Los siglos áureos

El otro día, y siempre que decimos «el otro día» pensamos en el pasado. Por ejemplo nunca decimos el otro día iré a Saltillo.

Y ya sé: la culpa la tiene el artículo. ¿Por qué? Porque yo puedo decir «otro día iré a Monterrey». Y no hay tos. Entraña también futuro.

Vaga reflexión, pero el otro día mi hermano mayor, Miguel Prado Galán, me dijo que cuál era la razón por la que yo ya no escribía sobre los autores de los siglos de oro de la literatura española. Yo confieso que enmudecí.

Hace 30 años que publiqué El Oro Amotinado (UNAM, nuestros clásicos). Siempre suelo decir a celebrar el oro de la vida, gracias a los buenos oficios del doctor Vicente Quirarte. Y me retiene siempre Gracián, siglo de oro tardío.

Góngora y su influencia en Sor Juana (Primero Sueño), el divino Herrera y, sobre todo o, mejor, sobre todos y su «Amor constante más allá de la muerte», un soneto insuperable. 

Yo sé que en esta vida el tiempo es nuestro principal enemigo. 

Me gustaba leer el compendio literario de Carlos González Peña, olvidado entre nosotros, el madrigal de Gutierre de Cetina, las rimas de Bécquer y los poemas de Garcilaso de la Vega (primera égloga) y de Francisco de Aldana.

No se puede todo en la vida. De los Siglos de oro me teletransporto a Juana Borrero. Estoy llorando. La vida es única y luminosa. Que Dios nos cuide siempre. E4

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