Dos coahuilenses son personajes sobresalientes en la historia mexicana del siglo XX. Habiendo compartido en su época el mismo escenario político, ambos llegaron al cargo de presidente de la república. Se trata de Francisco I. Madero y de Venustiano Carranza. Pero la trayectoria de uno y otro en la vida pública fue muy diferente. Un perspicaz observador consideró en su tiempo que la relación personal entre ambos llegó a adquirir «vivos términos de acritud». Ciertamente no fueron —y menos aún parecieron ser— feroces enemigos, pero jamás se tuvieron confianza uno al otro.
Un hecho histórico poco conocido, más bien hasta cierto punto ocultado por la historiografía oficial, es que Carranza fue senador porfirista a lo largo de quince años. Bajo este cargo, el 25 de marzo de 1909 escribió una carta a Porfirio Díaz —a quien se dirige con el tratamiento de «Respetable señor Presidente y amigo»— para decirle que como representante de Coahuila se ha permitido intervenir ante la Secretaría de Fomento en la importante cuestión que en ésta se ventila sobre el reparto de aguas del río Nazas, en la Laguna, asunto en el que está involucrada la compañía extranjera del Tlahualilo.
En la parte medular de su escrito, Carranza le dice a don Porfirio: «He arreglado con el sindicato de ribereños se retire la representación que en él tiene el señor Francisco I. Madero, quien pudiera aprovechar esta circunstancia para agregar un nuevo elemento en la campaña que contra el gobierno de usted tiene emprendida…».
En tono lisonjero, agrega Carranza en su carta que espera que esa labor suya sea de la «respetable aprobación» de don Porfirio «y prueba —le dice— de mi invariable adhesión a la buena marcha de su gobierno, hoy criticada por persona de ninguna significación política», refiriéndose obviamente a Madero. Y se despide reiterándole al viejo dictador su «particular aprecio e incondicional adhesión».
Casi siete años después, el 29 de noviembre de 1915, en un discurso pronunciado por Carranza en Matamoros, Tams., afirmó: «El origen de la guerra —es decir, de la Revolución—, conocido para todos, ha sido la tiranía de treinta años, un cuartelazo y un asesinato», en alusión al régimen porfirista, al cual condena como «el que en la historia de México ocupará el lugar más señalado como una de las más grandes tiranías», pero al que antes con singular fervor le expresaba su «incondicional adhesión».
Y para confirmar su absoluta incongruencia y total oportunismo, en el informe que leyó al Congreso de la Unión, el 15 de abril de 1917, ya promulgada la Constitución de Querétaro, Carranza se pronunció contra «la dictadura militar que resultó del Plan de Tuxtepec —el de Porfirio Díaz— y que durante tantos años pesó sobre el país», al tiempo que calificó de «ilustre apóstol» a Madero. Sí, al mismo al que anteriormente se refirió como «persona de ninguna significación política», y que ya para entonces le parecía un ilustre personaje.
Lo anterior viene a cuento con motivo de que el viernes 19 de febrero se cumplieron 108 años del referido cuartelazo de Victoriano Huerta, que vino a terminar con el gobierno legítimo de Madero y luego con su vida y la del vicepresidente Pino Suárez, por el felón asesinato del que ambos fueron víctimas.
Por asociación de ideas, imposible no tener hoy presente que la inmensa mayoría —prácticamente la casi totalidad— de los personeros del actual régimen de Morena, empezando por su caudillo, tuvieron como origen al priismo, del que ahora abominan. A la manera de como sucedió con Carranza respecto del porfirismo.
Existen no pocos indicios y testimonios según los cuales lo que realmente ocurrió fue que Victoriano Huerta, con su cuartelazo, se le adelantó a Carranza, que también en esas andaba. El cuartelazo se completó con el asesinato de Madero. Por cierto, no deja de ser irónico que el cartel propagandístico del gobierno de Morena traiga su figura. Más propio sería que incluyera la de Carranza. Porque no cabe duda, como algunos sostienen, que la historia es cíclica. Tiende a repetirse.
Sirva lo anterior para hacer una propuesta: Se integre un grupo de análisis que tenga como tarea, apenas concluya el registro de candidatos para la que será la elección más grande en la historia de nuestro país, que tenga como tarea, decía, rastrear la procedencia, buscar la huella genética, el ADN de su origen partidario, de cada uno de los candidatos de Morena. A muchos quizá sorprenderá el resultado de este ejercicio. Pero para no pocos sólo vendrá a confirmar, numéricamente, lo que desde siempre ha sido obvio.