Pensando como teatrista, ¿hasta qué punto la imaginación sería posible sin contar con la realidad? La imaginación necesita conocimiento, datos, tiene que apoyarse en hechos que están aquí o que ocurrieron alguna vez y se archivan en la memoria.
Para imaginar tengo que contar con el pasado y ponerlo en relación con el presente. Lógicamente pienso mejor a medida que conozco la realidad que me rodea en toda su complejidad. Pero esta forma de conocimiento pasado-presente, imprescindible, no se acerca todavía al paso creador, investigador, descubridor. Eso sucede cuando con todos los datos, imagino lo nuevo posible. Imaginar una ficción es una manera de abrirse camino en la realidad, de intervenir en ella y modificarla, pero para ello, lo más importante es el conocimiento. Si los datos pasados y presentes son irrefutables, serios, entonces la imaginación creará sobre bases sólidas para intervenir la realidad y modificarla. Eso sucede con Cervantes, Shakespeare, Moliére, Valle Inclán, Elena Garro….
Entonces habría que intervenir en la realidad de manera concreta, hacer emerger conciencias y transformar a simples consumidores de cultura en ciudadanos capaces de producir cultura, arte democrático, político y social. Como consecuencia de esta propuesta de arte comunitario, se tendrían que buscar los medios para auxiliar a grupos de marginales para liberarse de las ataduras estéticas a las que están sometidos y crear su propia estética —no hablo del salón de belleza, queridas «Damas de la cultura»—, en donde los artistas se reconozcan y consigan expresarse.
Se trata de que las personas potencialmente creativas no queden reducidas, a la condición de espectadores. Que entiendan de una vez los políticos y funcionarios culturales, que el Arte, no es un adorno y que un funcionario de cultura no debe ser por cuota de género, ni de partido. Cuando tengamos funcionarios en cultura sensibles, con conciencia de la realidad en la que viven y de las maneras posibles de transformarla, surgirá una mejor sociedad indudablemente.