Michel Onfray escribió una Contrahistoria de la filosofía donde combate la filosofía oficial, que se ha convertido, según él, en un remedo de Platón. Su proyecto es hedonista, utilitarista y ateo. Aunque a nivel social se presenta como un inconforme, revolucionario o bien reformista radical.
Hace años empecé a leer la Contrahistoria de marras. Recuerdo que, en el primer tomo, el referido a las sabidurías antiguas, se reivindica a Demócrito, a Aristipo, a Diógenes y a Epicuro, entre otros. El segundo versa sobre el «cristianismo hedonista». Destacan en este las figuras de Erasmo y de Montaigne. El tercero se titula Los libertinos barrocos. En este Onfray expone la filosofía marginal y hedonista del siglo XVII: Gassendi, Bergerac y Spinoza, además de otros personajes. El cuarto tomo presenta a algunos de los filósofos «voluptuosos» del Siglo de las Luces. Desfilan La Mettrie, Helvecio, D’Holbach y Sade.
Ahora Onfray ha publicado un libro titulado El cocodrilo de Aristóteles. Una historia de la filosofía a través de la pintura. La revista Proceso presenta una reseña del mismo. El balance no es favorable para Onfray: «El cocodrilo de Aristóteles es un texto desigual que no está a la altura de los anteriores trabajos de Onfray» (Proceso, No. 2382, 26 de junio de 2022, p. 69).
Los autores superficiales pretenden vincular inteligencia y sensibilidad, refugiándose cómodamente en uno de los dos polos. Un idealista dirá que la razón lo es todo, un empirista que los sentidos, etcétera. No estoy criticando a los idealistas de empuje como Kant ni a los empiristas de cuño como Locke. Solo advierto que seguir la consigna de Horacio, Gassendi y Kant —sapere aude— implica enfrentar las aporías filosóficas. Xavier Zubiri ha intentado articular inteligencia y sensibilidad desde su rico concepto «inteligencia sentiente». Quizá a más de alguno no lo convenza el contenido de dicho concepto: la aprehensión primordial de «realidad». «Realidad» entrecomillada porque alude al «de suyo» de la cosa. Y este «de suyo» es el que se suele recusar cuando se piensa que Zubiri no logró la articulación plausible. En fin, al menos lo intentó. No fue superficial.
Los autores superficiales se refugian en el utilitarismo como solución a todos los problemas económicos. El principio capital utilitarista —«la máxima felicidad para el mayor número»— guía sus pasos. No se preocupan por medidas más complejas que atiendan a las minorías y que precisen qué se entiende por felicidad. Y no me refiero a los grandes: Stuart Mill, Bentham y Sidgwick… El utilitarismo es una gran doctrina, siempre y cuando no se vuelva receta. Por eso, filósofos liberales e igualitaristas como Rawls, Dworkin, etc., han intentado superar la solución utilitarista buscando que el liberalismo dé de sí con el ingrediente igualitarista salvando la base contractual con una «posición original» o con una «subasta».
Los autores superficiales adoptan la llamada «fe del carbonero», se vuelven creyentes «a pie juntillas» olvidándose de San Pedro y su llamado a «dar razón» de nuestra esperanza. Se tornan fideístas. O bien se refugian en un ateísmo barato que no da cuenta de los argumentos, que son los que suelen enviar al agnosticismo a las personas inteligentes. Definitivamente, después de haber leído tanto el Tratado sobre ateología de Onfray como El alma del ateísmo de Comte-Sponville, me quedó con este último por postular un «ateísmo tranquilo» argumentado y en consonancia con los mejores valores de Occidente. Y no quiere decir que me convenza su argumentación, sólo que, a diferencia de Onfray, Comte-Sponville se suma a la convergencia al lado de otros pensadores, creyentes e increyentes, en pro de un mundo mejor.
Pensar significa «traspasar» (Ernst Bloch), pasar de lo superficial a lo profundo o del fenómeno al noúmeno. De todas las novelas del desaparecido escritor de novelas policiacas, creador del personaje Kurt Wallander, Henning Mankell, me quedo con Profundidades. En ella, con ayuda de la metáfora del mar, el autor nos invita a sumergirnos en lo hondo de las aguas y de nosotros mismos, para así experimentar la verdad.