de esta postura: «Este es el secreto de Eloísa, el motivo principal de su negativa: la calidad de su amor exige que sea gratuito». (Pernoud, 1973, p. 71) La generosidad de Eloísa es a toda prueba.

Como es de todos sabido, las cosas no salieron como fueron planeadas. Abelardo fue emasculado por los secuaces del tío Fulberto como represalia por el «pecado» cometido: «Me cortaron las partes del cuerpo con que cometí aquello de que se quejaban, después emprendieron la fuga…», (Abelardo).

El autor de Conócete a ti mismo invita a Eloísa a recluirse en un convento. Eloísa obedece con «entera abnegación». Por eso dirá posteriormente en una de sus célebres cartas: «Nuestra común entrada en religión, que vos solo decidisteis», (Eloísa). Abelardo se refugia, también, en un monasterio, y no por vocación, sino por vergüenza. Así nos lo confiesa.

Ya están separados. El dolor es indescriptible. El tráfico de cartas lo mitiga. Y empieza el difícil proceso de sublimación. En realidad, lo enfrentan de manera distinta. Abelardo se conforma, se resigna e intenta sublimar con la religión la separación: «Vos nos unisteis, Señor, y Vos nos separasteis cuando y como os pareció bien», (Abelardo). Y permuta su dolor al afirmar: «Mi hermana Eloísa, a quien quise en el siglo y quiero ahora aún más en Cristo», (Abelardo). Eloísa, en cambio, sigue añorando el paraíso perdido: «Fue la concupiscencia más bien que la ternura lo que os unió a mí… que la ternura de vuestro lenguaje —una carta os cuesta tan poco— me devuelva por lo menos la dulzura de vuestra imagen… devolvedme vuestra presencia en lo posible enviándome algunas líneas de consuelo…» (Eloísa) Y más adelanta evoca el amor que los unió: «Estas voluptuosidades que hemos saboreado juntos han sido tan dulces para mí, que no puedo evitar el amar su recuerdo ni borrarlas de mi memoria», (Eloísa). Abelardo decepciona con su respuesta: «Pues enteraros bien: vos sois mi superiora, habéis llegado a ser mi ama al convertiros en la esposa de mi Maestro», (Abelardo).

Igor Caruso, en La separación de los amantes, traza la ruta de la desventura psicológica de las personas que, voluntariamente, obligadas por ciertas circunstancias, tienen que «abandonarse». Para Caruso, estudiar la separación amorosa significa estudiar la presencia de la muerte en nuestras vidas. Él esboza una fenomenología de la muerte por mor de la separación. Las fases de este proceso son: la catástrofe del Yo, la agresividad, la indiferencia, la huida hacia adelante y la ideologización. Se podría aventurar un estudio de las cartas de Eloísa y Abelardo con ayuda de este marco teórico. La brevedad de este artículo nos impide iniciar siquiera el abordaje. Pero puedo asegurar que estas fases fueron experimentadas por esta pareja paradigmática. La catástrofe del Yo, por ejemplo, aparece con nitidez en el instante mismo del desencuentro, cuando ambos son obligados a separarse. En cambio, cuando Abelardo invita a Eloísa a entrar en religión, se da tanto la huida hacia adelante como la ideologización. Quizá no soy certero en el análisis. Pero sí vale la pena advertir que la muerte marca esa dolorosa separación. Aún después de la muerte de Abelardo, cuando Pedro el Venerable le dice a Eloísa que Abelardo le pertenece, queda de manifiesto que se siguen queriendo, que la vida quiere ganarle la partida a la muerte, y que a Abelardo «Dios le da hoy calor en su seno en su lugar (de Eloísa) o como si fuese usted misma», (Pedro el Venerable). Una auténtica sublimación al más puro estilo freudiano.

Referencias:

  • Caruso, Igor, La separación de los amantes, Trad. de Armando Suárez y Rosa Tanco, Siglo XXI, México, 1969.
  • Pernoud, Régine, Eloísa y Abelardo, Trad. de Gloria Alonso de Jáuregui, Espasa-Calpe, Col. Austral, No. 1548, Madrid, 1973.

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