Los hombres del gobernador Riquelme

Estamos en el inicio de los estertores de la administración pública de Miguel Riquelme, y los guiños de algunos de los escogidos que conforman su gabinete son dirigidos a la cueva del presunto candidato a sentarse en la silla priista enclavada en Palacio de Gobierno que con fortaleza el gobernador la ha sabido proteger.

En su inicio, la gestión Riquelmista atrajo funcionarios que ocupaban un puesto en el Gobierno que terminaba y que, por recomendación, no se puede pensar de otra forma, permanecieron en el mismo lugar ocupando carteras de mayor importancia en la estructura oficial, y dejando para otros puestos a algunos que provenían de la región del nuevo gobernador.

El tiempo de las deslealtades empieza a entrar en escena y los desapegos que por conveniencia se vislumbran, constituyen antivalores que eliminan el compromiso que se estableció cuando fueron llamados a formar parte del primer círculo gubernamental, y que ahora, a escasos meses de su conclusión, se encierran en una isla que los hace encaminarse desprendiéndose de quien los favoreció y que ahora quieren acariciar la nueva ruta que piensan que tienen derecho a recorrer.

En política algunos puestos se dan por amistad y no por capacidad, y con ese proceder la persona se esfuerza por establecer en su horizonte algo mejor y saltando barreras quiere sobrepasar a los que van adelante en el camino que representan mayor ventaja.

Señor Riquelme, suponiendo sin conceder que cuando usted designó o aceptó el gabinete con quién empezó a trabajar, lo hizo observando un equilibrio de fuerzas, de capacidades, pero sobre todo de lealtades basadas en una amistad verdadera sin mancha de manera que dignificara la política, nada más que ahora los débiles, los doble caras y convenencieros, hacen a un lado el valor de la lealtad y miran para otro lado olvidando al que los cobijó.

¿Quiénes son los hombres del gobernador hoy en día, los que siguen laborando con asiduidad bajo su dirección, los que realizan sus actividades públicas con ahínco sin lucrar con los servicios que prestan a la ciudadanía, o los que se sirven «recaudando» fondos para su economía personal, lavando ese dinero que les permite llevar una vida placentera y los haga vivir sin angustias?

¿Dónde coloca a cada uno de sus miembros del primer círculo, los tiene realmente medidos de manera que su intuición política los ubique en el nivel de su confianza?

Los actuales tiempos exigen gobernantes que promuevan una dinámica que vaya empatada con la actualidad, gobiernos que sean evolutivos que no caigan en una involución que nos conduzca al atraso, por lo que las jerarquías políticas actuales deben saber escoger a los candidatos, en este caso, la gubernatura, a políticos probados que posean la solidez para conducir un gobierno de avanzada, y no a quienes quieran llegar hasta ese nivel aduciendo que ellos también tienen derecho.

Comento lo anterior tomando en cuenta que el actual alcalde de Torreón ha expresado que él también tiene el derecho de jugar en la contienda, lo cual le asiste la razón, pero en este caso no solo se necesita el deseo, sino el cumplimiento de una serie de factores que se debe observar nada más que su narcisismo lo ha llevado hasta ese punto haciendo a un lado esas reglas, pues sus años de trabajo no solo deben estar calificados en forma cuantitativa sino también cualitativa, ya que su labor más que operativa e interactiva con la ciudadanía coahuilense ha sido de un político cuyo desempeño ha estado más apegado a los escritorios, lo que le resta experiencia y empatía como el manejo con grandes grupos, identificación con los empresarios, con los grupos de poder, con la iglesia, con los señores del dinero, en fin, eso no se da de la noche a la mañana.

Las declaraciones del alcalde torreonense en relación a su derecho a competir, aunque su trayectoria no lo avale, lo aleja de esa meta o a menos que sean valores entendidos entre él y el gobernador para dar la apariencia de que el juego es democrático.

Se lo digo en serio.

Autor invitado.

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