«Dice mamá que algunas historias no deben ser contadas». Así inicia Las lluvias de Estocolmo, de Edgar London, obra ganadora del Premio Latinoamericano de Primera Novela 2022 que organiza la Editorial de la Universidad Veracruzana y que se entrega en el marco de la Feria Internacional del Libro Universitario.
El tema de la violencia, por lo general, lo ubicamos en el exterior, es decir, en las calles, en los barrios, en las comunidades, en las ciudades, en los hechos que son notoriamente públicos, sin embargo, dentro de las casas, en las familias, se engendra el huevo de la serpiente que se forma en las relaciones viciadas que se generan en intramuros, en el machismo recalcitrante e impune que como modelo intocable permiten las instituciones religiosas y civiles solapadoras que prefieren ser omisas y guardar silencio.
El candil de la calle que da luces con un negocio de flores es un contraste con la obscuridad de la casa donde las vejaciones y abusos son parte de la cotidianidad. En la fachada de la casa puede haber adornos luminosos que dan notoriedad, se pueden crear paraísos engañosos, pero tras la puerta, al interior, en las recámaras, suceden atrocidades que por sabidas se callan.
Edgar London (La Habana, Cuba, 1975) escribe con pericia un relato largo y sinuoso que parte del núcleo familiar. Su escritura lo ha llevado a publicar cuatro libros de cuentos (además de la presente novela) y obtener el Premio Internacional de Ensayo Agustín de Espinoza, México, 2008; el Premio Nacional de Cuento Criaturas de la noche, 2007, México y el Premio Nacional Eliseo Diego en Narrativa, Cuba, 1998.
Es docente y periodista, de esta última labor ha recopilado historias que le dieron pauta para escribir Las lluvias de Estocolmo. Su novela, que puede ocurrir en cualquier pueblo o colonia de alguna ciudad, está llena de simbolismos y metáforas que enriquecen el hilo narrativo.
La historia se centra en una familia donde sus integrantes no tienen nombre y apellido, pues estos personajes pueden existir donde sea. Su negocio es una florería que se llama «Violeta» donde, curiosamente, es lo que menos venden. Mamá es ama de casa, abnegada hasta las últimas consecuencias, religiosa e incapaz de romper el silencio para denunciar las crueldades que pasan al interior de su casa.
Hermana mayor, también con orientación religiosa y en el papel de víctima perfecta, sacrificada ante la saciedad sin escrúpulos de su padre. Hermano menor, hábil para crear metáforas y para apoyar a su padre en la florería. Padre, dueño de la florería y el motor generador de los abusos a su familia, hombre que no tiene límite para la depravación y que reacciona con violencia ante cualquier mínimo cuestionamiento o rechazo. Hermana adolescente, quien es la narradora de la historia, tiene un novio, Pedro, y mantiene una relación íntima afectiva con su vecina, Lorenza.
Las flores en su esplendor son bellas, de aromas agradables y de colores vistosos rosas, rojos, blancos o violetas. «Violeta» es el nombre de la florería y una sola letra puede cambiar el significado de todo. Pongamos por ejemplo la «n» en violeta y es violenta. Violeta es un color de hermosura y lo es también el color de los golpes, de las huellas en la piel, de la marca de la violencia.
Las flores, al morir, despiden olores fétidos, sobre todo si están en agua almacenada, como el aliento del abusador que se lanza sobre su víctima y sacia sus instintos sin importar la filiación familiar. Como el cerdo que se come las flores y no las deja crecer.
Enamorarse del victimario es conocido como el Síndrome de Estocolmo, en relación con los asaltantes a un banco en la ciudad sueca que, para protegerse, tomaron de rehenes a los trabajadores y cuentahabientes que había en ese momento, una de las secuestradas se enamora de uno de los ladrones e incluso acaba apoyando el robo.
Las lluvias cuando caen en torrenciales sobre un pueblo, comunidad o calle, arrastran en su cauce toda la basura acumulada y cuando terminan de descargar todas sus aguas, los espacios quedan limpios, lavados, frescos. Con esos elementos juega Edgar London y se pone en los zapatos de la narradora para crear la narrativa de la historia de una familia en la que existe un personaje que debería ser protector y acaba siendo violentador de las menores de edad y de la mamá.
La muerte puede ser una solución, al moribundo se le puede aplicar con saña todo el rencor acumulado en un acto de justicia que nadie más hará y hacerlo sufrir en su agonía, pero ¿tiene sentido? E4