En su defensa de los más desprotegidos, no solo ha tenido que confrontar a grandes potentados regionales, a políticos y a grupos del crimen organizado, sino también al ala más conservadora del Vaticano
De niño, por su color de pelo, a Raúl Vera solían llamarlo el rojo. Hoy, como segundo obispo emérito de la diócesis de Saltillo y próximo a cumplir 76 años (21 de junio), aún le dicen rojo. La razón es otra. Así lo llama la prensa, los empresarios, políticos y analistas; también miembros del clero y todos quienes consideran que su prédica, «tan revolucionaria», amenaza el establishment sobre el que se apuntalan grandes intereses sociales, económicos o de poderes, incluso al interior de la propia jerarquía católica.
En un documental elaborado por la organización TRIBU2020 con el título «No hay otra manera», se hace un recuento de su trayectoria episcopal. Los entrevistados —sacerdotes, religiosas y gente cercana a las tres diócesis en las que ha trabajado— reconocen el parteaguas que representa su solidaridad con las causas de los más desprotegidos.
«No creo ser incómodo para las personas que compartan la mentalidad del papa Francisco, de quien damos gracias a Dios por ser un obispo que nace de este fermento nuevo de Iglesia que generaron los obispos latinoamericanos».
Raúl Vera López, obispo emérito de Saltillo
Tanto en la Iglesia católica como en la sociedad civil, al obispo Vera lo distingue su múltiple y diverso activismo en pro de los derechos humanos. Su voz se ha convertido en la voz de los indígenas, de los campesinos, los migrantes, mineros del carbón, trabajadoras sexuales, comunidad LGBT+, de los obreros y de familiares de personas desaparecidas o víctimas del crimen organizado.
«En todos ellos, en su dolor y sus penurias, veo a Cristo», ha dicho el prelado. Su esperanza apunta a lograr convertirlos en sujetos sociales capaces de organizarse para actuar en defensa propia y de su prójimo, todos responsables de su propia salvación. Para eso ha hecho de su mitra una plataforma de conformación de comunidades eclesiales y cívicas donde se instruye, entre otras cosas, sobre procesos organizacionales y maneras de acercarse a organizaciones mexicanos e internacionales que velan por los derechos de los pueblos.
Vocación tardía
En el video se describe que José Raúl Vera López nació el 21 de junio de 1945 en Acámbaro, Guanajuato —estado que solía ser el más católico del país, hoy solo superado por Zacatecas—. Creció con cinco hermanos (cuatro mujeres y un hombre) y sus padres José y Elvira, en una familia modesta, con vocación por el servicio y también por el conocimiento. La afición de doña Elvira por escuchar —a través de una radio de onda corta— las noticias que transmitían Radio Francia Internacional, La Voz de América y Radio Moscú, le permitía dimensionar la amplitud del mundo y entender que sus hijos debían salir de su pequeña comunidad para buscarse la vida.
A inicios de los 60, con 17 años de edad, apoyado por sus hermanas mayores, Raúl se fue a estudiar Ingeniería Química en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Al poco tiempo empieza a dividir su estancia entre la Facultad de Ingeniería, en Ciudad Universitaria, y el Centro Cultural Universitario, administrado por los dominicos. Desde ahí estrecha su cercanía con la Iglesia y abraza los principios de la Orden de los Predicadores (OP).
A diferencia de la mayoría de los obispos mexicanos que ingresaron casi niños a la Iglesia, Raúl Vera entró al seminario una vez concluida su carrera universitaria, a los 23 años; esa es una de las razones por las que, según analistas como Bernardo Barranco —teólogo que ha dado seguimiento a su historia—, sin dejar de ser eclesial e institucional, no es clerical y, como joven que no se perdía las marchas estudiantiles, en esos años vivió una doble politización: la universitaria y la católica, dualidad que le forjó una alternativa sacerdotal socialmente marcada por los acontecimientos del 68.
Es bajo la orientación de los dominicos que Raúl Vera decide estudiar Filosofía en México y Teología en la Universidad Angelicum, en Bolonia, Italia (1968-1975). Consiguió su ordenación sacerdotal ante el papa Paulo VI el 29 de junio de 1975. Al año siguiente, ya como sacerdote, funge como capellán de estudiantes de la UNAM (1976-1981 y 1985-1987) hasta el 20 de noviembre de 1987, cuando le asignan la sede mayor en la diócesis de Ciudad Altamirano, Guerrero. Su ordenación episcopal se realiza ante el papa Juan Pablo II, el 6 de enero de 1988.
El error de Prigione
Determinado a madurar un proyecto pastoral orgánico en donde se viviera el espíritu del Concilio Vaticano II —con la particular «opción por los pobres» propuesta por Juan 23—, el camino iniciado por Raúl Vera desde la diócesis de Ciudad Altamirano no ha sido fácil. No solo debió confrontar a grandes potentados regionales, a políticos y a grupos del crimen organizado, sino también al ala más conservadora del Vaticano, donde la Teología de la Liberación fue un movimiento execrado con severidad durante los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI.
En un diserto publicado en 2013, a raíz de la renuncia de Benedicto XVI al papado, el jesuita y teólogo guatemalteco Juan Hernández Pico plantea que, en sus argumentos denotativos de la Teología de la Liberación, «lo que (Benedicto) no menciona es la enorme vitalidad cristiana de las comunidades eclesiales de base, y no solo eso, sino que incluso permitió que los textos que sobre ellas votaron la mayoría de los obispos en su quinto encuentro latinoamericano en Aparecida en 2007, fueran después modificados en Roma a favor de sus posturas».
Grosso modo, esta teología —desde la perspectiva de los pueblos latinoamericanos— plantea que la Iglesia debe defender los derechos humanos y ciudadanos; apoyar a los más pobres y marginados; promover integralmente el desarrollo de la persona humana; desarrollar conciencia crítica de la sociedad; formar creyentes con conciencia cristiana sobre la política, y trabajar por las causas de la paz y la justicia.
En América, desmantelar todo lo relacionado con la Teología de la Liberación busca, entre otras cosas, acallar las críticas que las diócesis con esa línea pastoral emiten contra el clericalismo y la inmovilidad de la propia Iglesia frente a las grandes problemáticas sociales.
En la década de los 80, a ello contribuyó la notable presencia de Girolamo Prigione, por entonces delegado apostólico en la Comisión Episcopal Mexicana (CEM), el cual, en un ejercicio de geopolítica eclesial, paulatinamente tomó el control de decisiones sobre el nombramiento y traslado de obispos, para dar preferencia a aquellos en los que observaba un perfil de eclesiástico provinciano y con vocación administrativa en detrimento de una labor pastoral.
A la par de fortalecer el conservadurismo en torno a temas de familia, sexualidad y derecho a la vida, Prigione decidió cerrar los seminarios donde se instruía en teologías y filosofías no ortodoxas; removió a la mayoría de los sacerdotes y religiosos involucrados con movimientos populares, e intensificó esfuerzos por conquistar derechos y libertades de acción de la Iglesia frente al Estado laico mexicano.
En parte, esa reestructura que de manera colateral sosegaba el despertar socio-político de la grey, en 1992 le redituó a la Iglesia el restablecimiento de relaciones diplomáticas —rotas desde 1861— con el Estado mexicano, y al artífice de que eso sucediera, Girolamo Prigione, le valió el nombramiento como primer embajador —nuncio apostólico— de la Santa Sede en este país. Presentó sus credenciales directamente en Los Pinos ante el presidente Carlos Salinas de Gortari.
Sin embargo, en lo tocante a su encomienda por cortar de raíz lo relacionado con la Teología de la Liberación, Raúl Vera se alza como el doble error de Prigione. Primero, por considerarlo un eclesiástico provinciano con vocación meramente administrativa, perfil bajo el cual propuso al papa Juan Pablo II nombrarlo obispo de la diócesis de Ciudad Altamirano; segundo, por designarlo como obispo coadjutor de Samuel Ruiz en Chiapas.
Desde su llegada a Ciudad Altamirano, Vera López inició la construcción de instituciones religiosas y laicas al servicio de los menos favorecidos. El documental da cuenta de cómo fundó en esa diócesis el Centro Social Juan Navarro, para atender a los pobres.
Vera fue transferido a San Cristóbal de las Casas (a la edad de 50 años) a petición de Prigione, quien estaba a punto de remover a Samuel Ruiz, en 1993. No obstante, el levantamiento zapatista en 1994 cambió el panorama. Por ser pieza clave en la negociación entre el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y el gobierno, Manuel Camacho Solís, comisionado para la paz en Chiapas solicitó que se le dejara en la zona.
Inicialmente, la encomienda de Raúl Vera al incorporarse a San Cristóbal era neutralizar el liderazgo de don Samuel y demoler su trabajo pastoral con los indígenas. Sin embargo, se declaró conmovido por los testimonios de fe de aquellos pueblos y se sumó a ese esfuerzo como reflejo de la indignación ante la marginación y represión gubernamental que observaba, de modo que no solo avaló el trabajo de la diócesis, sino que reconoció públicamente la trayectoria pastoral de treinta años del obispo Samuel Ruiz.
Al final, la diócesis con la que Prigione nunca pudo fue la de San Cristóbal, pues, lejos de cambiar las cosas, Raúl Vera participó en el proyecto hasta convertirse en la voz más crítica y abierta del episcopado mexicano.
Tierra de por medio
El respaldo que Raúl Vera dio a Samuel Ruiz no gustó en Roma. Cuando por derecho le tocaba tomar posesión como obispo titular de San Cristóbal, en el año 2000, Juan Pablo II le puso tierra de por medio y lo mandó a Saltillo, una diócesis ubicada a mil 717 kilómetros de distancia.
En la actualidad, Vera se reconoce «incómodo para el Vaticano, pero nunca para el Papa (Francisco)». Comenta que, en Roma, aún queda una fracción de la curia con mentalidad preconciliar. «No creo ser incómodo para las personas que compartan la mentalidad del papa Francisco, de quien damos gracias a Dios por ser un obispo que nace de este fermento nuevo de Iglesia que generaron los obispos latinoamericanos», expresó (La Jornada, 31.01.21).
«La Providencia divina ha permitido que exista entre nosotros ese micrófono oportunísimo que es don Raúl, quien ha hecho posible que resuene vibrante y poderosamente el grito de la dignidad del ser humano».
Francisco Villalobos Padilla, obispo emérito de Saltillo
Si bien el paso de Raúl Vera por Chiapas fue decisivo en la estructuración de su perspectiva política y de su comprensión de un Evangelio y una Iglesia comprometidos con los pobres, la maduración de su proyecto personal creció en Saltillo.
En la capital coahuilense fundó el Centro Diocesano para los Derechos Humanos Fray Juan de Larios; colaboró en la creación de dos casas del migrante: en Ciudad Acuña, la Casa Emaús, y, en Saltillo, Belén Posada del Migrante. Es de los pocos que ha tendido puentes con la comunidad de la diversidad sexual, lo hizo desde 2002 con la fundación de la comunidad San Elredo, dedicada al acompañamiento de jóvenes homosexuales o lesbianas.
Además de su compromiso en la defensa de derechos humanos mediante las instituciones ligadas a la estructura diocesana, Raúl Vera López ha formado parte de organizaciones sociales o de iniciativas políticas que buscan el mismo fin. En julio de 2006 denunció las violaciones a mujeres por elementos del Ejército en Castaños; entre 2009 y 2010 formó parte de la Campaña Nacional e Internacional Libertad y Justicia para Atenco. Es miembro del Comité Internacional para el Consejo de Paz y presidente del Centro Nacional de Ayuda a las Misiones Indígenas (Cenami), una importante estructura religiosa que ha acompañado a movimientos indígenas y populares de distintas partes del país. Desde su paso por San Cristóbal es presidente del Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas, el Frayba, una de las organizaciones no gubernamentales más influyentes del país.
Además, Vera López es miembro de tres tribunales civiles: el Tribunal Internacional de Conciencia de los Pueblos en Movimiento, el Tribunal Internacional de Libertad Sindical y el Tribunal Permanente de los Pueblos. Ahora su compromiso político más abierto es la promoción de la llamada Constituyente Ciudadana, que presentó en diciembre de 2014 en Saltillo. Ha recibido al menos trece destacados reconocimientos por su trabajo a favor de los derechos humanos, entre ellos, el premio Rafto 2010 y su candidatura al Premio Nobel de la Paz en 2012.
Aunque hay quien puede verlo como un paria dentro de la jerarquía eclesial, su trabajo ha sido hilo conductor de los más importantes acontecimientos de México y América Latina. De Tlatelolco a la Teología de la liberación, del levantamiento zapatista a las luchas homosexuales y la violencia del narcotráfico o la defensa de los migrantes.
Se le considera el último soldado de lo que él denomina Teología Latinoamericana, adoptada de un movimiento de religiosos valientes, de los que quedan pocos con vida, que llegaron a la Iglesia cuando las misas eran en latín y de espalda a los fieles. «Me formé en un ambiente donde se estipula que la Iglesia no está por encima ni es el centro del mundo. Los dominicos me enseñaron la Biblia y los pobres a leerla», dice (Magis, 455).
Frente a tantas batallas, tiene el consuelo de que, desde su llegada al Vaticano en 2013, el papa Francisco acompaña su gestión con guiños restauradores a la Teología de la Liberación. No obstante, en lo local, su última batalla es lograr que su sucesor, Hilario González García, no revierta los avances conseguidos por sus organizaciones de Derechos Humanos.
México vive una guerra y la Iglesia mexicana la ha ignorado, pero no Raúl Vera López. A diferencia de la mayoría de sus colegas, a quienes el papa Francisco regañó en su visita a México, en febrero de 2016, por sus «acuerdos en lo oscurito» con el poder y por dejarse seducir por «los nuevos faraones», Vera es un religioso comprometido con los tiempos que le ha tocado vivir.
A modo de reflexión, tras presenciar el documental, el también obispo emérito de Saltillo, Francisco Villalobos Padilla, manifestó: «¿Cuánto vale encontrar un instrumento tan valioso como es un micrófono, para comunicarnos?… Por eso pienso que, en medio de todo esto que hemos experimentado esta noche, debemos agradecer a la Providencia divina el hecho de que exista entre nosotros ese micrófono oportunísimo que es don Raúl, quien ha hecho posible que resuene vibrante y poderosamente el grito de la dignidad del ser humano». E4
(Una reseña del documental No hay otra manera, escrita por Carlos Recio, puede leerse en esta misma edición en la página 22)