La soledad del presidente

Las reacciones del presidente a la madre buscadora Ceci Flores y a la activista contra la corrupción, María Amparo Casar, confirman que está solo. Sus pulsiones autoritarias se imponen, nadie le aclara que sus señalamientos son en contra de sí mismo, de su propia causa, de su candidata y del registro histórico de su tránsito por la presidencia de la República. Nada lleva al presidente a la mesura, ni siquiera el evidente ambiente de violencia y desbordada criminalidad de todo el país.

Mexicanos mueren por centenas cada semana; periodistas, candidatos y dirigentes políticos encaran la intimidación, la violencia y, en algunos casos, la fatalidad. La política presidencial de abrazos no balazos ha cobrado elevada factura en sangre y libertades. Los medios locales y periodistas prefieren cerrar, abandonar el oficio o guardar silencio por el amago criminal ante el estado de indefensión debido al dominio de los delincuentes sobre autoridades que debieran proveer seguridad y sancionar a quienes se aparten de la ley. La impunidad es la divisa de estos tiempos.

Apenas unos días antes el país se enteró de un reporte con rigor científico sobre el saldo de la gestión oficial durante la pandemia. Ratifica el señalamiento de ese entonces y de después: el comportamiento criminal de los responsables del Gobierno, que costó cientos de miles de fallecimientos que no debieron haber acontecido de cumplir con las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud. Es una evidencia insoslayable y, al igual que la política de inseguridad, ha costado muchas vidas. López Obrador, sin embargo, se abona en los números veleidosos de los sondeos de opinión y niega toda evidencia de sus errores en el Gobierno.

El presidente está solo cuando tiene que enfrentar el veredicto de las urnas. De por medio no está la oferta de Morena o sus candidatos, sino la gestión del presidente López Obrador, en un entorno donde el escrutinio al poder es obstruido por la intimidación proveniente desde la oficina presidencial, como queda de manifiesto en los casos de Ceci Flores y María Amparo Casar, paradigmáticos de las acciones presidenciales para contener el juicio sobre su gestión en el poder.

En estos días se da el atentado contra el candidato a gobernador opositor en Puebla Eduardo Rivera. No fue un acto de intimidación, sino una acción dirigida para aniquilarlo. El mensaje es inequívoco, disminuirle a él y a los demás en el frente opositor. Puebla no es la excepción ni un caso aislado. Pero el presidente anda en otras cosas, sus prioridades son electoreras y deja a los mexicanos en indefensión y a las víctimas en el abandono.

Las noticias se acumulan día con día y al igual que las encuestas de desempeño presidencial se presentan las que anticipan un día de campo para Morena en los comicios próximos. El presidente sabe que no ocurrirá así, que la candidata presidencial oficialista encara una competencia muy diferente a la que plantean muchos de los sondeos de intención de voto. Para su desgracia, cada vez más queda en claro qué se dirime en la elección. Él se encarga de volverlo visible: la tiranía y sus imaginarias certezas o democracia con la incertidumbre que le acompaña. La cita es el 2 de junio. Mientras que el presidente se exhibe en su soledad.

No falta quien considere que la actitud impropia y de sevicia del presidente ante sus adversarios es irrepetible; que hay una candidata con formación diferente y que, de ganar Morena, habría un cambio en todo este periplo de indecencia, ilegalidad y abuso del poder, interesada licencia que obvia al menos dos importantes aspectos: la candidata Sheinbaum ha avalado, en todos los casos una y otra vez la postura de Andrés Manuel López Obrador, palabras que la comprometen y la vuelven rehén de su promotor. Por otra parte, el obradorismo es una corriente política que trasciende a su líder; son formas y un objetivo preciso y definido, cambiar la Constitución para establecer un régimen tiránico, al margen de los contrapesos republicanos, del imperio de la Constitución y de un sistema de justicia que frene el abuso del poder. Asimismo, pretende eliminar la pluralidad en la integración del Congreso y acabar con la institucionalidad electoral que ha garantizado elecciones justas, equitativas y de respeto riguroso al sufragio.

Premonitorio de la tragedia nacional es un presidente solo.

La normalidad de la indecencia

En homenaje al cinismo se dice que quien pierde la vergüenza no sabe lo que gana. En estos tiempos no sólo se vive desde el poder la degradación del lenguaje, también la pérdida de un sentido de la autocontención, falta de escrúpulo. Se normaliza la indecencia, todo se vale. El ejemplo es López Obrador. En su conducta arrastra a la candidata presidencial, Claudia Sheinbaum quien —por razones de conveniencia política, no electorales—, repite las palabras y actitudes presidenciales.

Efectivamente, se ha perdido el sentido de decencia. Hay un envilecimiento de la política. El respeto y el comedimiento han desaparecido del diccionario de quienes detentan el poder. López Obrador ataca sin control, reserva ni sentido de los límites a los adversarios o a quienes por su independencia mantienen distancia del poder o una postura crítica. Una conducta alevosa porque lo hace desde la más elevada posición de autoridad. Los periodistas y líderes de opinión independientes nunca habían sido objeto de tal agresión, ocurre cuando más violencia hay sobre el gremio, con un presidente que se autoproclama defensor de las libertades. En tal entorno, la resistencia al sometimiento adquiere un valor mayor porque sí hay consecuencias; la más evidente, la autocensura que realizan las empresas de comunicación, y que se manifiesta en la depuración de sus colaboradores en la barra de opinión. También presentes las admoniciones presidenciales en su prédica mañanera.

Dos expresiones recientes dejarán un penoso registro de lo bajo a que han llegado el presidente y colaboradores cercanos. Ocurre con dos mujeres, las dos en una lucha ejemplar que debiera merecer respeto de quienes están en el poder; por lo demás son acreedoras a un genuino reconocimiento y aplauso cívico. Mucho se le debe a Amparo Casar. Su actividad académica, periodística y como activista ciudadana contra la corrupción ha sido de la mayor importancia desde hace tiempo. El régimen se ensaña con ella y nada lo explica que no sea el rencor presidencial.

Otro caso es el de Ceci Patricia Flores, madre buscadora. Su lucha, la que importa, de dar con sus hijos y asistir a otras madres y mujeres en el mismo empeño de encontrar a sus cercanos desaparecidos adquiere dimensiones de heroicidad, más en un país en el que los desaparecidos van en 50 mil 927 durante este Gobierno, según TResearch International. El país vive un doloroso drama debido a la violencia. El presidente se empeña en mostrar que se está mejor que siempre, razón de su determinación de desaparecer a los desaparecidos. Ceci Flores es una piedra en el zapato y su denuncia sobre un supuesto crematorio clandestino en la CDMX merecía una respuesta cuidadosa de las autoridades, no la denostación del presidente, repetida por su candidata y afines.

Las implicaciones de la denuncia de Ceci Flores están claras para la campaña presidencial. Claudia Sheinbaum afirma resultados diferenciadamente exitosos en materia de seguridad su tránsito Gobierno de la CDMX, que han sido desmentidos. El señalar que todos los feminicidios durante su Gobierno se resolvieron es una falsedad propia de estos tiempos, como también sus cifras alegres en materia de homicidios y feminicidios, entre otras muchas falsas afirmaciones, se niega el derecho de las víctimas a ser al menos ser una cifra

El imperio de la mentira e insulto es que amenaza con volverse común; creer no sólo que es válido, sino que es útil y eficaz para el ejercicio de autoridad y ganar votos. No hay sanción legal ni social ante tal abuso. No pocos asumen que es el estilo de López Obrador, que acabará una vez haya relevo en la presidencia. Se equivocan; la degradación de la política se ha vuelto método; peor aún, en la oposición no falta quien replique semejante conducta. Incluso la mesura o el comedimiento son descalificados o vistos con sospecha. Cuitas de la polarización que se padece.

Se debe dignificar la política. Difícil que ocurra en el marco de la contienda por el poder. La sociedad ha interiorizado como normal lo anormal y los contendientes por el voto asumen una postura consecuente con la agresión, la ofensa y la intimidación de que son víctimas por parte del oficialismo.

La pérdida de decencia de quienes detentan el poder no debe dar licencia a la descomposición de la vida política y de la civilidad en la lucha por el poder. Un sentido de los límites debiera ser empeño obligado y tránsito a la reconciliación.

Autor invitado.

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