Mejía y sus venablos a las víctimas

El venablo es un arma en forma de lanza con punta de acero afilada en forma de hoja de laurel, que se arroja para herir, inhabilitar o matar a quien se oponga o resulte molesto al príncipe o al rey. Se dice también de aquel que, con su lengua viperina, arroja insidia y cizaña para desvirtuar a quien tiene mérito o prestigio.

Y esto último es lo que ha hecho el «burbujo» Ricardo Mejía Berdeja, subsecretario de Seguridad Pública federal, al afirmar de manera tendenciosa que los últimos periodistas ejecutados, Luis Enrique Ramírez, en Sinaloa, Yesenia Mollinedo Falconi y Sheila Johana García Olvera, en Veracruz, son asesinatos no relacionados con su actividad periodística y donde los venablos filosos sugieren «otros motivos», que no los dice, pero los da a suponer: Bajas pasiones, viejas rencillas, corrupciones o piense usted lo peor. El chiste es banalizar el crimen. Vulgarizar a las víctimas. Don Ricardo da a entender que no eran periodistas.

Hace un año, en mayo de 2021, publique un artículo sobre el reconocimiento a la periodista ucraniana Anna Politkóvskaya, quien fue asesinada en Moscú en 2006, y donde muchas versiones apuntan a Vládimir Putin, a quien tanto se enfrentó. Y es que Anna criticaba la brutalidad de las tropas rusas en la guerra de Chechenia y, lo más peligroso, criticaba al implacable exagente de la KGB Vládimir Putin.

Asimismo, recordamos en ese artículo a la valiente periodista italiana Oriana Fallaci, en la línea de fuego de Vietnam, en la guerra del Líbano y herida de tres balazos en la represión de Tlatelolco en 1968.

Y no se trata de ser apologista de ningún periodista, sea hombre o mujer. Pero sí es muy ofensivo escuchar a don Ricardo Mejía Berdeja desestimar la labor informativa de los últimos tres periodistas asesinados en este país, calificado como el más peligroso del mundo para ejercer el periodismo, porque resulta muy reprobable que el encargado de la seguridad nacional, como es él, trate de minimizar la terrible catástrofe del baño de sangre en el que estamos inmersos por la maldita política de los «abrazos, no balazos».

Y mire usted cómo es que don Ricardo Mejía Berdeja tiene las intuiciones menores muy desarrolladas: constancia en la simulación, la demagogia, la gesticulación, creer que pertenece al bando de «los buenos», engañar y no proteger a nadie como responsable de la seguridad pública del país, y pensar que puede someter a Coahuila a una «cuarta transformación». Y es cierto, tiene el instinto del insecto para adaptarse a cualquier medio ambiente o partido político, pero carece de los dones que la naturaleza concede a los grandes políticos.

Negar que las periodistas asesinadas en Veracruz, Yesenia Mollinedo Falconi y Sheila Johana García Olvera, tiene visos de simulación, demagogia y gesticulación. Ambas recibieron 16 impactos de bala. Pero Ricardo Mejía niega que fueran periodistas.

Igual o peor. Luis Enrique Ramírez Ramos, columnista de El Debate, fue asesinado en Culiacán a golpes.

Pero Mejía Berdeja cree que en sus ratos nos da seguridad. No va a reconocer que, como nunca, hay en este país amplias regiones donde la ley del imperio mafioso ya rebasa por mucho al Gobierno fallido de López Obrador.

No parece que los coahuilenses quieran una «cuarta transformación».

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