La verdadera nueva escuela mexicana

Hoy no. Dejaré de lado hablar de la avalancha de frivolidades con que la política mexicana avasalla cotidianamente al pueblo sabio que se mueve en la dirección en que el dedito del poder manda. Hoy no lo hago porque encontré algo de mucho mayor valía que ese chacoteo hilarante, indigno y tan impropio (y por lo mismo tan perverso) de los que dicen amar a México a través de un discurso vacuo y lejano de la realidad.

Ocurrió apenas el 13 de diciembre en el Santuario de la Virgen de Guadalupe, en Saltillo. No fue, naturalmente, un acto litúrgico, sino un concierto de música novohispana en que diversos grupos saltillenses mostraron públicamente el resultado de un esfuerzo continuado en circunstancias no siempre favorables y que fue coronado por una extraordinaria jerarquía interpretativa que valoro en su real dimensión.

Aunque el evento convocó a cantantes solistas, una orquesta de cámara, un coro de adultos y otro de niños, todos con un excelente desempeño, me detengo en este último por las implicaciones educativas que esta clase de trabajo supone.

Dirigido por el maestro Juan Antonio Ortiz, destacado artista que estudió canto en la Escuela Superior de Música de la Universidad Autónoma de Coahuila y que hoy, dado su profesionalismo irrebatible, lleva sus conocimientos a la construcción de una labor socioeducativa de extraordinarios alcances.

Me detengo en esta agrupación porque el trabajo de Ortiz al frente de este coro, integrado por alumnos de la Escuela Secundaria No 20 «Dora Madero», representa la mejor empresa educativa de carácter real que se puede dar en estos tiempos en que la administración gubernamental de López Obrador y los siervos legislativos de la nación, se empeña sistemáticamente en su destrucción institucional.

No se necesita ser genio para darse cuenta de que el desempeño magistral de los niños en el escenario no es gratuito; en realidad supone una disciplina sostenida a base de trabajo continuo, pasión por el quehacer y capacidad de asombro para abrir umbrales de perspectivas amplias; todo, sin embargo, fundado en el saber. Es decir, no hay magia: es trabajo sostenido, sin rupturas, realizado en la sombra, en el silencio y fuera de las luces para luego brillar intensamente en el espacio escénico reservado para mostrar.

Es, sin duda, un trabajo ejemplar que lleva al alumno a un proceso formativo de maravillosos alcances porque explora y los hace partícipes de desarrollos originados desde su propio ser, indagando sobre sus capacidades, sobre sus alcances para, luego, abrir umbrales de extraordinarias virtudes donde el horizonte se hace más ancho para cada uno de ellos porque se ha cultivado el espíritu fundado en el conocimiento.

Hablamos de una auténtica educación que acierta en sus logros y los métodos para alcanzarlos porque lo hace poniendo énfasis en los desarrollos de los niños, desde sus posibilidades proyectándolos hacia un futuro constructivo, fundado en bases muy firmes donde la autogestión y la autonomía será lo propio para ellos.

Nada que ver con la Nueva Escuela Mexicana tan llena de demagogia y de retórica y, por eso, intrascendente, concebida por mentalidades sujetas a ideologías; sujetas a prácticas de adulación de un líder que pretende ser el dueño de la verdad absoluta sobre todos los temas. Una educación conceptual que se desmorona cayéndose a pedacitos cada vez que un docente ingresa al aula y se mueve en el vacío porque la incomprensibilidad del concepto que pretende guiar se derrumba ante la complejidad del mundo real.

Acostumbrados a la estridencia y al desplante que los visibilice frente a las masas, los políticos mexicanos, y en particular los que hoy gobiernan por mayoría este país, ignoran a placer los trabajos realizados por héroes anónimos que, sin el reconocimiento de nadie, llevan a cabo para beneficio de muchos, aún a sabiendas de que su quehacer será destruido por los profesionales de la mentira y la corrupción al secuestrar las mentalidades de muchos para llevarlos a los paraísos artificiales que les promete la retórica política.

El maestro Juan Antonio Ortiz, puede hoy sentirse satisfecho de su quehacer. Los niños que integran su coro han dado un salto de progreso ético. Ellos no serán asaltados por los políticos de hoy porque no podrán enriquecerse con su pobreza espiritual pues se ha quedado lejos pues han encontrado también razones suficientes para amar la vida, así como los goces que están dentro de la vida.

Esos niños que cantaron en el Santuario de Guadalupe no son los mismos después de su participación. Esos niños serán, de aquí en adelante, personas que se conmoverán ante cualquier injusticia del mundo porque ese proceso educativo que hoy reciben los hace aptos y sensibles para ello pues también habrán desarrollado el sentido de pertenencia y de comunidad, tan vital para la sobrevivencia.

La escuela, o mejor aún, la educación se creó para hacer un nuevo tipo de ser humano, un ser humano en el que se pueda creer. Y trabajos como el que lleva a cabo el maestro Ortiz, contribuye a restaurar esa fe.

Su actividad fundamental consiste en formar nuevos seres humanos. Su quehacer pone en evidencia que se ha propuesto la tarea más alta que es posible imaginar: intervenir en la formación de la conducta ajena mediante el ejemplo de la conducta propia. El maestro Ortiz ostenta, sin duda, uno de los deberes más altos que existen: difundir en torno suyo no solamente los conocimientos que adquirió en la Universidad, sino los valores humanos que en él se han desarrollado a partir de su propósito inicial de adopción a la comunidad del saber.

Mis felicitaciones para este artista que trabaja desde Saltillo. Su labor contrasta notablemente con la propuesta del régimen obradorista para una nueva escuela mexicana. La suya es de alta eficiencia y de una calidad superior, llena de verdad porque sirve a los niños; la oficialista es un fracaso desde su concepción porque está fundada en la retórica que pretende halagar la mentalidad chiquita de un hombre que se cree el gran transformador.

Mejor sería que los aduladores repararan en estos ejemplos educativos fundados en la realidad. Pero es más que imposible: no vi en el Santuario de Guadalupe a ningún morenista que fuera capaz de llevarle el chisme de la realización de esta nueva escuela mexicana a la jerarquía en el poder. Lástima.

San Juan del Cohetero, Coahuila, 1955. Músico, escritor, periodista, pintor, escultor, editor y laudero. Fue violinista de la Orquesta Sinfónica de Coahuila, de la Camerata de la Escuela Superior de Música y del grupo Voces y Cuerdas. Es autor de 20 libros de poesía, narrativa y ensayo. Su obra plástica y escultórica ha sido expuesta en varias ciudades del país. Es catedrático de literatura en la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades; de ciencias sociales en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas; de estética, historia y filosofía del arte en la Escuela de Artes Plásticas “Profesor Rubén Herrera” de la Universidad Autónoma de Coahuila. También es catedrático de teología en la Universidad Internacional Euroamericana, con sede en España. Es editor de las revistas literarias El gancho y Molinos de viento. Recibió en 2010 el Doctorado Honoris Causa en Educación por parte de la Honorable Academia Mundial de la Educación. Es vicepresidente de la Corresponsalía Saltillo del Seminario de Cultura Mexicana y director de Casa del Arte.

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