Los políticos y el Gobierno

Los políticos se preparan, se esfuerzan, se adaptan. Son profesionales entrenados y dedicados a conseguir el poder para ejercerlo al gobernar o para influir en aquellos que les derrotaron en las elecciones.

Siempre intentan avanzar una ideología o una causa. Hacen alianzas, se adscriben a un grupo y hacen lo que tengan que hacer sin considerar sus escrúpulos, los tengan o no, para sobrevivir en la jungla de la lucha por tener la oportunidad de decidir los destinos de su comunidad. Prestos a cambiar sus valores, sus objetivos, si la circunstancia los obliga, dejan atrás viejas promesas, cambian de rumbo, se transforman, siempre y cuando la mudanza sea de provecho para su trayectoria.

Hacer política es realizar lo imposible, conseguir lo inaudito, revivir lo perdido. Obtener la gloria siempre para beneficio personal. Engañar al electorado, adaptarse al entorno, dividir y confrontar para presentarse como el que sabe solucionar las diferencias, esa es la marca de casa.

Gobernar es administrar aplicando los mismos criterios que les motiva a luchar por el poder, pero de manera concreta, sintetizado en planes, presupuestos y comisiones, en grupos de trabajo y en instituciones.

Administrar es cumplir con objetivos, es sacarles el mayor provecho a los recursos existentes de manera sustentable cumpliendo con los límites que le impone la esencia, la naturaleza, del cuerpo a administrar. Es unir a todos bajo un objetivo, eliminar diferencias, limar asperezas, elegir a los mejores colaboradores y delinear las estrategias requeridas y proseguir el avance logrado haciendo los ajustes necesarios evitando desperdicio o desviaciones. Esto es válido tanto para un municipio como para la misma república.

Administrar es lograr más con lo menos en el menor tiempo, con la mayor eficiencia y de manera sustentable.

Gobiernan a base de consensuar con amplios sectores las decisiones que lograrán aumentar el patrimonio y el bienestar de su comunidad asegurando un avance sustancial en el perfeccionamiento del tejido social. Enfocados en estos menesteres tan apreciados por el ciudadano común, descuidan flancos por donde son atacados por otros políticos menos eficientes en el arte de favorecer a la población, pero con mayores habilidades para quedarse con los puestos así sea en detrimento del bienestar de la población. Sufren el embate de los medios hostiles que se burlan de su ingenuidad y de su falta de maldad. Mientras que los políticos jamás conceden que gobiernan para todos pues así pueden calificar de ataques enemigos a cualquier crítica a su deficiente administración, los gobernantes administradores renuncian a su partido y prometen trabajar para todos. De inmediato reciben ataques del total del espectro político.

Algunos políticos son estadistas. Pocos, lamentablemente muy pocos. Su vista está clavada muy al fondo del horizonte, orientan sus acciones pensando en el mediano y largo plazo. Prevén el futuro e intentan preparar a su comunidad a posicionarse de la mejor manera beneficiando a las próximas generaciones. Sujetan su Gobierno, orientan su política hacia el rumbo que, con base en sus cálculos, representa la mejor opción. Les llamamos estadistas porque trabajan en otro nivel y son muy benéficos para la humanidad.

«El estadista no piensa en la próxima elección sino en la próxima generación», Winston Churchill.

Para un político puro que por sus venas no corre una gota de sangre de gobernante, de administrador, de estadista, administrar es secundario, irrelevante. Para lograr sus objetivos, no dudan en destruir lo que sea preciso destruir, sabotear lo que pueda estorbar, traicionar lo que sea menester.

Utilizan los recursos públicos para sustentar sus alianzas, para fraguar sus grupos, para asegurar la permanencia de sus decisiones. No les interesa el buen funcionamiento de la comunidad ni les importa la destrucción del patrimonio colectivo siempre y cuando aumente el nivel de control que han logrado sobre el destino de su comunidad. Incendian los almacenes que resguardan el patrimonio si consideran que necesitan iluminación salvaje o calor agobiante, les fascina la épica con música estridente. Son personas con mente reducida, pero efectiva, que solo entiende lo que facilita sus ambiciones más inmediatas que según ellos les abrirá las puertas de la historia. Hábiles en el arte de tejer alianzas, toman el poder y desmantelan las instituciones que acotaban sus ambiciones. Ejercen una férrea tiranía que termina por encarcelar las voluntades de los inquietos y disgustados electores que por su ingenuidad pasan a ser súbditos de una causa no muy conveniente para sus vidas.

Cuando los gobernantes administradores fallan en su trabajo ya sea por ineptitud o por corrupción, los votantes se ven tentados a sucumbir ante las sencillas, contundentes, maravillosas promesas de ciertos políticos que concentran todo su talento y capacidad en la política y desdeñan por completo la administración y la gobernanza.

Un día, siempre llega ese día, los electores despiertan de su pesadilla y encuentran que su comunidad se ha convertido en un páramo destruido. Votan por un estadista para que les oriente, les guíe en la resurrección, tiempo después eligen a gobernantes que administren bien para al final, le llamamos decadencia, elegir al nuevo político que vuelva a destruirlo todo al orquestar un hermoso incendio que enmarque su apogeo como líder indiscutible de nuestros destinos.

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