Los fantasmas muertos

Asomando la cabeza en el pasado, Diego se mostró más inconforme que nunca. No soporta su vida real, ni todos los monstruos que la habitan. Su mundo está dividido entre indignos e indignados. donde su actualidad es de una realidad frustrante. Quiere irse, escapar, huir, seguro de que no toda distancia es ausencia, ni todo silencio es olvido, pero necesita una noción por dónde empezar y hasta pensar, ¿por quién y para quién vivir?

¿Por qué ha ido permitiendo de a poco que la vida se haga monótona? Con todas las preguntas encima lo que descubre de primera mano es la invasión completa que le ha dado la depresión, ese mal mundial que nos confunde a todos pero inicialmente debe apresurarse a conocer las razones, y la primera es que nunca se ha liberado de la opinión de los demás, por lo tanto, Diego debe aceptar que nunca ha conocido la auténtica libertad.

Piensa. Se pregunta con insistencia. ¿Dónde habrá quedado mi talento? Respuesta inmediata es que las empresas donde ha laborado y los proyectos que ha emprendido lo han hecho cada vez menos valioso, porque todo se pone al servicio de lo común y rutinario, de lo metódico y previsible y nos pasa a todos los seres vulnerables, del mismo planeta, los que hemos perdido la esperanza.

A menudo hace viajes al pasado, en la búsqueda de motivos para vivir y ahora ya no los encuentra, porque ese país extraño que es el ayer, es solo humo, un atormentado coleccionista de pérdidas en amores y cosas, como un fantasma viviente, como el vampiro que está buscando permiso para entrar a la casa de la bella, como un mendigo de todo, como artista desempleado.

Se convence que es de los que realizan trabajos esenciales, sometidos a explotación y a la precariedad sin esperanza, a la indiferencia, a la invisibilidad. Todo lo hace sentir frío, ¿será porque los fantasmas regresan en invierno? Nada, hay que desactivar los temores y salir para tomar el aire que viene del mar, pero con cuidado absoluto porque está claro que todas las calles atesoran grandes secretos y no se puede ir indagando a todos, tocando y mirando, puerta por puerta.

Cuando era niño solía subir a un poste de tubo metálico y ese roce entre los genitales le producía una extraña pero hermosa sensación que le deleitaba, que no comprendía la razón y desconocía el fenómeno físico-sexual, pero que producía una forma de gozar a corta edad y se fue aficionando a ella, era una sensación ardiente y juguetona que terminaba bailándole los ojos. Ahí supo que las emociones son reacciones complejas en el cuerpo ante determinados estímulos.

Cuando camina por las calles, hace lo que todo muchacho —fingir e imaginarse que tira penales—, pero aunque tarde ha ido admitiendo que su vida de a poco se fue llenando de intrusos, de pensamientos que se reducen porque está claro que no todo es competencia libre en la vida, sino que hay hombres de inteligencia superior que aprovechan la confusión de los inadaptados.

Y lo peor es que vive sin tomar decisiones, cuando el tiempo está pasando, implacable, por lo tanto debe abordar los temas que tenga encima y lanzarse a una vida de libertad para escoger pero también encontrar la determinación que ve en otros y que en él parece sin haber llegado nunca. Debe encontrar la manera de ser una persona diferencial que defina su futuro. E4

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