Medallas que se pagan con despensas

Vergüenza. No existe otra palabra que describa mejor el sentimiento que me nace al atestiguar la foto donde el joven boxeador cubano, Ronny Álvarez, posa con su medalla de oro —obtenida, literalmente, a golpe de puños— junto a una mesa medianamente surtida de viandas y artículos de aseo. Ese fue el premio que le dieron por escalar al peldaño más alto en el evento clasificatorio panamericano juvenil.

Realmente me cuesta definir qué es más ridículo. Si el regalo, tal cual, o su publicación en redes sociales como si se tratara del más sublime de los obsequios. No en vano el gimnasta cubano Manrique Larduet cuestionó el reconocimiento y advierte que los deportistas cubanos no pueden seguir siendo el hazmerreír del mundo.

Le creo completamente cuando asegura que la mayoría de los comentarios que acompañan a la publicación son hirientes y muchos están redactados con evidente mala leche. Ya sabemos que las redes sociales son un hervidero de críticas, insultos y disconformidades, pero en esta ocasión la imagen parece clamar a gritos que la fulminen.

Y advierto, no culpo al joven Álvarez. Al contrario, lo felicito por su logro pugilístico. Pero quizás su mocedad le pasó factura y seguramente aprendió, por las malas, que los peores uppetcuts le llegarán desde afuera de las cuerdas del ring.

Viandas, aceite, detergente, salchichas… ¿Realmente ese es su premio por largas jornadas de entrenamiento? ¿Por sacrificar su juventud en aras de convertirse en un gran deportista?

Recientemente, desde este lado del mundo (México) un periodista despotricaba en contra de la Comisión de Cultura Física y Deporte —cuya directora es la exatleta y campeona mundial en atletismo, Ana Gabriela Guevara— así como en contra del Gobierno de Andrés Manuel López Obrador por su apatía cuando se trata de apoyar al deporte azteca porque los premios en metálico que se les brinda a los medallistas de los recién concluidos Juegos Olímpicos 2020 no se comparaban con los cientos de miles de dólares que otras naciones, no siempre del primer mundo, advierto, le ofrecieron a sus respectivos campeones.

Su ira contrastaba con mi hilaridad. Porque mientras más ejemplos ponía el buen periodista sobre el maltrato del que son víctimas los deportistas en este país yo pensaba en los cubanos y en cómo cualquiera de ellos soñaría apenas con tener las «limosnas» que le son otorgadas, en becas, cheques o efímeros depósitos a sus homólogos mexicanos.

Y muy bien… acepto que las comparaciones no son de buen gusto, y que México posee condiciones económicas mucho más ventajosas que Cuba, por lo cual no es justo comparar lo de acá con lo de allá y viceversa. Pero entonces pongamos la mesa pareja, porque bien que se jacta el Gobierno de Miguel Díaz-Canel de los logros de los deportistas cubanos y el número de preseas coleccionadas en esta o aquella justa, a pesar de provenir de un país pequeño, asediado por el bloqueo estadounidense y… el resto del discurso todo el mundo se lo sabe.

Lo más triste es tener que reconocer que hoy, en la mayor de las Antillas, las necesidades son tan grandes que el aire hiede a miseria y una pastilla de jabón o una yuca que se pueda hervir se agradecen más que un reconocimiento listo para colgar de una pared. Antes siempre fue así. Y peor.

Mi madre, me enorgullece decirlo, se desempeñó como docente por más de medio siglo y recuerdo perfectamente que en una gaveta de su armario acumuló cientos —repito: cientos— de diplomas, certificados, medallas, pequeños trofeos y cuanto símbolo de logro pudiera existir para hacerle valer su buen desempeño. Ninguno de ellos nos sirvió jamás para mejorar el contenido de los platos en nuestra mesa.

Si pudiera compartir un mensaje con Ronny Álvarez sería este: Sigue peleando, golpea fuerte a tu rival, no caigas nunca sobre la lona, pero no te conformes con levantar los brazos por una victoria en el ring. Hay peleas más duras que acometer. Por la dignidad, por la felicidad, por el derecho a vivir libre y hacernos acreedor de lo que realmente merecemos. Esas son las que hay que ganar.

La Habana, 1975. Escritor, editor y periodista. Es autor de los libros El nieto del lobo, (Pen)últimas palabras, A escondidas de la memoria e Historias de la corte sana. Textos suyos han aparecido en diferentes medios de comunicación nacionales e internacionales. Actualmente es columnista de Espacio 4 y de la revista hispanoamericana de cultura Otrolunes.

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