Las becas de la pobreza

Por la televisión me entero de las largas filas de muchachos para obtener la beca Benito Juárez que otorga el Gobierno para estudiantes, más tarde corroboro este hecho en mi ciudad; por la misma televisión me había enterado antes de las largas filas de los ancianos de mi patria para recibir la pensión de 60 y más que el mismo Gobierno concede como un mecanismo de tortura y que certifica una realidad incuestionable: la pobreza.

Y sí, somos pobres y ningún Gobierno de este país ha abordado a fondo el origen de esta realidad infamante.

Cuando se estudia al ser humano en el contexto de su desarrollo histórico y de su cultura, resulta fácil ver que la historia de la humanidad es una historia continua del sufrimiento.

En el pasado de hace dos mil años, por ejemplo, cuando se escribieron los cuatro Evangelios, los pobres eran los mendigos, los enfermos y los que padecían alguna discapacidad y que por ello tenían la necesidad de mendigar.

A todos ellos se les sumaban las mujeres en su condición de viudas, los niños en su condición de huérfanos, los jornaleros no calificados que solían estar sin trabajo, a los campesinos que trabajaban en las granjas y a los esclavos. Todos vivían en condición de pobres y su principal sufrimiento era la vergüenza y la ignominia.

Hoy las cosas han cambiado: nadie se avergüenza de ello y a nadie le importa el hecho de recibir una dádiva de forma tan humillante con fines, no de aliviar la carga de la pobreza, sino meramente clientelares para que los gobernantes en turno preserven el poder.

El pobre de hoy, del mismo modo que en el pasado, depende de los demás para los trámites más elementales de la existencia. Se encuentra en el nivel más bajo de la sociedad, no posee dinero, poder, prestigio, honor; no posee nada y, por eso en condiciones extremas, apenas sí es humano. En medio de ese escenario su vida carece de sentido.

Pues bien, un mexicano de hoy, gobernado por un presidente y un partido de extraña y anómala postura frente a los problemas vitales del país, experimenta su condición de pobreza como una pérdida de dignidad humana. En la palabra «pobres» se puede incluir a todos los oprimidos que dependen de la misericordia de otros. Y por ello también hoy, el término puede extenderse a todos los que confían entera y ciegamente en la misericordia de un presidente y un partido que, sin embargo, los vulnera en lo más sagrado de sus componentes: ser personas.

Todos los males, infortunios, carencias y enfermedades constituyen un campo abonado para la esperanza y la superstición. Y los políticos lo saben bien. El mundo oscuro y tenebroso en el que los pobres ven amenazas por todas partes se está siempre a merced de individuos de mala entraña que los sitúan en calidad de propiedad privada y que puede ser manejado o adquirido según la política del momento lo requiera. Están siempre a merced de los que imponen cargas pesadas y que no mueven un dedo para aliviar males, a no ser que puedan obtener algún beneficio por el que valga la pena el sacrificio de la ayuda.

Los pobres y los oprimidos constituyen el mundo de los pisoteados, los perseguidos, los cautivos, los desheredados: es la gente que no cuenta para nada pero que sirve muy bien a la hora de formar abrumadoras mayorías que votan, abrumadoras mayorías que son llamadas para aclamar públicamente a los dirigentes de la política nacional, abrumadoras mayorías a quién vacunar masivamente para que se vean en la foto y abrumadoras mayorías a las que se les pueden hacer transferencias de dinero porque el beneficio a corto plazo siempre será mayor que el gasto requerido para sostener la simulación de que se trabaja en favor del pueblo.

Las clases políticas mexicanas son enormemente ricas y viven rodeadas de gran lujo y esplendor, aunque proclamen que vivan en un modesto anexo de Palacio Nacional. Entre éstas y los pobres de México, existe un inmenso abismo económico imposible que pueda ser salvado por la clase social de la más ínfima posición.

Andrés Manuel y toda la corte morenista, incluidos los siervos de otros partidos, que hoy gobierna —como antes fue la priista, la panista—, no es la excepción. El que hoy es presidente proviene de una clase de dirigentes políticos que ha saltado de la holgazanería más insultante a una posición de privilegios materiales desde donde se puede ver a México desde la cumbre de la comodidad. Desde esas alturas, sus problemas más vitales no lo tocan, aunque los conozca bien y los aproveche mejor para sus fines.

Quizá lo más sorprendente de Andrés Manuel es que, a pesar de pertenecer a esa clase política de privilegios, pueda mezclarse socialmente con los más débiles y hasta se identifique con ellos. Pareciera que se hubiera hecho marginado voluntariamente, en virtud de una opción solidaria. Pareciera también que el sufrimiento de los pobres y oprimidos le cauce gran afecto por ellos a grado tal que son, en el discurso, la fuerza motora para poner en movimiento una respuesta al sufrimiento fundada en la compasión.

Sin embargo, una mirada cuidadosa sobre esta aparente opción nos revela que detrás de todo ese discurso vacuo, fluye en realidad el hecho de una inminente catástrofe cuyos signos son visibles en el cada día que vive este país.

La catástrofe está en que este Gobierno ha convertido a millones de mexicanos en profesionales de la pobreza y de la miseria. Cada cierto tiempo, por períodos más o menos regulares, todos estos millones de mexicanos —jóvenes y viejos— se forman en largas e interminables filas para recibir su pago burocrático y continuar desempeñando el cargo de pobres.

Beca, becas y más becas, constituyen el mecanismo corruptor que ha convertido a la pobreza en la más indignante y humillante de las profesiones en las que se anula contundentemente el potencial crítico y de desarrollo de los beneficiarios.

Aunque tengo un empleo estable como catedrático universitario, no poseo un automóvil, mi movilidad la realizo utilizando el trasporte colectivo, o a pie. En esa condición, siempre platico con la gente en la calle, en el mercado, en la escuela. En ese ámbito he conocido a un estudiante, a una persona mayor, a amas de casa, y su deslumbramiento ante la figura de Andrés Manuel y su apoyo irrestricto a morena fundado en la desesperanza me ha entristecido profundamente porque veo que les han quitado la posibilidad de mirar el abismo que se abre ante sus pies y al que caerán, irremediablemente, en el siguiente paso cuando tenga que comprar medicinas, padecer la carencia de médicos, ambulancias y hospitales y la beca no alcance para ello porque es sólo un espejismo de ataque a la pobreza.

San Juan del Cohetero, Coahuila, 1955. Músico, escritor, periodista, pintor, escultor, editor y laudero. Fue violinista de la Orquesta Sinfónica de Coahuila, de la Camerata de la Escuela Superior de Música y del grupo Voces y Cuerdas. Es autor de 20 libros de poesía, narrativa y ensayo. Su obra plástica y escultórica ha sido expuesta en varias ciudades del país. Es catedrático de literatura en la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades; de ciencias sociales en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas; de estética, historia y filosofía del arte en la Escuela de Artes Plásticas “Profesor Rubén Herrera” de la Universidad Autónoma de Coahuila. También es catedrático de teología en la Universidad Internacional Euroamericana, con sede en España. Es editor de las revistas literarias El gancho y Molinos de viento. Recibió en 2010 el Doctorado Honoris Causa en Educación por parte de la Honorable Academia Mundial de la Educación. Es vicepresidente de la Corresponsalía Saltillo del Seminario de Cultura Mexicana y director de Casa del Arte.

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