La Universidad Autónoma del Noreste

Hace más de cuarenta y cinco años un grupo de jóvenes de clase media pensó que Saltillo carecía de oportunidades de estudio para trabajadores y personas que hubieron de abandonar los estudios por haberse casado; debieron atender hijos; consiguieron trabajo o enfrentaron problemas fortuitos. Adultos que estrenaban un empleo se vieron forzados a prescindir de una formación académica y descubrieron que algo les faltaba relacionado con el estudio: la ciudad no ofrecía alternativas. Las familias con recursos enviaban a sus hijos a México o Monterrey; la mayoría no tenía esa opción.

Higinio González empezó a promover una escuelita nocturna que ofrecía dos carreras. En la experiencia participaron jóvenes que compartían ideales alrededor de la agrupación Jornadas de Vida Cristiana. Pronto descubrieron que esa escuela no tenía futuro; urgía crear algo más amplio y abierto. Nació la idea de una universidad que ofreciera carreras que hacían falta, adaptada a una colectividad que necesitaba un acceso a estudios superiores: me refiero a clases nocturnas. Escogieron un título: Universidad Autónoma del Noreste. El concepto «autonomía» era un desafío social, institucional y alternativo a lo existente: Universidad de Coahuila, Normal Superior y Universidad Narro, todas diurnas.

No existe la menor duda de que Higinio fue la bujía y el líder del proceso. Pero buenas intenciones no hacen universidades. El grupo de siete u ocho amigos no tenía la capacidad para sostener el proyecto. Invitaron a otras personas, la más importante fue Daniel González Rodríguez, quien aportó recursos para pagar nóminas y consiguió préstamos bancarios hipotecando sus bienes. Los fundadores fueron treinta y tres. A más de los mencionados anoto a Eduardo Martínez, Bárbara García, Armando Lara, Estela Villegas, Rogelio López, Lourdes Dávila, Francisco Aguirre, Luly Treviño, Lauro Saucedo, Juana Lara, Aldegundo Garza, María Luisa Mendoza, Severiano García, Martha Tonone, Everardo Quezada…

Al imponer a la institución el audaz apellido «del noreste» se vieron obligados a cumplir con la oferta. Poco a poco la UANE se desplegó hasta crear ocho campus: Saltillo, Torreón, Monclova, Sabinas, Piedras Negras, Matamoros, Reynosa y Monterrey. El noreste se hizo realidad.

Debo mencionar que hace unos días los socios decidieron hacer un homenaje a Higinio bautizando con su nombre un edificio. Se lo ganó. Era cuestión de justicia.

Señalo unos méritos de la universidad: estudian más de diez mil alumnos. Sostiene a centenares de profesores, funcionarios y empleados. Han egresado cincuenta mil profesionistas. Un gran valor es su sistema de becas, que la hace ser la mejor universidad en el rubro. Son becarios nada menos que el ochenta y tres por ciento de sus estudiantes (con diferentes porcentajes, según estudio socioeconómico). Dirá el lector que otras universidades también becan. Sí. La diferencia infinita es que al terminar los estudios deben pagar (el Tec de Monterrey más que becar hace préstamos). El 30 por ciento del presupuesto de la UANE se destina al proyecto de becas. Las becas UANE son a fondo perdido, al graduarse, el estudiante no debe nada y puede iniciar su vida laboral limpio.

Es preciso dar crédito a su actual rector Eduardo Verástegui, pues durante la pandemia, en vez de ponerse a inventar pretextos, como se acostumbra, reforzó la educación en línea: ya hay alumnos de todas las entidades mexicanas y de once países, por lo cual se puede hablar de globalidad.

En años recientes se instalaron en Saltillo no menos de treinta universidades, unas buenas, otras solo aceptables y varias mediocres. UANE va a la cabeza y no ha aflojado el paso, sigue siendo la más importante de las privadas. En tamaño, únicamente atrás de la Autónoma de Coahuila.

En resumen, la Universidad Autónoma del Noreste es resultado de un ideal colectivo: treinta y tres ciudadanos crearon una opción que ha beneficiado a miles de jóvenes y a las ciudades en que presta sus servicios. No es poca cosa.

Investigador, académico e historiador

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