López Obrador el reformador

El presidente López Obrador tiene mucho sentido de las elecciones, no del gobierno, mucho menos de las responsabilidades de Estado. Transformar al país no es un tema de grilla electoral, que para eso es bueno, sino de formación política para entender y comprender en su complejidad el ejercicio del poder político a través de las instituciones. Un político que dice que es muy fácil gobernar ya va dando idea de sus limitaciones. Su desprecio por la ley y las instituciones es ostensible, así difícilmente puede entender al Estado moderno.

Precisamente por eso, al presidente se le fue el tiempo. Tuvo todas las condiciones y circunstancias en los primeros tres años de gobierno, las dejó pasar por una razón, para él negociar, aunque sea en condiciones de ventaja es peor que ceder, tranzar. López Obrador despreció su sólida mayoría legislativa y cuando la perdió se cobijó en la inconstitucionalidad del desempeño de sus diputados y senadores. Su enojo con el Poder Judicial y la Corte es precisamente porque le hicieron entender el tiempo perdido.

A estas alturas debiera tener una mejor idea de la política y la necesidad de vencer convenciendo y no imponiendo. Lo logró con el apoyo del PRI para modificar el transitorio que permitía a las fuerzas armadas regulares desempeñarse en acciones de seguridad pública. Su mayoría parlamentaria, el entreguismo interesado de la oligarquía y la connivencia de parte de los medios de comunicación concesionados le ha hecho sentir que un buen presidente es el que se impone arbitraria y caprichosamente.

El presidente ha anunciado que habrá de presentar entre diez y veinte reformas constitucionales este 5 de febrero a pesar de que es imposible que transiten en el entorno de la lección con la composición de la actual legislatura. No es el ejercicio de un reformador, sino de un estratega electoral que pretende hacer campaña por un modelo de país disfuncional al arreglo democrático. Su apuesta es que los votantes le seguirán para hacer realidad el reino prometido. La clave de las reformas está en la ficción del retiro con el mismo ingreso formal. No importa que poco más de la mitad de la fuerza laboral esté en la informalidad, tampoco que no haya recursos para fondear la promesa. Se trata de engañar, de seducir.

El reformador falaz ignora la realidad que sí perciben y padecen la mayoría de los mexicanos. Abonarse en la promesa o en las buenas intenciones es el camino al infierno. Los abrazos sin balazos han significado que el crimen se apodere de territorios, empresas, gobiernos e instituciones. Ya es hora de que las promesas fáciles y soluciones falsas a problemas complejos provoquen un poco de reserva.

El presidente dice que la democracia acabará con la corrupción en el poder judicial para que sean los votos los que definan quienes deban ser jueces, magistrados o ministros. Los legisladores son un modelo para definir la eficacia del voto para designar buenos y probos funcionarios. Además, dice el presidente que no cualquiera puede ser candidato a juez, tiene que ser abogado y cumplir con ciertas normas ¿cuáles? Las mismas que él consideró aplicables a Lenia Batres: cero capacidades, cien por ciento lealtad y sometimiento al proyecto político del por ahora presidente.

El reformador requiere visión de largo alcance, pero no la de la grilla que es la pretensión de que el proyecto personal se vuelva de todos y perdure indefinidamente en el tiempo. Esa es la fantasía propia del dictador. El reformador ve por los demás y entiende que lo que importa es el país, no el grupo, el partido o la facción.

Difícilmente habrá de prosperar la pretensión legislativa del presidente López Obrador. La mayoría calificada está lejos de lo posible. Lo que sí es realidad es que su dictado se ha impuesto a quienes ahora bajo Morena disputan el voto, empezando por Claudia Sheinbaum y quienes integrarían las cámaras federales y los Congresos locales. López Obrador ha despojado a los suyos de la posibilidad de renovación. La continuidad con cambio se limita a los nuevos nombres en la nómina, no al proyecto político. Más aún, lo que no hizo él en su tiempo, ahora es el mandato con el que habrán de actuar quienes lleguen a la responsabilidad en condiciones totalmente distintas, entre otras, la necesidad de negociar y acordar con la pluralidad, justo lo que la polarización ha negado.

El relanzamiento de Xóchitl

No deja de ser una ironía que sea un evento de cierre en el que relance su campaña la candidata opositora Xóchitl Gálvez. Dejó pasar mucho tiempo para recuperar el ánimo opositor, seguramente por una estrategia errónea. Ahora sí se le vio con el talante, valor y coraje para representar a la mayoría de los votantes, unos –no pocos–, en el descontento y otros más en el deseo de una auténtica esperanza que la continuidad les niega.

Los días previos Morena, el presidente y su candidata se emplearon en capitalizar el error más grave y serio del Frente, cuando Marko Cortés, dirigente nacional del principal partido de la oposición, de manera inexplicable y contraproducente para su propia causa y la de Xóchitl Gálvez difunde un acuerdo cuyo contenido fue utilizado para argumentar la venalidad del PRI y PAN.

El acuerdo no muestra nada que Morena y sus aliados no practiquen cotidianamente, como revelan sus arreglos con priístas y panistas que han renunciado a sus partidos, o el sacrificio de Omar García Harfuch o el negociado silencio de Marcelo Ebrard y no se diga el manejo de las investigaciones de la línea 12 del Metro o los entendimientos con el crimen organizado. Impunidad a cambio de lealtad.

El acuerdo muestra la profunda desconfianza que media entre PRI y PAN. El pacto en lo oscuro explica la prisa de Alejandro Moreno para que Beatriz Paredes se retirara de la contienda para dejar en las dirigencias de los partidos la suerte de la candidatura presidencial. El gobernador de Coahuila, Manolo Jiménez, desató la furia de Marko Cortés quien pretendía hacerse de la candidatura de Torreón sin mérito alguno. Hasta los panistas de Coahuila repudiaron a su dirigente nacional y respaldaron la postura del gobernador. Mientras, Cortés sirve al adversario cuando éste vive un difícil momento por los escándalos de corrupción en el círculo familiar del presidente y financiamiento ilegal de campaña.

Xóchitl con Creel retoma el control de su campaña y la redirecciona para recuperar su sentido original: enfrentar con determinación a Andrés Manuel López Obrador. Desde ahora no será fácil y se espera una cobertura noticiosa próxima al cerco mediático que denunciaba López Obrador en sus tiempos de opositor. Xóchitl ya ha pulsado el temor de los medios, intelectuales y empresarios; sus palabras son certeras: «no ayuden a afilar la guillotina que después será usada en su contra. Despierten y apoyen a un liderazgo que sí respeta y respetará la constitución y la ley», sentenció.

La fuerza de un candidato descansa en su credibilidad como tal y la posibilidad de triunfo. El temor o la vacilación es el peor recurso para enfrentar a un adversario de la agresividad, sevicia e intransigencia de López Obrador. No importa que los empresarios –destacadamente sus representantes y los de medios de comunicación–, por miedo, interés o ingenuidad mantengan una postura afín al régimen y a su proyecto electoral. Se puede ganar si hay convicción de que la causa propia es de todos con el objetivo de resistir y vencer en las urnas al proyecto de involución democrática. Para el caso concreto entender que la movilización ciudadana hace posible el regreso de la pluralidad al Congreso, condición fundamental para contener al proyecto autoritario y recrear la alternancia en la presidencia de la República.

El país necesita una oposición eficaz que no deje en orfandad a los millones de mexicanos castigados por el mal gobierno o a aquellos ayunos de esperanza por la inseguridad, pobreza y corrupción. Ya se ha dicho, en las encuestas convencionales casi la mitad de los mexicanos reprueba al presidente López Obrador y la mayoría rechaza al gobierno en seguridad, salud, educación y combate a la corrupción. Estas cifras son relevantes ante el desproporcionado e ilegal despliegue propagandístico del régimen, de la complacencia de los órganos electorales ante la elección de Estado y ante la connivencia con el régimen de los factores de influencia y poder.

La mejor lección de que la alternancia es posible, aún en condiciones adversas e inciertas es el periplo de López Obrador de Macuspana a Palacio Nacional. Lo que ha hecho ya en el poder es la mejor razón y argumento a tal fin. De eso se trata el relanzamiento de la candidata opositora Xóchitl Gálvez, movilizar a los ciudadanos en la protección de lo que es propio: democracia y libertades.

Autor invitado.

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