El PRI sigue pasmado y así continuará mientras no cambie de siglas y también de dirigencia. Alejandro Moreno fue impuesto por los gobernadores para un periodo de cuatro años. También lo fueron Manlio Fabio Beltrones y Enrique Ochoa, lo cual no obstó para botar al primero por perder siete gubernaturas (de 12) en 2016 y al segundo por inepto. El fracaso de Moreno es mayor, pues perdió 15 estados de 15, y como si tal cosa. Tras el colapso de junio, el PRI está obligado estatutariamente a celebrar una asamblea nacional, «cuyo incumplimiento sancionaría al partido», advierte Dulce María Sauri. Ella misma renunció a la jefatura priista luego de la derrota de Francisco Labastida en las presidenciales de 2000.
La exgobernadora yucateca ve hoy un PRI «rebotando entre la necesidad de sostener a la alianza opositora (con el PAN y el PRD) y, a la vez, entrar a negociar con el partido en el poder». Después del fiasco, la prioridad debe ser «una gran asamblea, que sea como verdadera catarsis de los priistas; oír a todos y al oírlos comprometerse a lo que se está planteando se a cumplir», declaró la presidenta de la Cámara de Diputados a René Delgado (Reforma, 15.07.21). Mientras el secretario general de facto Rubén Moreira muñe para desbancar a Moreno, Sauri tiene claro el panorama: «Si no sobrevivimos electoralmente, no hay futuro. La mayor amenaza (del PRI) es su intrascendencia».
En circunstancias análogas, los partidos siempre miran a la sociedad en busca de votos y de una nueva oportunidad. El PRI la tuvo en 2018, cuando reasumió la presidencia, pero la tiró por la borda. Peña Nieto resultó ser uno de los jefes de Estado y de Gobierno más despreciables, torpes y corruptos. Y como el PAN también fallado, la mayoría optó por Morena y por Andrés Manuel López Obrador. Sauri propone que la renovación del sistema de partidos «provenga de la sociedad, de sus exigencias. De la necesidad de encontrar en la sociedad sostén para las demandas que se están presentando». Sin embargo, se resiste a oxigenar la política con perfiles ciudadanos: «No estoy hablando de candidatos que tengan que ser de la sociedad para ser electoralmente legítimos». El PRI quiere votos, no compartir el poder que aún conserva, cada vez más escaso.
Gobernadora sustituta de Víctor Manzanilla Schaffer (2011-2013), Sauri intentó serlo por elección en 2006, pero el PRI se decantó por Ivonne Ortega, quien denunció a Rubén Moreira de amenazas durante el proceso para imponer a Alejandro Moreno, y prefirió renunciar a su militancia. El PRI protege a los suyos, incluso a los más vanales, pero es expedito a la hora de expulsar a quienes, como el exgobernador de Oaxaca, Ulises Ruiz, piden cuentas a una dirigencia rebasada y más proclive al gobierno de López Obrador que a los integrantes de un partido anonadado.
La yucateca es una de las pocas voces sensatas y críticas en el PRI, como Beatriz Paredes, cuyo silencio, en medio de la banalidad y la rapiña, extraña sobremanera. Para Sauri, su partido debe sobrevivir antes de pensar en ser oposición, algo que jamás ha sido y nunca será por falta de vocación e historia en las luchas por la democracia, la libertad y la justicia. ¿Cómo subsistir? La única manera es pactar con el presidente López Obrador. La 4T le asegura al PRI lo que la coalición Va por México, promovida por oligarcas, intelectuales y «mas media», no pudo: impunidad para sus líderes (Moreno, Moreira y sus secuaces). Comoquiera, la suerte del PRI está echada: vive en la ignominia sus últimos años.